Este 20 de junio no es una fecha más. Es que más allá de tratarse de un nuevo aniversario del paso a la inmortalidad de Manuel Belgrano, el calendario marca que se cumplen 50 años del regreso a la Argentina de Juan Domingo Perón, hecho que marcó la mayor movilización política en la historia del país, y también, que dio lugar a un enfrentamiento sangriento en las inmediaciones al Aeropuerto Internacional de Ezeiza que dejó muertos, heridos y en muchos casos huellas que jamás se borraron.
Se estima que a lo largo de aquella jornada más de dos millones de compatriotas se movilizaron para recibir al líder que cambió para siempre la política nacional. Por aquel entonces habitaban en la Argentina alrededor de 23,3 millones de personas (según los datos del Censo realizado en 1970), de manera que se trataba de un 10% de la población.
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El clima de violencia creciente entre las distintas facciones del peronismo, en la previa, no opacaba la alegría de un pueblo que había esperado durante 18 años para tener nuevamente en su tierra a quien supo otorgarle derechos inéditos hasta aquella época. Ancianos, adultos, jóvenes y niños dijeron presente aquella tarde lluviosa para expresarle a Juan Domingo su externa gratitud. Los acontecimientos serían bien distintos a lo soñado.
La fiesta frustrada
Los hechos del 20 de junio representaron el producto final a una serie de sucesos que habían tenido lugar las semanas previas al arribo de Perón. Para el día 14 de junio más de 180 escuelas, hospitales y ministerios habían sido tomas tomados.
Entre ellos se encontraba el Hogar Escuela de Barrio Uno (Ezeiza), una institución que había sido cooptada el 1 de junio por un sector ligado al peronismo “ortodoxo” y que funcionó como un centro logístico para, entre otras funciones, guardar armamento, tal como reveló Paula Pereyra, profesora de geografía e historia que reside en Ezeiza y que realizó una tesis sobre los acontecimientos de esos días titulada “La vuelta definitiva de Perón a la Argentina”
“Los líderes de los diferentes sectores que conformaban el peronismo, tanto de izquierda como de derecha, estaban preparados para lo que ocurrió y así lo demuestran los hechos. A pesar de haber estado proscripto durante años Perón nunca se había ido, y lo que ocurría era una lucha de poder por ver quién estaba más cerca de su figura”, detalló.
Los preparativos en la población en vísperas de aquel momento histórico no habían sido aislados. Según reveló la historiadora, los días anteriores se armaron carpas en los bosques que se encuentran en las inmediaciones al Aeropuerto para tener un lugar privilegiado cuando el escenario fuera montado y el General diera su discurso en suelo nacional. “La previa a su llegada se vivió con mucha propaganda de todas sus facciones, múltiples pintadas en las paredes de las distintas calles con el mensaje ‘luche y vuelve’. Había un clima de efervescencia absoluto”.
Sin embargo, desde la madrugada de aquel 20 de junio se registraron enfrentamientos confusos que derivaron en distintas balaceras que sembraron pánico en quienes habían ido a presenciar la vuelta de Perón.
En la tesis realizada por Pereyra está el testimonio de una mujer que en 1973 tenía apenas 7 años y que su madre, ante la imposibilidad de ir al recibimiento por tener que trabajar, la envió en un micro escolar que luego quedó en el medio de los disparos.
Niños y docentes se tiraron debajo de sus asientos con la única intención de sobrevivir; otros, corrieron sin rumbo por el medio del campo y bajo una lluvia copiosa. La fiesta se frustró y el avión que debía aterrizar en Ezeiza lo hizo en Morón a las 16 horas, quedando así el escenario montado en Puente 12 totalmente vacío.
“Si bien se habló siempre de 13 o 14 muertos, lo cierto es que fueron muchísimos más. Hay registros de gente ahorcada que quedó en el campo, pero a otros se los llevaron sus propios compañeros. Los hospitales estaban desbordados, así que la cifra si bien no fue precisada tampoco es la que se menciona. La realidad es que hubo muy poca información del tema en el momento porque eso lo único que hacía era perjudicar a la figura de Perón”, concluyó la docente.
Tres tiros en las piernas, la ayuda de los “compañeros” y la muerte ideal
A pesar de cumplirse ya medio siglo de aquel 20 de junio de 1973, aún existen testigos que recuerdan los acontecimientos como si hubieran ocurrido ayer. Entre ellos se encuentra el de Víctor Gigena, quien por aquel entonces tenía apenas 19 años y militaba en la Juventud Peronista Tendencia de Ezeiza, siendo uno de los principales referentes del movimiento a nivel local. Hoy, pese al paso del tiempo, se mantiene como una eminencia dentro de la zona.
En diálogo con El Destape, recordó que si bien se respiraba un clima tenso en la víspera al arribo de Perón “no se esperaba tal reacción y magnitud en los hechos que finalmente ocurrieron”. En el caso particular de Ezeiza, en sintonía con los datos recabados por la historiadora, aseguró que “era sabido extraoficialmente que la derecha peronista había tomado el Hogar Escuela y guardado allí una gran cantidad de armamento”, además de acaparar la organización del evento.
Ante la consulta por las diferencias económico/sociales concretas que existían entre las distintas facciones, Víctor sostuvo que el sector vinculado con la izquierda peronista creía en la necesidad de apostar por el modelo productivo keynesiano, apoyado en una fuerte industrialización que tuvo su génesis en 1946 y que tanto rédito había dado.
“Es un modelo al que la parte conservadora del peronismo se hace que adhiere, pero que en última instancia es más propensa a aplicar algún tipo de ajuste cuando es necesario.”
La noche previa Gigena no pudo dormir por la ansiedad que le generaba el gran reencuentro del pueblo con su líder, no solo por escuchar su discurso, sino por verse la cara con compañeros de otras localidades “que aunque no los conociera sabía que sentían y pensaban como uno. Estaba en un estado de éxtasis total, imaginaba un mundo mejor desde ese día en adelante”.
Sin embargo, en las primeras horas de la madrugada los enfrentamientos internos comenzaron a multiplicarse. Gigena, quien participaba en el armado de las columnas para llegar temprano y ubicarse cerca del escenario ante la expectativa de una concurrencia masiva, comenzó a oír disparos.
“Se registraron en la previa al acto varias escaramuzas en la provincia, no se sabían de donde venían los tiros. Lo cierto es que tres proyectiles impactaron en mis piernas”, reveló. Inmediatamente fue trasladado al Hospital San José ubicado en Monte Grande (hoy allí funciona la Dirección de Cultura de Esteban Echeverría) en lo que sería el comienzo de su odisea.
“Aquel nosocomio estaba tomado por gente vinculada con la Juventud Peronista de la República Argentina (JPRA), es decir, una de las alas más conservadoras. La orden era dejarme morir, no me dieron ningún antibiótico y me suministraban morfina cada tres horas. La situación salió a la luz porque a una enferma de la cruz roja le caí simpático y cuando llegó mi mamá la agarró aparte y le dijo que por favor me llevara de ahí porque me estaban dejando morir, solo me daban morfina para que no sienta nada”, explicó.
Una vez enterados de la situación sus compañeros de militancia dialogaron con el director del centro hospitalario y consiguieron una orden de traslado al Lucio Meléndez de Adrogué. Allí se hicieron cargo de su humanidad un médico y una médica, para él, dos ángeles: “Creo que eran pareja, le pidieron a la enfermera que fuera a buscar un calmante y me dijeron ‘quedate tranquilo, estás entre amigos’. Ese hospital estaba tomado por la JP Tendencia”.
Gigena sobrevivió a los dispararos y a tres intervenciones quirúrgicas que le demandaron un buen tiempo de recuperación. Su sueño de estudiar sociología quedó trunco cuando la dictadura militar decidió anular durante varios años esa carrera junto con la de filosofía. “No querían que el pueblo piense”, agregó.
A sus 69 años, Víctor recuerda los sucesos del setenta como “la primera vez que se produjo una grieta dentro del campo popular”. Es consciente de que la división interna solo debilita al movimiento y favorece la aparición de discursos negacionistas, aunque no modifica sus convicciones adquiridas desde chiquito, cuando su padre, también militante, le recomendaba leer e informarse para luego debatir con fundamentos.
“Si me preguntás cómo quisiera morirme sería en una Plaza de Mayo llena saltando y cantando la marcha peronista”, sentenció.