El 14 de febrero se festeja, o se invita a festejar, en casi todo el mundo San Valentín. Una celebración sobre el amor originaria de la cultura occidental que se ha extendido hacia nuestras latitudes como consecuencia del soft power y las campañas comerciales. Cientos de películas, series y libros que solemos consumir nos hablan del valor de este día y los sentidos a su alrededor. Corazones rojos decorando vidrieras, el aumento exponencial en la venta de flores y chocolates, promociones especiales de cenas para dos, la multiplicación de ofertas de regalos para él y para ella en las redes, son algunas de las costumbres que se prenden por estos días. La fuerza de la fecha se asienta sobre un ideal tradicional del amor romántico y cierto imaginario social con aroma a Hollywood que decora la pretensión y el deber ser de los vínculos sociales.
¿Qué ideas sobre el amor nos venden?
Las tradiciones generalmente conviven con los cambios históricos y las culturas locales, y muchas veces se modifican. San Valentín no forma parte del calendario de festejos criollos, y si bien muchos y muchas se lo apropian para darle un sentido a su situación sentimental o experiencia biográfica, un buen ejercicio puede ser aprovechar el mood de corazones encendidos para introducir algunas preguntas y cuestiones acerca del universo del amor y las relaciones sexoafectivas. En los tiempos que vivimos desde diferentes de movimientos sociales, culturales y políticos como el feminismo o el activismo Queer se plantea la necesidad de revisar la base del sistema de significados sobre la que nos hemos criado y socializado. Algunas preguntas a tratar de resolver son: ¿Cuáles son los mecanismos que contribuyen a la construcción de ideas sobre el amor romántico? ¿Cómo se vinculan con el patriarcado? ¿Qué lugar se le asigna a cada género? ¿Amamos igual varones y mujeres?
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Introducirnos en el tema del amor desde una mirada de género implica trabajar en la visibilización del proceso por el cual hemos aprendido e incorporado ciertas pautas de comportamiento social de nuestro entorno. Lo primero a advertir es que hacer referencia al amor romántico como un concepto neutral o inocente es una falacia. El amor es un concepto socialmente construido en base a ideas de género, económicas y políticas, que son elementos constitutivos de la cultura patriarcal, y encubren relaciones de poder en un momento histórico. Ideas, símbolos, imágenes, hábitos, imaginarios, tradiciones y sentidos que fuimos adquiriendo a lo largo de la vida y actúan como mecanismos de poder que influyen de forma directa en la conformación de la subjetividad de las personas. Si bien el amor es una emoción genuina y sumamente personal, existe una organización social, de clase y género, que lo determina: ventajas y desventajas, libertad y control, acciones y emociones, poder y sumisión, son algunos de los aspectos que evaluamos y elegimos. Esos aspectos suelen ser configurados diferente para varones y mujeres, más allá de la elección netamente sexual.
¿Amamos igual varones y mujeres?
El primer mecanismo modelador entonces del amor es la división en una estructura binaria. De cada lado del muro se identifican comportamientos permitidos o legítimos, gustos, preferencias, normas, etc., según el género. La forma de socialización diferencial según el género tiene efectos sobre el ámbito de actuación de la persona individual y sobre nuestras relaciones, sexoafectivas y de pareja. Los procesos son diferentes y en ellos se generan pautas que establecen en general la dominación de los hombres y la subordinación de las mujeres. No me refiero a pautas que se aprende en la casa o en la Escuela. El proceso de socialización se completa con discursos institucionales y consumos culturales que nos envían miles de mensajes y apuntan a identificar los roles que debemos asumir frente a un otrx. El sentido de esos discursos y su valor simbólico, se crea en la medida en que lxs receptores, a partir de esquemas de percepción, se apropian del producto y lo reproducen. Que tire la primera piedra quién no pensó que los gritos sacados de un varón, el llanto femenino o el dolor desgarrador, definían al amor romántico, porque así nos lo mostraban en las pelis famosas, en alguna novela Mejicana o un programa de Cris Morena para adolescentes.
En el caso de la educación de las mujeres todo lo que respecta al amor, la vida en pareja, y el ser para otrxs, conforma el eje ordenador del sentido. Por supuesto que en la actualidad se ha avanzado en materia educativa, pedagógica y cultural. Pero quebrar hábitos históricos que se reproducen en casi todas las instituciones y discursos tardará mucho tiempo. El logro del amor y la concreción de los pasos de un vínculo definitivo (el coqueteo, la conquista, el enamoramiento, la formalización, la convivencia, el matrimonio, la maternidad, etc.) funcionan como instancias ordenadoras del proyecto vital femenino que siempre, por obvias razones, depende de otra persona. “All you need is love”, como dice la famosa canción de The Beatles. Desde la bajada de línea por default de ser educadas y tener que agradar a todo el mundo (sobre todo a los varones) hasta el típico regalo del bebote con el cochecito para jugar a la Mamá, o los típicos interrogatorios intra familiares sobre nuestra situación sentimental, estos micro gestos van conformando lenta pero ininterrumpidamente una cadena de significados que nos aprieta el cuello.
Por el contrario, la socialización ordinaria de los varones no incluye al amor hacia los otrxs como eje central. Suele girar en torno a su vida social, el deporte, un vínculo más extremo con su cuerpo y el de los demás, la lucha por la construcción de espacios de poder, el dinero y el reconocimiento público, etc. La conquista es parte de una actitud lúdica, una suerte de competencia que protege de la vulnerabilidad del sentimiento de “necesidad” o deseo. Como explica Tamara Tenenbaum en su libro “El fin de Amor”, “los varones son socializados en la creencia de que el desapego afectivo y la indiferencia hacia las mujeres les otorgan un poder, los mantiene en control de la relación”.
La educación sexual también fue planteada históricamente desde una mirada androcentrista. La sociedad moderna consideraba que las experiencias sexuales de un varón forman parte del desarrollo de su personalidad, su vida social performática, o una suerte de salida al mundo de lo público. Un motivo de orgullo y osadía. No casualmente la mayoría de los productos de la industria del sexo y el porno apuntan a satisfacer el deseo y el goce masculino, cis heterosexual, y conciben al cuerpo de la mujer como algo pecaminoso. Mientras, para las mujeres el sexo se trata de una práctica privada, pre formateada por un sesgo moral y de prudencia. Fue recién con la filosofía feminista de Simone De Beauvoir que se empezó a hablar sin tabúes sobre las experiencias corporales y sexuales de las mujeres, como el parto, la lactancia, la maternidad, el aborto, pero también el deseo y el placer .
¿Es necesario inmolarse por amor?
En esta historia no vale reducir el guion a buenos y malos. Básicamente somos todxs víctimas de un sistema que nos amasa y moldea, y en nuestras experiencias vinculares repetimos los formatos que nos han enseñado. La diferencia perjudicial es que la idea del amor para las mujeres se construye atada a la dependencia, la pasividad y la necesidad de un otrx. Dichas características se conocen como la ideología del altruismo femenino, un modelo que implica la renuncia a los deseos y las expectativas personales, y la entrega total que potencia comportamientos de dependencia y sumisión al varón. Simone De Beauvoir solía decir que las relaciones entre varones y mujeres podrían compararse a las relaciones amo – esclavo en el sentido que la conciencia femenina se habría constituido como una conciencia dependiente e inferior: “Los privilegios económicos detentados por los hombres, su valor social, el prestigio del matrimonio, la utilidad de un apoyo masculino, todo empuja a las mujeres a desear ardientemente agradar a los hombres”.
El mundo del amor feminizado se reduce a la pareja como refugio y cierta distancia o desinterés por otros aspectos o dimensiones sociales. Lo que parece un detalle se transforma en una forma de docilidad y control de gran eficacia. La contra cara de la idealización del amor es la naturalización del sufrimiento y la sobre valoración del sacrificio. Las mujeres tendemos a desarrollar altos niveles de tolerancia en relaciones de pareja y sexoafectivas, pero también en vínculos de amistad, laborales, etc. Características que además se fomentan en los ámbitos íntimos familiares. Micro machismos, desequilibrios, injusticias, inmolaciones, que se terminan extendiendo a casi todos los ámbitos de la vida social. Las mujeres nos convertimos en las únicas garantes y responsables de que la relación se mantenga y crezca, de la unidad de la familia, básicamente porque nos han enseñado que esa es la única fuente de felicidad posible.
El siglo XXI exige un cuestionamiento y la reconfiguración de los roles, sobre todo porque no pasamos del amor y queremos seguir viviéndolo. En este marco nos cuestionamos casi todo, nos obligamos a romper con ciertos esquemas injustos y también sobre actuamos los nuevos. Esos gestos performáticos son parte fundamental de lo instituyente de una nueva etapa. Pero las formas tradicionales de amar, las que nos enseñaron y todavía vemos en las pelis, persisten. Mientras aparentamos una especie de igualdad, y luchamos para que algún día se concrete, en los hechos las exigencias para varones y mujeres siguen siendo desigualdades. La inconsistencia duele y la culpa a veces pesa. Tenemos muy clara la teoría, pero la práctica cuesta horrores. Es que las emociones y sentimientos también son un hábito que se aprende, y entre ellos la forma de lo que debería ser el amor, es lo más difícil de desaprender. Repensar el amor más allá del sexo biológico, el género, y lo binario, nos permite romper las identidades cerradas que decretan lo que podemos sentir o hacer. Lo que está en juego es la posibilidad de experimentar los vínculos sin esencialismos.