Víctor Basterra fue el último secuestrado en salir con vida de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). Sus fotos y su testimonio fueron claves para reconstruir lo sucedido en el centro clandestino más emblemático de la última dictadura militar y así lograr ponerle nombres a los represores que allí operaron durante aquel gobierno de facto. Este sábado por la madrugada, mientras luchaba contra un cáncer internado en un hospital de La Plata, falleció.
Recordemos que el 10 de agosto de 1979, cuando tenía 35 años, fue secuestrado por cuatro hombres (la patota de la ESMA) en su casa de Valentín Alsina. Junto a él, también se llevaron a su compañera Dora Laura Seona y su pequeña hija de tan solo dos meses. En su juventud, era militante del Peronismo de Base y de las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP).
Cuando fue raptado, los marinos vaciaron la ESMA y trasladaron a los detenidos a una isla del Tigre llamada "El Silencio" y durante los primeros días de 1980, según contó el propio Basterra, lo bajaron del sector de "Capucha" y le dijeron que "o trabajaba o moría". Fue mano de obra esclava en el sótano y en el sector cuatro (el referido a la documentación donde se hacían los documentos falsos que utilizaban los marinos para las diferentes operaciones).
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Trabajando en esta zona de documentación logró guardar material fotosensible en distintas cajas, escondiéndolas para lograr sacarlas de la ESMA. Cuando los controles previos a las salidas se flexibilizaron, las guardaba en sus medias esperando que sirva y se haga justicia. Abandonó el centro de tortura el 3 de diciembre de 1983, aunque dijeron que lo iban a seguir controlando. Recibió varias visitas de los marinos en su domicilio. Esto se detuve en agosto de 1984, cuando presentó una querella contra sus captores.
Durante ese mismo año, para continuar con la denuncia, se mudó a Neuquén, distribuyó las fotos que logró sacar de la ESMA y se creó el "Informe Basterra" en su nombre. Su testimonio en el Juicio a las Juntas duró casi seis horas. En una entrevista, cinco años atrás, contó que un compañero le dijo "si zafaba, que no se la lleven de arriba" y este no dudó: "Ese es mi mandato". Hasta el último día, hizo honor a sus palabras.