A 45 años del Golpe Militar de 1976, el Tribunal Oral Federal N°5 condenó al ex miembro de la Armada, Jorge Eduardo "El Tigre" Acosta a 24 años de prisión y a Alberto "El Gato" Eduardo González, a 20 años, por delitos de violencia sexual cometidos en el centro clandestino de detención de la Escuela de Mecánica de la Armada (Ex ESMA). Sus nombres no pasan desapercibidos para nadie, especialmente para quienes vivieron las atrocidades que estas dos personas llevaron a cabo en los centros que hasta el día de hoy producen escalofríos.
La periodista y escritora Miriam Lewin, por supuesto, no es la excepción. Y los dos militares mencionados formarán parte de su historia para siempre. "Es exponerlos como lo que eran, como violadores. No tiene efecto real en la condena que va a cumplir, porque tiene reclusión perpetua, pero el hecho que hayan sido condenados como violadores ya tiene un peso", manifestó. Y sobre esto, sumó: "Se trata de un grupo que se dedicaba a robar bebés, torturar, secuestrar, robar propiedades y que, además, eran delincuentes sexuales".
Llegó a la ESMA en marzo de 1978, en un baúl de un auto, atada y encapuchada, proveniente del centro clandestino "Virrey Cevallos" ubicado cerca del Congreso Nacional y a pocas cuadras del Departamento Central de Policía. Pasó de estar completamente aislada, en una celda a "trabajar y desarrollar distintas tareas" en algo que parecía mucho más complejo y perverso: ese centro de detención y exterminio estaba disfrazado de "centro de recuperación". ¿El objetivo principal? Construir un programa político que favorezca al almirante Emilio Eduardo Massera en su llegada a la presidencia de Argentina. "Era trabajo esclavo, como en los campos de concentración nazi", cuenta.
En diálogo con El Destape, Lewin detalla cómo atravesó ese tiempo privada de su libertad y diferenció su paso por ambos espacios. En el primero, solo podía conversar con guardias y estaba bien diferenciado el lugar de "nosotros y ellos"; pero en la ESMA no estaba aislada sino que interactuaba constantemente con otras personas prisioneras en el lugar. "Compartíamos la zona de 'Capucha' con otros prisioneros/as que no habían seleccionados para trabajar. Ellos transitaban el circuito de secuestro, interrogatorio bajo tortura, permanencia y después, un determinado miércoles, eran llamados por su número de caso -parte de la despersonalización- para ser llevados a los vuelos de la muerte", recordó.
Si bien la periodista aclaró que no les decían que iban a ser atrozmente asesinados -en su lugar, les decían que iban a ser trasladados el Sur donde tendrían "mejores condiciones de detención ilegal para luego ser liberados o trasladados a una cárcel legal"-, aunque las dudas siempre estaban presentes. "Sospechábamos, un compañero fue llevado por error y vio todo. Vivíamos en una constante tensión porque pensábamos que todos y todas podíamos ser pasajeros de esos vuelos", dijo y aclaró: "Nos autoengañábamos porque era insoportable vivir con la sospecha de que cada semana te podían eliminar, nadie tenía la supervivencia comprada por ser seleccionado para trabajar".
Abusos y violaciones en los centros de detención ilegales
Lewin dejó en claro que los vínculos formados eran diferentes dentro de la ESMA, en relación a lo que ocurría en otros centros clandestinos: "Ellos aprovechaban ese tipo de relación para confundirnos y en el caso de las mujeres, cometer delitos sexuales". Los guardias más jóvenes, más violentos y "afectados psicológicamente" por lo vivido en estos lugares y los oficiales, autorizados por jefes de tareas como el mismo "Tigre" Acosta, eran los artífices de estas situaciones. "Generó una imposibilidad, por culpa y vergüenza de muchas compañeras, de identificar que habían sido violadas", explicó.
Durante la nota, la escritora manifestó que a partir del secuestro "los cuerpos les pertenecían" a estos militares y enumeró distintos tipos de torturas, desde picanas eléctricas en órganos sexuales hasta manoseos y violaciones con acceso carnal. El terrorismo sexual del Estado era un hecho y muchas lo ignoraban, posiblemente como un mecanismo de defensa. "El objetivo de ese sometimiento, de poseer nuestros cuerpos como si fueran el campo de batalla o la tierra conquistada, era un mensaje que no iba solamente dirigido a las mujeres sino también a los otros 'machos' donde se demostraban unos a otros cuán potentes eran", señaló. Esto tiene que ver con la idea de que la función del varón siempre fue "proteger a la mujer" y el no poder hacerlo, ni hablar de esto, puede seguir influyendo en la psiquis de aquellos prisioneros.
La lucha contra los prejuicios de ser sobreviviente
"Si nos encontrábamos con algún familiar de alguna persona que habíamos visto y había sido asesinada, la pregunta cuando terminaba nuestro testimonio, después de un silencio, era: '¿Y vos por qué te salvaste?", manifestó Lewin. En esa época, hasta por las organizaciones, las mujeres eran sospechadas de traidoras -por, supuestamente, haber suministrado información para otros secuestros- y "también de putas" por tener relaciones sexuales con los militares como si hubiese sido una decisión tomada por propia voluntad.
Si bien confesó que mantiene comunicación con algunas compañeras, explicó que con otras no se puede hablar de esto "porque no lo visualizan y no se han dado cuenta de que no había espacio para el consentimiento" ni, por supuesto, el amor. Trazando un puente con la actualidad, destacó que no es algo que haya quedado en el pasado: ante violaciones o abusos, primero se examina o culpabiliza a la víctima y se presume consentimiento. "El sexo parece ser un patrimonio de esta sociedad patriarcal, no es algo que nos pertenece a las mujeres. Si no te resististe violentamente o no pusiste en riesgo tu vida, es que consentiste", lanzó.
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Otra vez, los prejuicios y los motes utilizados que vuelven a atentar contra las mujeres, cruelmente torturadas y abusadas en aquellos centros clandestinos, están completamente atravesados por el patriarcado y la constante revictimización de cada una de ellas, con un maltrato físico y emocional que se reproduce constantemente. “Si los que hubieran sido víctimas de abuso sexual hubiesen sido los varones y las guardias todas mujeres, hubieran sido vitoreados a la salida si hubieran usado su sexo para sobrevivir; con nosotras pasa todo lo contrario”, aseguró la escritora.
Lewin también se refirió al reconocido libro "Putas y Guerrilleras", escrito junto a Olga Wornat, del cual no dudó en caracterizarlo como "sanador" y a su vez, como "un espacio para la reflexión", tanto de la sociedad como del lugar que deben tener los varones utilizando los testimonios como una vía para llegar a ese tan necesario destino. Dolorosamente, afirmó: "Las mujeres dábamos por sentado que si nos secuestraban nos iban a violar, era lo que nos tocaba por ser mujeres".
Cómo superó esa instancia y un mensaje para la memoria social
Miriam Lewin no duda cuando deja en claro que todo "hubiera sido más fácil si lo hubiéramos hecho al calor de los feminismos", manifestando que la resignificación de aquel libro fue total a partir de ver a las pibas en la calle con el Ni Una Menos (NUM), iniciado en 2015. "Me costó 30 años revisitar mi historia y la de mis compañeras, me sirvió hablar con mis compañeros varones y me emocionó muchísimo ver a chicas de 13 y 14 años esperando que les firme un ejemplar del libro. Paga todas las noches de insomnio, los ataques y las incomprensiones", confesó. También agregó que la profesión, el haber formado una familia y ver el camino realizado por otros sobrevivientes fueron reparadores.
A su vez, dejó en claro que nunca "trabajó" de sobreviviente y que dio testimonio cada vez que se le solicitó porque siente que tiene una "responsabilidad histórica", que es testimonial y que a pesar de ser traumático, no titubea: "Es algo que les debo a quienes ya no están". Por esto, como periodista, desde la escritura y desde el rol de sobreviviente, seguirá cumpliéndolo hasta el fin de sus días.
Para cerrar, la actual titular de la Defensoría del Público de Servicios de Comunicación Audiovisual criticó al macrismo por realentar los juicios y las fallas en el respeto de las condenas -muchos de los represores están en prisiones domiciliarias, algo que nadie vigila-. Pero sobre todo, especificó: "Lo que me preocupa un poco es el espacio que se le da al negacionismo en los medios, con el 'no son 30 mil' o 'eran guerrilleros'. Si cometieron crímenes, correspondía juzgarlos; no matarlos, robarles a sus hijos, violarlos o tirarlos vivos desde aviones al océano...".
Desde su lugar, no propone castigos o normas que prohíban o pongan trabas a ciertas formas y actitudes de algunos con poder en la construcción de la opinión pública. “Prefiero seguir apostando por un cambio cultural, una toma de conciencia. Prefiero que estos discursos no sean castigados pero que haya una conciencia social acerca de lo que ocurrió realmente. Tal vez a través de una discusión, un debate, con argumentos bien fundados, con nuevas voces”, sentenció. Y principalmente, con la Memoria, la Verdad y la Justicia como principal emblema de lucha para sostener el "Nunca Más" como bandera máxima en nuestra historia.