A menudo el mote de "héroe" suele verse en diversos personajes: desde deportistas hasta músicos, pasando por otros artistas e incluso dirigentes políticos. En ocasiones, también se los usa para hablar del trabajo de médicos y policías, aún más en situaciones límite. Pero para Aaron Mendoza, bombero voluntario entrerriano de 44 años, sus héroes son sus dos hijos y su esposa: "Ellos no dicen nada cuando me voy días enteros a combatir el fuego. El domingo, que fue el Día del Niño, no pude estar con ellos. Mi señora los cuida, está en todo. Yo no soy el héroe de nadie. Ellos y mis amigos, que me bancan en todas, sí".
Al cierre de esta nota Aaron estará volviendo de las islas del Delta, donde hace dos años los incendios destruyen todo lo que encuentran a su paso, arrasando con miles de hectáreas, flora autóctona y animales. Llegará a su casa de Ramírez, a 60 kilómetros de Paraná, en el departamento entrerriano de Diamante, alrededor de las 23. Se fue a las 5.30. Mañana se levantará temprano e irá a dar clases a una escuela secundaria. También, si lo requieren, manejará una ambulancia donde cubre suplencias. Por su labor combatiendo el fuego, en una de las cruzadas ambientales más importantes de la historia, no verá un centavo. Tampoco lo pretende, porque ser bombero voluntario para él no es un trabajo, es una labor que parte de la vocación de servicio. Esa que encontró hace 20 años, de casualidad, y abrazó para siempre.
"Cada cuartel tiene su personal especializado en incendios forestales. En Entre Ríos somos 180 bomberos certificados, que formamos la brigada provincial", explicó a El Destape Mendoza, que actualmente es director de Operaciones de la Federación de Asociaciones de Bomberos Voluntarios de la provincia. Y aclaró: "A nosotros nos convoca Defensa Civil, nos pide la colaboración. En mi caso, fui el sábado y vuelvo a ir este martes".
En las islas hay un comando de operaciones, que cada mañana realiza un sobrevuelo sobre los focos activos. A partir de ello, se traza el trabajo del día, con objetivos: "Como los incendios están distantes de los accesos terrestres e ingresos fluviales, los brigadistas son aerotransportados en helicóptero. Cada uno lleva una pala, un rastrillo, un pico y otras herramientas, como motoguadaña o motosierra. Hay además mochilas con 20 litros de agua, que sirven para enfriar puntos determinados. A la par, aviones hidrantes lanzan unos dos mil litros por disparo, ya sea de forma secuencial o constante".
La labor de los brigadistas depende, en gran medida, de las condiciones climáticas: "Si hay mucho viento, todo cambia, se hace más complejo. Por eso el tiempo y el tipo de combustible del suelo son cruciales a la hora de planificar el trabajo". En efecto, el ya complejo escenario que se vivía en el Delta se volvió aún más preocupante en los últimos días especialmente por las fuertes ráfagas del lunes 15 de agosto, que reavivaron focos que parecían extiguidos. Desde aquel día la mirada del gobierno nacional sobre lo que sucede se intensificó. No sólo el presidente hizo alusión al fuego, sino que además el propio ministro de Ambiente, Juan Cabandié, llamó a un Comité de Emergencia con funcionarios del área de Entre Ríos, Santa Fe y Buenos Aires, a los efectos de trabajar en conjunto en una solución. En los últimos días, al Comando Operativo ubicado en la localidad santafesina de Alvear, llegaron las Fuerzas Armadas, para controlar y evitar que la mano del hombre, asociada a la bajante histórica del río Paraná y una sequía que lleva más de dos años, siga destruyendo a uno de los ecosistemas más importantes del país.
En el terreno, contrario a lo que suele pensarse, el trabajo no es extinguir el fuego, sino que controlarlo y, en casos, "direccionarlo". Se hace a través de distintas estrategias y prácticas que son estudiadas e implementadas en todo el mundo. Para apagar el fuego hay dos caminos: uno artificial, el helibalde; y uno natural, la lluvia. Ésta última, se espera, pueda colaborar hacia el jueves de esta semana.
"Se usan, como cortes, los cruces fluviales o terrestres, como una laguna, un río o una ruta. Entonces se trazan brechas, espacios lineales donde se saca lo combustible y se expone lo mineral. Sobre la zona donde no queremos que el fuego avance, tiramos agua. Del otro lado, teniendo en cuenta velocidad del viento, se hace una 'quema controlada", resaltó Mendoza. A la par, subrayó una particularidad de la tierra de las islas, que hace que el trabajo sea más complejo: "Es única por el tipo de material que hay debajo de los pies. Esa vegetación, acumulada por años, en ocasiones genera que el fuego se mantenga subterráneo. Cuando vos creés que ya se apagó, en realidad sigue prendido abajo. Por eso hay tantos reinicios y es tan difícil controlar las quemas. Es un trabajo en equipo, sabemos que solos no podemos. Es agotador y peligroso, pero entre todos tiramos para el mismo lado. Nosotros no trabajamos sobre los factores ocasionales, pero sí sería interesante que se estudien los motivos del fuego. Porque siempre hubo focos, la diferencia es que ahora se han intensificado, se han agravado".
La Brigada Forestal no trabaja en soledad, sino a la par de agentes del Sistema Nacional de Manejo del Fuego, de la Policía y de Parques Nacionales, entre otros cuerpos especializados. La diferencia, en todo caso, es que los bomberos son voluntarios. Es decir, su labor es 100% a pulmón: "Yo quería aprender primeros auxilios, porque ayudaba a mi cuñado en una ambulancia. Así terminé en el cuartel. Después me quedé, me instruí y pasé a formar parte del cuerpo. Es difícil poner en palabras lo que uno siente, es un compromiso que no se puede dejar de lado. Cada uno tiene su trabajo, pero pide permiso o usa los días libres para estar a disposición".
Casi mil personas cumplen labores desinteresadamente en cuarteles de bomberos de Entre Ríos. En el país, ascienden a unos 43 mil. Son héroes. Como Aaron, aunque él prefiera decir que no.