Su papá falleció en la tragedia de Cromañón y busca a otros hijos que vivan con la misma herida abierta: "Resignificar el dolor"

Camila tenía 5 años cuando perdió a su papá y a su tía en la tragedia de Cromañón. 20 años después, busca a otros hijos que hayan atravesado por el mismo dolor, mientras mantiene viva la memoria dando charlas en escuelas.

29 de diciembre, 2024 | 20.00

La primera vez que Camila escuchó la palabra Cromañón tenía 5 años. Era la mañana del 31 de diciembre del 2004 y la noticia ya había copado las conversaciones de todo el país. La masacre, como se redefinió con el tiempo, se había llevado entre las 194 víctimas a su padre, Mariano Valsangiácomo, de 31 años, y, como si fuera poco, a su tía Verónica, de 25. Cuando recibió la inexplicable noticia, Camila de 5 años respondió: “Bueno ¿puedo volver a la pileta?”, y sin saberlo su vida cambiaba para siempre.

El único consuelo en el dolor desgarrador, quizás, fue que su hermana, de 20, había logrado salir viva. Pero en el mar de historias que habitan el universo Cromañón, Camila busca alguna como la suya, la de una hija de víctima y víctima a la vez. Callejeros, por aquellos años, era una banda emergente y su público en general muy joven. La mayoría no pasaba los 25 años y eso quedó como una insignia de los fallecidos en esa noche, que tenían, en promedio, entre 14 y 21 años. Ella hasta la fecha no se cruzó jamás, ni tiene información, sobre otros "hijos de", marcados por la masacre de por vida.

“Por ahora no encontré a nadie con la historia similar a la mía, lo entiendo porque todas las víctimas fatales de Cromañón, y los sobrevivientes, eran muy jóvenes”, explica Camila. A través de distintas fuentes consultadas por este medio, se sabe que hay más, que no es ella la única “hija de Cromañón”, pero no los conoce, no se conocen, y reflexiona: “Estaría bueno encontrar a alguien con una historia similar a la mía y poder identificarme, pero todavía no ha llegado”. Sin embargo, se mantiene expectante: “Cromañón es una herida abierta, siempre lo va a ser, pero yo soy muy positiva”, remarca en entrevista con El Destape.

“Cientos de momentos fríos y soledad”

“Yo me entero que mi papá y mi tía fallecen en la casa de mis tíos, mi mamá viene con mi padrino y me lo dice”, recuerda Camila sobre ese momento; mitad recuerdos de ella, mitad recuerdos relatados por su familia y remarca que ellos nunca le ocultaron nada: “Siempre fueron muy claros”.

Camila hizo terapia desde chica, la contención fue clave, aún en una casa que se sostiene por el amor, por los recuerdos, por lo que la masacre -resultado de la corrupción en su máxima pureza- no pudo quebrar. Aún así, debía convivir con las ausencias. Para ella todo cobró más importancia con los años, con su crecimiento y su formación, y por eso de más grande investigó, vio videos, aunque no es algo que haga mucho porque no le hace bien.

“La mayoría de los recuerdos los tengo gracias a mi mamá y mi hermana, y a la gente que conozco que estuvo ahí”, asegura. El desafío fue difícil, reconstruir lo ocurrido con material de la prensa de esos días puede generar una visión muy distorsionada de lo ocurrido, colmada de prejuicio y criminalización de la juventud. Por aquellos años se los culpaba a los jóvenes por las bengalas o se inventó la existencia de una guardería en el baño para bestializarlos: se revictimizó a los pibes que vieron ese 30 de diciembre partirse su mundo en pedazos.

Desde hace 20 años el relato sobre Cromañón muta, se mueve, se transforma con cada recuerdo y aniversario, y la serie lanzada por Prime Video, que Camila aún no vio, puso nuevamente la discusión en el paño. “Cromañón me duele, pero a la vez trato de resignificar todo ese dolor y hacer cosas con eso”, sostiene y celebra Camila.

En el trato, Camila se muestra segura, con la piel curtida y el oído afinado para no escuchar "giladas". Ya no tiene cinco, es una mujer que sabe lo que le hace bien y mal, y que su optimismo la rescata, la lleva a un lugar seguro junto a los recuerdos de su padre.

“Paso noches hablando de vos”

Entre las fotos de Camila y su padre se destaca una: ella joven, con 3 años, junto a su papá y el Indio Solari: "Ese día él vio que el Indio entraba en un lugar a ensayar, me vino a buscar y esperamos hasta que salió para sacarnos la foto”. Así de profunda es la unión musical y rockera que los une desde su nacimiento, así la siente ella hoy.

Cuando su papá muere, según su mamá, la preocupación de Camila era quién le iba a cantar a la noche Juguetes Perdidos, canción de Los Redondos, como lo hacía desde que nació Mariano. “Revolviendo cosas encontramos un casete que tenía Juguetes Perdidos y la voz de mi papá arriba”, lo que marcó para siempre la canción de su vida.

El recuerdo sobre su padre sale instantáneo, puro, repensado una y mil veces como una canción puesta en loop, con ternura y orgullo: “Me acuerdo muchas cosas, lo que más compartíamos y en lo que más lo siento, hasta el día de hoy, es la música. Decíamos que íbamos a armar una banda, que él iba a cantar y yo iba a tocar la batería. Me llevaba a la pieza y me ponía auriculares, me hacía escuchar todos los instrumentos e íbamos a ver a Callejeros. Hasta el día de hoy yo soy muy insoportable con la música, creo que un poco la culpa es de mi padre”.

Ese recuerdo es el “más grande y más importante” para ella, y destaca, sobre todo, el universo musical que le quedó grabado para siempre como una conexión infinita con su padre. “Estoy todo el día escuchando música, además toco instrumentos, es parte de mí, de mi vida, es parte de lo que me dejó mi papá”, explica, y lentamente se emociona.

La música funcionó como un bálsamo para el dolor, aún la de Callejeros, que jamás dejó de escuchar. Por qué lo haría, si ella es tan fan de la banda como toda su familia, como lo era su padre. “Yo nunca dejé de escucharlos”, asegura y recuerda: “Yo iba a ver a Callejeros con toda mi familia a los 5 años, era un ambiente muy familiar y yo la pasaba bien. Me hace feliz de escucharlos, me lleva a mi papá, a mi tía, a mi familia”.

En cuanto a su tía, cuando ocurrió la masacre tenía 25 años, la edad que Camila tiene ahora. “Era genial, la estoy entendiendo un poco más cómo era, y ahora a mí me toca ser tía”, recuerda y lo que más extraña son esas tardes que se encerraban en la pieza a jugar, se maquillaban, se sacaban fotos que dejaron retratado ese amor.

"Ahí no voy a escuchar mentiras ni verdades cambiadas"

Camila, su madre y su hermana sobreviviente forman parte de No Nos Cuenten Cromañón, una organización formada por familiares, sobrevivientes y amigos de víctimas que, desde hace años, lucha para que sigan los procesos legales, informar sobre lo que realmente pasó y, sobre todo, contener y dar asistencia psicológica a cientos de sobrevivientes.

“Entré porque mi hermana y mi mamá tenían ganas de participar y con ellas nos movemos en bloque, y un día hace tres años dijeron ‘bueno, vamos y chusmeamos’, y nos quedamos porque encontramos gente con el mismo pensamiento que nosotras”, recuerda.

Asimismo, Camila y su familia aseguran que les hace muy bien “poder resignificar todo lo que pasó y hacer cosas buenas, importantes, como dar charlas en escuelas a chicos que ni habían nacido cuando pasó, tenemos un programa de salud mental para ayudar a sobrevivientes y familiares, estamos con leyes para beneficiarlos para que nos devuelvan un poco de lo que nos sacaron”.

Justicia después de 20 años: "Siempre puede haber algo mejor"

Camila cree de forma lapidaria que el Estado tiene una deuda grande hacia todas las víctimas de Cromañón. “Es algo que lo estamos trabajando, hay un montón de organizaciones juntas que, por más que no tienen el mismo pensamiento, se unieron para presentar una ley en el Congreso que sea integral, para que se mejore en los ámbitos psicológicos, de trabajo, beneficios que pueden ayudar, pero bueno, sin un Estado presente es bastante complicado que suceda así”, concluye.

El 30 de diciembre no será un aniversario más para las familias de las víctimas, para los sobrevivientes, los amigos y para una generación entera que vio cómo la masacre cambió la noche, los boliches, los recitales, los shows y la música.

Y para ella, Camila, serán en total casi 7000 días de aguardar, paciente, que otra u otro con su historia similar llegue para juntos intentar comprender el vacío que les dejaron hace 20 años. Lo seguro es que seguirá esperando, como lo hace ella, entre la música, el rock y los recuerdos