El número de infectados por el coronavirus en el país aumenta y el temor por una desbandada de la cantidad de casos se mantiene. La buena noticia es que existen más de 2500 personas que pudieron recuperarse de la enfermedad que tanto dolor causó en el mundo. Sin embargo, muchos de los recuperados mantienen un mensaje claro: “Esto no es joda”.
Una de las primeras premisas del Gobierno Nacional fue que “había que achatar la curva” para que el sistema de salud no colapse así los enfermos podrían recibir un tratamiento adecuado. Hasta el momento, más de 2500 personas tuvieron un tratamiento exitosos a partir de ese sistema de salud. No obstante, la enfermedad no significó solo un paso por una cama.
Andrea Moalla tiene 31 años, una nena de un poco más de un año y es policía. La internaron el cuatro de abril. Tenía fiebre, tuvo contacto estrecho con un contagiado y por eso activaron el protocolo. Al principio era una pulmonía leve, pero después del hisopado le dijeron que tenía COVID-19. “Empecé a tener dolores de espalda intensos, no podía inhalar, ni bostezar”, dijo a El Destape. Además, agregó: “Cada dolor me repercutía en la espalda y más fuerte, me movía y me dolía la espalda. Eso me daba tos y la tos me hacía doler muchísimo, no podía ni caminar”. En Choele-Choel, en Río Negro, se registraron 34 casos desde que llegó la enfermedad. Ella fue uno de esos.
Los tres primeros infectados en la ciudad fueron Andrea, un enfermero y una residente de un geriátrico. Solo ella sobrevivió. La enfermedad era nueva, el desconocimiento era difícil de manejar y el temor también. “En ese momento sí me dio miedo. Yo pensaba que si me moría, ni mi papá, ni mi mamá me iban a poder despedir. Pensaba en mi hija”, contó.. La habitación de los internados por coronavirus es diferente a otras. Los pacientes están solos, los enfermeros no se cercan y no los podés llamar a menos que sea realmente urgente. Antes de acercarse, los doctores cumplen protocolos estrictos. Se cubren, se ponen trajes y recién ahí te habla. La calidez de un abrazo o de una palmada, por supuesto, no existen. “Recé, oré, leía la biblia y bueno, parece que Él tenía un pronóstico diferente conmigo. Me dio su misericordia”, agregó. Los días se hicieron largos, pesados y, para ella, el refugio estuvo en su fe.
“Yo me dediqué a pensar. Traté de meditar, a organizar mis pensamientos y pensaba lo que tenía que hacer. Siempre pensando en la próxima actividad”, cuenta a este medio Guillermo Rendich. Tiene 66 años y toda su vida fue entrenador físico. Se contagio en Merlo antes de que el coronavirus sea la principal noticia en Argentina. El 3 de marzo una de las personas con las que trabajaba volvió de Canadá. Durante la semana entrenaron. Ese encuentro fue el que le transmitió el virus. Un par de días más tarde, ese cliente y amigo de él fue declarado con Covid positivo. Luego, murió.
Su lugar de internación fue el Hospital Eva Perón, en Merlo. Desde el 24 de marzo hasta el 13 de abril estuvo en una habitación. Tuvo fiebre, pero no llegó a tener dolores grandes, tampoco tosió sangre como muchos de otros pacientes. Pero el tratamiento fue duro. “Fue muy feo, padecí mucho el tema de las vías. Fue para mi muy molesto los primeros diez días y hubo algunas veces que la pasé mal”, recordó y agregó: “Cada cuerpo lo vive distinto, cada experiencia es distinta. A mi me pasó eso”.
Los protocolos para los pacientes con coronavirus marcan que el aislamiento es la primera medida. A las molestias y a la incertidumbre, el tratamiento trae aparejado el encierro y la soledad. Recostados en una cama, con vías enganchadas a los brazos y poco contacto con los enfermeros por la peligrosidad del virus. Guillermo rememora que él “no se enganchó con temas de dolor, ni de pesar”, pero insistió: “No era fácil, estamos de acuerdo, pero lo que más me molestaba era la ausencia del sol. Tenía una ventana que era muy linda, pero la falta de luz solar, de estar en contacto me afectaba bastante”.
A Andrea, por el contrario, lo que empezó a molestar fue un efecto colateral del coronavirus. Los rumores, las mentiras y la discriminación. “Empezaron a decir cosas que no eran así. Que yo había sido imprudente, que estaba en un hotel sin síntomas”, añadió. Sin embargo, con el correr de los días empezó a recibir el apoyo de sus compañeros de la policía y de sus jefes. Un vez que salió de la internación empezó a sufrir la mirada ajena. “Mucha gente me trata mal por haber tenido coronavirus. No saben que yo no lo transmito porque ya no lo tengo. No lo quiero decir porque me dicen cosas, o me tratan mal y me dicen que me cuide, pero ellos también se tienen que cuidar”, añadió.
En las últimas semanas, desde diversos sectores se empuja para que la cuarentena desaparezca. Incluso, muchas personas comenzaron a caer en la tentación de empezar a salir a la calle sin recaudo. Sobre este punto, Guillermo sostuvo: “Es una inconsciencia . No saben lo que una persona puede pasar. Hay que ponerse el mal llamado tapabocas, porque es tapabocas y tapa nariz. Hay que cuidarse". Sin conocerse, pero después de haber pasado lo mismo, Andrea coincide: "Hay que cuidarse, limpiar, cambiar algunos hábitos. Indigna ver como hay personas que todavía no se dieron cuenta de lo que es".