El video dura pocos segundos. Belkis Luraschi (86 años) y Antonio Carignano (90) saludan a cámara. Fue hace un mes. "Estaban perfectos", cuenta a El Destape Verónica Carignano, hija de ambos. Pocos días después, en menos de una semana, el COVID-19 se llevó a ambos y enfermó a su hermana, que pudo salir adelante. La de los Carignano, que viven en la ciudad de Santa Fe, es la historia de una familia atravesada por el virus. Un caso dramático que representa muchos otros en distintos hogares del país, y en particular de la provincia, que sufre por estas semanas la mayor virulencia de casos y fallecidos desde el comienzo de la pandemia.
El golpe fue repentino y no dio tiempo para pensar. Hasta el lunes 31 de agosto, los dos adultos mayores gozaban de buena salud, al cuidado estricto de sus hijos que tomaban todas las medidas posibles para que no se contagiaran. Pero el coronavirus ingresó a ese hogar, y en pocos días el cuadro cambio dramáticamente. Esa noche a Belkis le empezaron a doler las piernas. Nada anormal para una persona de su edad. Pero el otro día, al despertar, ya no podía caminar. Sus hijas llamaron al servicio de emergencias, quienes constataron que tenía un poco de fiebre: °37,5. Se activaron todos los protocolos y la internaron.
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El primer hisopado dio negativo. Verónica, que tiene 48 años y es docente de nivel inicial, entró a verla con barbijo y todas las medidas de cuidado. Ese jueves 3 de septiembre fue la última vez que habló con su madre. "Me pidió hacer una videollamada con los nietos. Me dijo que estaba preocupada, porque notaba que todos estaban pendientes de ella. Les tiró besos a todos, como despidiéndose. Y me decía que mi papá había estado internado al lado de ella y se había escapado. Fue raro: mi papa todavía estaba en mi casa", cuenta la mujer.
Al otro día, viernes 4 de septiembre, Belkis se descompensó y la tuvieron que intubar, dejándola en coma farmacológico. Otro test, realizado a la vista de estudios que mostraron un panorama complicado en sus pulmones, le dio positivo. Al mismo tiempo, su padre que no tenía síntomas también fue diagnosticado con COVID-19. "Cuando se enteró de que mi mamá estaba grave, se dejó ir. Sabíamos que la extrañaba después de una semana solo, pero se vino abajo en días", cuenta su hija con dolor. Una imagen pinta esa vida en soledad. Una mañana encontró a su padre sin medias: "Es que como no nos podemos agachar, tu mamá me las pone a mí y yo a ella", le dijo, dejándola con un nudo en el estómago.
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Semana fatal
Como si su mujer hubiese visto un pellizco del futuro, el lunes 7 de septiembre Antonio fue internado por precaución en el mismo efector, el Sanatorio Diagnóstico de Santa Fe. "Lo acompañé y le dije que los esperábamos en casa. Él estaba lucido y los laboratorios le daban bien. Solo tenía un pequeño problema de oxígeno", aporta la docente. Pero Antonio estaba nervioso, se quería ir. Incluso intentó arrancarse la sonda. El jueves 10 se descompensó. El sábado 12 de septiembre se murió. Tan solo 5 días después, el 17 de septiembre, falleció Belkis. Nunca se enteró de que el virus se había cobrado la vida de su marido.
Si bien eran mayores, ninguno llevaba una vida sedentaria. "Mi viejo fue canillita toda su vida, y hasta marzo repartía a pie los diarios porque ya no tenía carnet de conducir. Mi vieja cocinaba todos los días. Eran personas super activas. No se murieron porque eran viejos, se los llevó el virus", asegura Verónica. Pero los padres no fueron los únicos que tuvieron COVID-19. La hija, mayor, Marta, vivía con ambos y también se contagió. "Vivimos enfrente. Ella lo cuidaba a mi papá. Cuando él se murió le tuve que avisar por teléfono, porque estaba aislada. Me tuvo que pasar una caja rociada con alcohol con los papeles para los trámites", recuerda su hermana. Como una mueca terrible del destino, el día que su madre falleció, Marta cumplió años.
La enfermedad fue cruel para las tres hijas (Patricia completa el trío), pero la despedida también les guardaba un trago amargo. Con los velorios prohibidos, con Antonio solo hubo un recorrido en auto y una brevísima despedida en el crematorio. Pero no pudo hacerse lo mismo con Belkis: "El cuerpo llegó en una ambulancia, con los empleados vestidos de astronauta, siendo que el cajón viene sellado. No nos dejaron despedirnos. Me agarró un ataque de nervios y corrí a abrazar el féretro. Me pasó como en los sueños, cuando querés gritar y no te sale la voz", rememoró conmocionada. "Yo todavía no caí, los sigo esperando todos los días", insistió la hermana menor.
Conciencia
Nadie sabe cómo se contagiaron. La familia había tomado todas las medidas de cuidado: los padres no habían salido desde el comienzo de la cuarentena. "Estaban tristes de no poder salir ni ver a los nietos. Por eso hacíamos una llamada familiar todos los días", cuenta Verónica. "Esto es algo que ves en la tele porque le pasó a otro, no me lo esperé jamás. Yo dejé a mis papás en un sanatorio y me traje dos urnas. Si no fuera por el virus, mis viejos estarían vivos y festejaría Navidad con ellos", lamentó.
Sobre la conciencia social frente al virus, advirtió: "Cuando hice los trámites por las defunciones, vi llegar casos de personas jóvenes, gente que no tenía problemas de salud. Esto no perdona edades. Salís a la calle y ves gente sin barbijo, compartiendo el mate o la cerveza. Al que lo cruzo se lo digo", se quejó. Y pidió "que cada uno se enfrente a los incumplidores, porque esto le puede pasar a cualquiera. El virus entra y no te pide permiso, te jode la vida. Llegó para quedarse, tenemos que entenderlo", manifestó.
El próximo 8 de octubre, en búsqueda de una despedida que no pudo realizar, la familia llevará las urnas a la basílica de Guadalupe, una de las iglesias de la capital provincial adonde la gente suele ir a hacer pedidos a la Virgen y depositar las cenizas de sus muertos. "El 2020 venía siendo un año duro para todos. Pero yo les decía a mis hermanas: «Qué bien que estábamos cuando decíamos ¿Qué más nos puede pasar?». Porque esto es irreversible", cerró.