“Aclaman en Nueva York a De Gaulle”. “Descienden cuerpos de paracaidistas en Tokio”. “Todavía arde Nagasaki por efectos de la bomba atómica”. “No será reconocido por el momento el gabinete Giral”. Con esos titulares en una portada abocada absolutamente a la coyuntura internacional salía a la luz por primera vez el diario Clarín, un 28 de agosto de 1945, con una tirada de 60.000 ejemplares. De pretensiones populares, Clarín salió a la calle a un valor de cinco centavos, la mitad del valor de La Nación y La Prensa, sus competidores directos.
La preponderancia de lo internacional en el periódico no fue una característica saliente solo de esa primera edición, sino que fue el tono de los primeros años de Clarín, por el enorme peso de la Segunda Guerra Mundial. El segundo semestre de 1945 fue el escenario del final de esta conflagración que explica el devenir del siglo XX y sus consecuencias traducidas en la destrucción de las grandes capitales europeas y los movimientos diplomáticos.
El mundo en 1945, cuando apareció Clarín, es un mundo en transición hacia grandes cambios. Tras las bombas atómicas, el reordenamiento geopolítico determinaría el rumbo de lo que vendría para el siglo XX: el reparto del globo entre Estados Unidos, la potencia capitalista por un lado y la URSS liderando el bloque oriental, por su parte, iba a marcar el ritmo del paneta en la política y la cultura.
En Argentina, el parteaguas que significó el peronismo se encontraba cerca de conducir definitivamente las riendas del Estado, cuando la histórica pueblada del 17 de octubre llevó a Perón a la primera magistratura. El país del mercado interno, los consumos populares y el protagonismo de los “cabecitas negras” en el espacio público, junto con el crecimiento de las clases medias fue en consonancia con la necesidad de un diario ágil, de títulos fuertes, y la construcción de un lector activo al estilo de Crítica o El Mundo. En el ejercicio de una lectura retrospectiva, es posible insertar a Clarín en ese acervo de publicaciones contemporáneas. “Nuestra hoja constituye una revolución en el periodismo popular argentino”, sostuvo Roberto Noble, el fundador del diario, en su primer editorial.
Noble no era un neófito de los medios y, a contrapelo con el tono de presunta objetividad e “independencia” que adoptó el diario en su época de convergencia e hiperconcentración multimedia, mucho menos era un novato en la política. En sus años de estudiante de Derecho, se enroló en el Partido Socialista y fue uno de los fundadores del Partido Socialista Independiente, una escisión partidaria liderada por Antonio De Tomaso, de la que se sentía intelectual orgánico. En representación de esa fuerza política fue Diputado Nacional por la Capital Federal en dos ocasiones y tuvo una participación activa en el golpe del 30, el primero de la historia argentina.
Desde su banca redactó la Ley de Propiedad Intelectual, identificada como la Ley Noble, que significó un mojón en las políticas estatales de la época en el mundo de la cultura. Al finalizar su mandato en 1936, fue designado al frente del Ministerio de Gobierno de la provincia de Buenos Aires, que se encontraba gobernada por Manuel Fresco.
Fresco es un curioso dirigente de mediados de siglo, que concentraba en su hacer político elementos de lo viejo que estaba muriendo, pero también de lo nuevo, que estaba por nacer. Si bien era cultor de la manipulación electoral llamada “fraude patriótico”, también fue propulsor de medidas de bienestar propias de la justicia social. De simpatías nazi-fascistas (durante su gestión se realizó un numeroso desfile de parafernalia nazi en La Plata) entendía a la radio como instrumento de propaganda. Es por ello, que atento al uso que se le daba al medio masivo de comunicación por excelencia en esos tiempos, en 1937 creó Radio Provincia. Y Noble formó parte de ese armado.
Sin ir más lejos, según señala Martín Sivak en su extraordinario trabajo “Clarín. El gran diario argentino” (2014), el tradicional slogan “un toque de atención para la solución argentina de los problemas argentinos”, que caracterízó al diario durante décadas se puede ver, con ligeras variaciones, en los documentos del Ministerio de Gobierno de Fresco.
Según los testimonios recogidos por Sivak y otros investigadores que trabajaron la génesis del diario, Horacio Maldonado, un periodista de Crítica, que fue cofundador de Clarín, influenció en la idea de que Noble funde un diario para retomar un lugar en la vida política de la Argentina, tras ser destituido de su cargo público tras la asunción de Roberto Ortíz, acusado de manejos irregulares de los fondos públicos.
Pero fundar un diario no era fácil: el precio del papel en la posguerra estaba encarecido y los costos laborales aumentaron, y es por ello que Noble reunió el dinero para lanzarse a los kioskos a partir de varios financistas. La versión oficial cuenta que, a partir de la venta de su chacra bonaerense, el abogado pudo solventar los gastos iniciales del diario, pero según documentos desclasificados del departamento de Estado de los Estados Unidos también fue importante el papel del diario Cabildo (una publicación pronazi caída en desgracia tras el desenlace de la guerra, financiada por la Embajada de Alemania y el gobierno de Farrel), que otorgó sus bobinas de papel a Clarín, en conjunto con la ayuda de un grupo de empresarios ligados a la naciente Unión Democrática, la coalición política compuesta por expresiones del más diverso pelaje, unidas en contra del peronismo. El haber reunido el capital inicial de orígenes tanto ex-aliados como ex-proeje, habla de la cintura política de una personalidad que comprendió que desde los medios era posible intervenir en la escena pública con mayor eficacia que desde la política institucional.
La trayectoria del diario osciló entre tendencias políticas opuestas, que fueron desde ciertas simpatías con el peronismo, pasando por el gorilismo en tiempos de proscripción del partido mayoritario, hasta llegar a su alianza con el desarrollismo, del que Noble fue fiel partidario y hasta ensayista, con un puñado de libros escritos sobre su pensamiento económico. Hasta 1969, año de su muerte, el empresario se encontró al frente de un diario que marcó el pulso del tratamiento de la realidad argentina hasta nuestros días.