Según el último censo nacional de población (de 2022), la Argentina tiene una población de 46.044.703 personas, de las cuales alrededor de siete millones (alrededor del 15,5%) superan los 60 años. En el país, se calcula que unas 15.500 personas tienen 100 años o más, el segmento que está experimentando el crecimiento más rápido.
A primera vista, estos números serían una buena noticia. Pero viene con un lado B: la prevalencia de demencia en la región [la proporción de personas que la padecen] se estima en el 8,5% y se proyecta que para 2050 alcance el 19,33 %, lo que representa un aumento de aproximadamente un 220%. Más que en Europa (en la actualidad, 6,9%, y proyectado para 2050, 7,7%) o América del Norte (6,5% y 12,1% proyectado).
No es necesario aclarar que esto subraya la importancia de concentrar esfuerzos en ofrecer las condiciones necesarias para evitar los estragos que pueden venir con la vejez. Es decir, no tanto sumar años a la vida, sino vida a los años. Para atacar este problema, es indispensable identificar los factores que más peso tienen en el déficit cognitivo y de funcionalidad asociados con el envejecimiento. Pero, destaca el neurocientífico argentino Agustín Ibañez, que dirige el Instituto Latinoamericano de Salud Cerebral de la Universidad Adolfo Ibáñez, de Chile, y es líder del grupo de Predictive Brain Health Modeling del Global Brain Health Institute (GBHI, Instituto Global de Salud Cerebral), “Hay un modelo muy universalista de cómo funciona y de cuáles son los riesgos para la demencia. El informe de la Comisión The Lancet sobre prevención, intervención y cuidado de esta patología generó una lista de 12 indicadores que se tienen en cuenta en todo el mundo. Pero el envejecimiento no es un proceso uniforme y los modelos existentes están basados en estudios desarrollados en su mayor parte en el norte global; en especial, en los Estados Unidos y Europa. En América Latina, una región multicultural y con sus particularidades, no son los mismos y todavía no fueron estudiados en detalle”.
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Para mitigar esa falta de información, Ibañez y colegas acaban de publicar un trabajo en Nature (https://www.nature.com/articles/s41591-023-02495-1) en el que analizan la importancia relativa de cada uno de ellos. Los resultados son un tanto inesperados: a diferencia de lo que se verifica en otros lugares, la edad y el sexo tienen efectos nulos o menores en los riesgos para envejecer saludablemente; influyen más los asociados con las disparidades sociales y de acceso a la salud. En suma, con la pobreza.
“En nuestra investigación analizamos la edad y el sexo de forma independiente, y por supuesto, predecían el envejecimiento saludable –explica Ibañez–. Las personas más jóvenes tienen mejor cognición y funcionalidad. Ahora, cuando uno analiza el peso combinado de todos los otros factores, pasan a tener un efecto mucho menor. En el fondo, la pobreza es el factor que más impacta, porque es un cúmulo de factores. Significa que dormís mal, comés mal, tenés menos educación y por ende, menos reserva cognitiva, contás con menos ingresos, tu calidad de vida es peor, tenés menos acceso al cuidado de la salud…"
Podría decirse que en América latina, la pobreza es la madre de todos los factores que conducen a un envejecimiento no saludable. Dentro de este universo se incluyen los demográficos, como la edad y el sexo; los sociales, como el nivel educativo o el status socioeconómico y el apoyo social; la salud (como hipertensión, diabetes y obesidad, depresión y ansiedad); y los de estilo de vida (consumo de alcohol, tabaquismo y actividad física). En los países desarrollados, los menos modificables, como la edad y el sexo, se consideran los principales contribuyentes al envejecimiento patológico, escriben los autores. Pero la importancia relativa de cada uno puede ser diferente y heterogénea en países con mayores disparidades. En los de América latina, los científicos vieron que estos pasan a figurar en un lugar inferior del ranking y los primeros puestos son ocupados por otros, como los desórdenes cardiometabólicos, los síntomas de trastornos mentales y las barreras para un estilo de vida saludable.
“En general, se estudia cada factor por sí solo –explica Ibañez–. Pero con métodos de aprendizaje automático, nosotros vimos que los riesgos se derivan de múltiples exposiciones acumulativas relacionadas con la disparidad que afectan el envejecimiento y la demencia”.
Estos patrones heterogéneos fueron más pronunciados en los países de ingresos bajos a medianos en comparación con los de ingresos altos, y en un país de ingresos altos a medianos, como Costa Rica, en comparación con China. “Estos patrones específicos de la región y asociados con la inequidad deberían informar las evaluaciones de riesgo nacionales de envejecimiento saludable en los países latinoamericanos y las intervenciones de salud pública adaptadas a la región”, subraya Ibañez.
Para Julián Busstin, también neurocientífico, especialista en psiquiatría y gerontopsiquiatría que no participó del trabajo, estos "son temas muy difíciles de investigar". "Me parece que es una buena noticia que se hagan ese tipo de trabajos –opinó–. Por otro lado, tiene sus limitaciones, que están relacionadas con que muchas de las respuestas eran subjetivas y no se podía comprobar si lo que respondían era cierto. Después hay que ver si las muestras son realmente representativas de cada población o si están bien recolectados los datos. Pero más allá de estas consideraciones, que siempre hay que tener con todo estudio, lo más importante es que se empiecen a estudiar estas cosas en Latinoamérica, que es algo que falta. Nosotros habíamos hecho un estudio con los centenarios de PAMI y también los factores de riesgo más importantes para un envejecimiento saludable eran los socioeconómicos. Se sabe que en los países en vías de desarrollo, estas cuestiones son las que determinan lo que va a suceder con la población a mediano plazo. Lo que sí me llamó mucho la atención es que los trastornos mentales se ubicaron en los primeros puestos del ranking por su incidencia en el deterioro de la cognición".
El envejecimiento cerebral saludable hace referencia a la capacidad funcional del cerebro que le permite a alguien vivir su vida al máximo de su capacidad. Tradicionalmente, se evalúa utilizando medidas de capacidad cognitiva y funcional que constituyen marcadores indirectos. Respecto de la cognición, se analizan múltiples dominios (como atención, resolución de problemas, aprendizaje y memoria, entre otros), mientras que la habilidad funcional abarca actividades de la vida diaria y de orden superior.
Ibañez destaca que estos hallazgos tienen múltiples implicancias para las políticas de salud pública en América latina. “Al comprender el papel crucial que juegan diversos factores, los gobiernos pueden diseñar intervenciones a medida de acuerdo con sus particularidades en cada país. (…) Nuestros resultados sugieren la necesidad de desarrollar planes sociales y de salud que aborden la combinación de múltiples factores de riesgo de envejecimiento simultáneamente. Debemos hacernos cargo del impacto multidimensional de la pobreza y la desigualdad si queremos garantizar el envejecimiento saludable en nuestras naciones –dice Ibañez–. Es importante recordar que el envejecimiento es un proceso continuo, en el que los factores de riesgo y los protectores ejercen una influencia acumulativa a lo largo de toda la vida de una persona”.
Y concluye: “La forma en la que envejecemos va a determinar los costos de la salud, la calidad de vida, la productividad… En ese sentido, este trabajo es súper importante. Es como invertir para el futuro en un tema crucial para los gobiernos y que no se está manejando bien”.
Los otros coautores del trabajo son Hernando Santamaría-García, Agustín Sainz-Ballesteros, Hernán Hernandez, Sebastián Moguilner, Marcelo Maito, Carolina Ochoa-Rosales, Michael Corley, Victor Valcour, J. Jaime Miranda, Brian Lawlor.