El análisis de los resultados del censo 2022, recientemente publicados por el Instituto Nacional de Estadística y Censos, arroja que nuestro país atraviesa un proceso de crecimiento "positivo y moderado". Según la cobertura territorial, la población es de 46.234.830 personas, lo que significa un aumento de 15,24% en relación con 2010, cuando se registraron 40.117.096 habitantes. No obstante, se observa con preocupación un proceso de envejecimiento poblacional a un ritmo acelerado que en las últimas décadas viene superando la media de los países de América Latina.
El envejecimiento demográfico significa el aumento progresivo de la proporción de personas mayores con respecto a la población total, lo que termina generando una alteración del perfil de la estructura social y etaria. La pirámide clásica, en forma de triangulo, históricamente en Argentina ha tenido una base más amplia, que representa los nacimientos y jóvenes, y una cúspide más angosta de personas con mayor edad. Sin embargo esta estructura se ha modificado en las últimas décadas como consecuencia de la conjunción de dos procesos sociales simultáneos: el descenso de los nacimientos y el aumento de la expectativa de vida en los adultos mayores.
En principio esta tendencia al envejecimiento se verifica si tenemos en cuenta el promedio de edad. Actualmente a nivel nacional, la edad mediana es de 32 años, 2 más que lo que se registraba hace una década. Pero además puede medirse a través de un índice que calcula la cantidad de mayores de 65 años por cada 100 habitantes de hasta 14 años. Ese índice en 2022 fue de 53, 13 puntos más que en 2010, el doble de lo que sucedía en 1970 (24 puntos) y su pico máximo en los últimos 50 años.
Un dato claramente positivo es que la expectativa de vida ha crecido ininterrumpidamente en nuestro país, de modo que en 2022 el censo identificó más de 220.000 argentinos que superaron los 90 años, y se estima un crecimiento aún mayor para las próximas décadas. Este indicador tiene que ver con las condiciones de vida, de salud, ambientales, el trabajo, la educación, el acceso a servicios e infraestructura, la vivienda, la seguridad, la tecnología, el desarrollo científico y otros aspectos sociales en un determinado territorio, que permiten a las personas vivir más tiempo y en buenas condiciones. De hecho esta categoría la usa la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para identificar el grado de desarrollo humano de un país.
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El otro gran punto a tener en cuenta es la caída en la fecundidad que se trata de un fenómeno sociocultural universal y un reto demográfico para muchos países del mundo, sobre todo los más desarrollados. A nivel local adquiere características propias ligadas a las recurrentes crisis económicas que afectan sobre todo a los jóvenes y a cambios de paradigma que han fomentado la postergación de la edad para iniciar un proyecto familiar o en la decisión de no procrear directamente. En Argentina la franja etaria de 0 a 4 años es la única que decreció en toda la pirámide poblacional argentina desde el CENSO de 2010. Según las cifras oficiales, en 2022 había 2,8 millones de niños, medio millón menos que la última medición, y 850 mil niños menos de lo que el Estado había proyectado como crecimiento de natalidad.
Según datos publicados en 2021 por el Registro Nacional de las Personas (RENAPER) en Argentina, en las últimas cuatro décadas se ha marcado una fuerte disminución en la cantidad de nacimientos. La Tasa Global de Fecundidad (TGF) es la cifra que mide la cantidad de hijos que en promedio tiene cada mujer o persona gestante. En nuestro país la TGF se ha reducido en un 54,5% entre 1980 y 2021, lo que se traduce en una disminución de la TGF de 3,3 a 1,5 hijos por persona en 2021. Por otro lado la Tasa Bruta de Natalidad (TBN), que indica el número de nacimientos por cada mil habitantes, también ha disminuido en el mismo periodo, pasando de 25 nacimientos por cada mil habitantes en 1980 a 11 en 2021.
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El mapa del envejecimiento no es parejo a nivel territorial. Generalmente en todo el mundo se trata de un problema de corte mayoritariamente urbano y metropolitano. En Argentina, por ejemplo, la Ciudad de Buenos Aires es el distrito que registra mayores niveles de envejecimiento poblacional. En la ciudad el 17% de los habitantes son mayores de 65 años, algo que también ocurre en otras provincias como Santa Fe, La Pampa y Córdoba, pero con cifras que no superan el 12%. Actualmente la Tasa Bruta de Natalidad estimada para el total del país es de 11,09 por mil habitantes. Pero al hacer un análisis por jurisdicción se aprecia que las provincias del norte como Misiones, Chaco, Formosa, Santiago del Estero, Salta, Corrientes o San Juan presentan tasas más altas, situación que se reduce en el centro del país y en la zona de Patagonia.
Por qué hay menos nacimientos
Los jóvenes adultos actuales atraviesan múltiples dificultades que los han condicionado a la hora de autonomizarse o encarar un proyecto familiar. El principal factor suele ser el económico, y en este sentido no es casual que la incidencia de la pobreza en la población juvenil haya crecido de forma significativa en los últimos años. En este marco muchos jóvenes en los últimos años se endeudaron, tuvieron que volver al hogar familiar, optaron por suspender la posibilidad de irse a vivir solos, o incluso deciden no tener hijos por no tener las herramientas ni posibilidades económicas para mantenerlo.
Además la modificación en la tasa está relacionada con una marcada baja en los embarazos adolescentes. Según el estudio "Odisea Demográfica. Tendencias demográficas en Argentina: insumos clave para el diseño del bienestar social", los embarazos en dicha etapa vital bajaron 55% entre 2015 y 2020, aproximadamente 60 mil embarazos menos por año en personas gestantes de hasta 20 años de edad. Por su puesto que existen diferentes realidades y según datos del Ministerio de Salud de la Nación esto no se evidencia de forma homogénea en todo el país: la Ciudad de Buenos Aires es la que presenta la tasa de fecundidad adolescente más baja (6,7 por 1.000), y en el otro extremo se ubican Chaco (52,6 por mil) y Misiones (52,4 por 1.000).
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Entre las principales causas de ello se destacan la entrega masiva de métodos anticonceptivos de larga duración, la efectiva implementación de la Ley de Educación Sexual Integral, las políticas de Salud Sexual y Reproductiva implementadas de forma sostenida en el tiempo en materia de prevención del embarazo no intencional, la aprobación de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, y los cambios sociales y culturales impulsados por los feminismos.
Pero hay otros factores que empiezan a jugar fuerte y se vuelven constitutivos de un verdadero hecho social y cultural: el sentimiento de incertidumbre y poca previsibilidad; la necesidad de vivir en el presente por el miedo a un futuro que se presenta como distópico y expulsivo; las consecuencia del cambio climático, las guerras, y el avance de la violencia a nivel mundial; los cambios en los roles de género, la ruptura de los mandatos sociales y la posibilidad de optar por el desarrollo profesional y laboral, más aún en las mujeres y personas gestantes; y la modificación en el imaginario del rol de la familia como gran ordenador social. Este último factor está fuertemente anclado a una transformación profunda de los valores sociales que en los últimos años se han alejado de lo colectivo, lo social y lo comunitario, para ponderar el proyecto individual, la libertad, la independencia económica y el consumo.