Hace pocas semanas, el politólogo y director de la murga más numerosa de la Ciudad, “Los Amantes de La Boca”, Facundo Carman, presentó el libro “El Carnaval Porteño durante el Siglo XX: a través de los diarios y revistas”. Se trata de una minuciosa investigación repleta de fotografías, publicidades de la época y datos de color sobre el recorrido del carnaval de nuestra ciudad según la mirada de los medios a lo largo del siglo XX. Para Carman, la obra busca resaltar la dimensión histórica que tiene este pintoresco festejo popular. El pasado 11 de julio, el libro fue declarado de interés cultural en la Legislatura porteña.
Las primeras murgas
No se sabe a ciencia cierta cuándo surgieron las murgas en Buenos Aires, pero Carman destaca que el carnaval del siglo XIX fue mucho más estudiado que el del siglo XX. “El primero en suspender los Carnavales fue Juan Manuel de Rosas con una política que apuntaba contra la población negra. Ahí surgen las comparsas, que eran grupos de inmigrantes. Entonces los que venían de Nápoles hacían su comparsa, con su ropa y su música, y los que venían de otra ciudad hacían la suya y así…”, describe Carman.
Estos carnavales continuaron durante las fuertes oleadas de inmigrantes, pero a partir de la crisis provocada por la Primera Guerra Mundial, la vestimenta típica ya no se pudo sostener. Mientras tanto, los inmigrantes comenzaban a “acriollarse” y fue así como a partir de 1914 y 1915 se empezaron a publicar crónicas en los diarios sobre la aparición de murgas más barriales, con menos cantidad de gente, con vestimenta más humilde, con el bombo y el platillo como elementos principales y con un baile que tenía bastante influencia africana.
“El carnaval porteño son los bailes, el tango y el juego con agua”
En diálogo con El Destape, el investigador asegura que a principios del siglo XX los carnavales eran actos bastante catárticos y caóticos en los que la gente se tiraba con agua y con harina. “En el libro debe haber cerca de 10 mil edictos prohibiendo el juego con agua. Era algo que se hacía en todos los barrios y que no se pudo parar por lo menos hasta la década del 90”, describe.
La época de mayor esplendor de las murgas porteñas fue a lo largo de la década del 50. Eran años en los que las murgas actuaban en los clubes de barrio, teatros y sociedades de fomento y se armaban filas enormes para poder entrar.
Un detalle curioso que encontró Carman a lo largo de la investigación es que muchos murgueros aseguran que en 1953 no hubo carnavales por la muerte de Evita. Sin embargo, esto no fue así. “Lo que no hubo fueron corsos callejeros, pero eso se debía al desarrollo del Segundo Plan Quinquenal, que generó un ahorro muy fuerte de la energía eléctrica, entonces cortaban la luz pública. En esa época hubo carnavales espectaculares”, revela.
Un aspecto poco desarrollado entre los historiadores del tango y que Carman recupera es la gran difusión que tuvo ese género en los bailes de carnaval. “No existía un baile de carnaval sin las orquestas de tango. No solo trabajaban, sino que estrenaban sus temas en carnaval porque si andaba bien después vendían un montón y los contrataban por todos lados. Hubo una relación simbiótica en la que se necesitaron mutuamente desde principio de siglo hasta mediados de los 50, cuando irrumpieron el rock y el twist”, asegura.
El investigador agrega que los corsos eran los únicos momentos de “escape”, “donde podías tirarle onda al pibe o piba que te gustaba”. Eran épocas en las que el carnaval era festejado por todas las clases sociales, y las mujeres y los hombres tomaban clases para aprender a bailar tango “porque después del corso todo el mundo iba a los bailes”.
Cuando las mellizas Legrand ganaron el premio Miss Carnaval
Un hito importante en la historia de los carnavales fue el auge de los disfraces, que duró hasta la década del 60. “Actualmente hay muchos disfraces dentro de la murga, pero antes la gente iba disfrazada a ver el corso”, asegura Carman.
Otro dato curioso que encontró el investigador es que en 1939 se instaló el concurso Miss Carnaval, en el que no se premiaba la belleza, sino que se elegía el mejor disfraz, entonces podían participar niñas de 12, 15, 16 años. Ese año, el premio lo ganó una niña de 11 años llamada María Aurelia Martínez, por su traje de princesa rusa que había sido tejido a mano por su madre. Al año siguiente, en 1940, el premio lo ganó otra niña de 12 años, por su traje dorado de toledana (de Toledo, España) que también había sido tejido a mano por su madre. Casualmente, la ganadora era la hermana gemela de la niña premiada el año anterior. “Se llamaba Rosa María y salió en la primera plana de todos los diarios. Cuando vi las fotos, su cara me resultó conocida, ¡eran las mellizas Legrand! Gracias a la fama que ganaron por el carnaval porteño, cinco meses después tuvieron su primer papel en el cine y empezaron su carrera”, relata Carman entre risas.
Los carnavales y la dictadura
Luego, tras el golpe de Estado de 1976, Videla eliminó los feriados. “No eliminaron el carnaval, sino que quitaron los seis feriados y eso fue un golpe durísimo”, recuerda.
El investigador destaca que un error habitual en el relato histórico sobre las murgas porteñas es pensar que durante la última dictadura cívico-militar no hubo corsos. “La realidad es que hubo, el tema es qué tipo de corsos”, aclara. “En 1978, como se venía el Mundial de futbol, dejaron hacer dos o tres carnavales en algunos barrios como Villa Devoto y Villa del Parque, con asociaciones que ellos mismos inventaban, y que eran asociaciones pro-militares. El 30 de enero de ese año, en el Boletín Municipal salió publicada una asociación vecinal fantasma de Villa del Parque y al día siguiente publicaron la autorización del corso de Villa del Parque”, relata a modo de ejemplo.
Por otro lado, en la década del 80, el intendente militar de facto de la Ciudad de Buenos Aires, Osvaldo Cacciatore, planeó un carnaval grandilocuente por los 400 años de la Ciudad. “Ahí se volvió a armar el corso sobre la Avenida de Mayo, pero Cacciatore prohibió las murgas e hizo traer con un avión presidencial a la Comparsa Ara Berá de Corrientes. Con el retorno de la Democracia, lo juzgaron por malversación de fondos y una de las causas fue sobre los gastos del carnaval de 1980”, describe Carman.
La vuelta de la democracia
Con la Democracia “volvimos los que sobrevivimos”, dice Carman. “El carnaval se había dividido en sábado y domingo y ya no era la misma estructura. Se perdieron los bailes en los clubes, que eran muy importantes, desaparecieron las sociedades de fomento y las organizaciones vecinales que eran las encargadas de organizar los corsos. En su lugar apareció una figura nueva que era el ‘corsero’, que transaba con la municipalidad”, describe.
En la década 90, según el investigador, hubo una gran porción de la clase media a la que ya no le interesaba la política partidaria y que se volcó a formas culturales. Para Carman, ese fue el momento en que las murgas empezaron a crecer nuevamente. El Gobierno de la Ciudad realizaba talleres del que se “llenaban” y aparecieron muchas murgas nuevas. “Se produjo una explosión tremenda. En 1996 nos juntamos por primera vez todas las murgas de la Ciudad y lo primero que dijimos es que había que dejar de reproducir la lógica del fútbol y dejar de pelearnos”. De esta forma, comenzaron a organizarse, a exigir una ordenanza para que se reconociera a las murgas como patrimonio cultural y en febrero 1997 se produjo la primera marcha de las murgas. Finalmente, esa ordenanza fue promulgada en 1998. “Esa madrugada después de la votación fue una fiesta”, recuerda Carman.
El investigador asegura que hoy en día, 14 años después de que la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner restituyera los feriados, los carnavales son una cultura barrial muy importante. En algunos barrios como La Boca la participación es muy numerosa, y en otros barrios como Saavedra, Boedo y Villa Ortuzar también se dio un importante crecimiento. “Creo que ahora habrá otro boom, eso suele producirse en los momentos de mucha crisis porque las murgas son espacios que también sirven como contención social”, sintetiza.
El libro
El libro de casi 700 páginas está dividido en diez capítulos, uno por cada década del siglo XX, y es el resultado de diez años de trabajo, durante los cuales el autor buscó fotografías y documentación en las hemerotecas y colecciones privadas.
“Cada década es una historia con sus conflictos. Con el peronismo, con el radicalismo, las dictaduras, etc.”, afirma el investigador. El libro fue editado por la editorial Papel Picado y se puede encargar por correo electrónico a facucarman@gmail.com.