El próximo 9 de mayo Agustina cumplirá siete. Los últimos dos años estuvieron atravesados por agresiones verbales constantes, de parte de sus compañeros de jardín y primer grado, hechos que tomaron notoriedad a partir de que un familiar publique sus expresiones de dolor en redes sociales. Hasta entonces, la familia Palma vivía en silencio el acoso escolar hacia la mas pequeña del hogar. La escuchaban decir que “no quería ir mas a la escuela” y pedía a Dios que "la llevara al cielo porque estaba cansada y harta” de que la trataran de “gorda".
Dos videos en Facebook de Mariela Paz- tía de la niña- llegaron a manos de la Dirección General de Escuelas (DGE), municipio de Tupungato (de donde son oriundos) y a los vecinos. Sin embargo, el efecto de mayor relevancia inició por un WhatsApp de la artista del momento, Lali Espósito, que, tras verlos, envió un sentido mensaje: “Quiero invitarte a uno de mis conciertos... No hay que llorar porque uno siempre tiene que amarse y tenemos mucha gente que nos quiere, sos especial y una reina total”, le expresó. En julio, ambas se encontraron y, pese a que “no le salieron palabras”, Agustina entendió el mensaje en aquel estadio mendocino, frente a su ídola.
“Estaba feliz, cambió un montón, empezó a olvidar lo que había sucedido”, comentó a El Destape su papá Juan Carlos Palma (46), trabajador rural. El proceso fue seguido de cerca también por su mamá Verónica Paz (36) y sus hermanos Mónica (22), Sara (19) y Jonathan (14). La experiencia hizo que Agustina se sintiera mejor y más alegre, aunque continúa con altos y bajos lógicos de un crecimiento progresivo. La familia manifiesta que se levanta contenta y motivada para ir a su nueva escuela del distrito Dubois (a 8 km de su casa), donde, también, dos primos asisten, acompañándola y brindándole mayor seguridad.
Las deudas pendientes
Agustina se levanta todos los días antes de las 7 de la mañana para llegar a su nueva escuela, a través de dos colectivos. Este año escolar ha mejorado notablemente, luego de meses de virtualidad brindados por su anterior colegio, el “Lindor Castillo”, del distrito La Arboleda de Tupungato. En su momento, intentó regresar presencialmente pero, por los recuerdos de su mala experiencia, finalmente prefirió no hacerlo.
Cuando Agustina pidió continuar su escolaridad fuera de él, los padres la acompañaron. Además de los episodios narrados por su hija, la experiencia que tuvieron frente a la inacción de la dirigencia educativa solo fortaleció más la decisión. El camino comenzó en abril del año pasado, cuando agotaron los intentos del retorno. La familia insistió frente a la DGE por un banco, pero desde el organismo provincial dieron una lista con 5 opciones de escuelas cercanas. Sin embargo, Agustina quería sentirse cuidada y solo tenía un establecimiento en mente: la escuela Ojo en Agua, donde está ahora. Desde ese momento, comenzó la lucha con el municipio de disponer de una movilidad por las distancias rurales y el tiempo de viaje. La promesa, sin embargo, quedó a mitad de camino. Por fortuna, una familia argentina en España llamó a "Juanca" Palma, padre de Agustina, y se comprometió por algunos meses a enviar dinero para los costos del traslado.
Como si fuera poco, el abogado que voluntariamente representaría a la niña abandonó el caso y se llevó las intenciones de presentar denuncias. Sin aquella movilidad, sin representación jurídica y sin seguimiento profesional, ahora el papá reclama por un profesional en psicología que pueda guiar a su hija en este proceso. “No es la misma de cuando era chiquita. Hoy muestra actitudes de rebeldía”, asegura Palma, afirmando que pagaron algunas sesiones pero su presupuesto no alcanza y la psicóloga del centro asistencial cercano no puede brindarle asistencia ya que atiende a una persona del entorno de la pequeña.
“Agustina tiene muchas cosas guardadas adentro y por ahí las saca”, expresa su padre. Con 7 años, tuvo que enfrentarse a las descalificaciones de sus pares y a un sistema que no mostró ser eficiente desde el inicio de los conflictos. Sus padres intentan brindarle el mejor de los futuros a ella y a Jonathan, los dos menores que viven en casa. Juntos afianzaron el objetivo de salir adelante: hoy aceptan relatar su historia para permitir que otras salgan a la luz y que, poco a poco, el dolor y sufrimiento sanen.