¿Dónde están las feministas?

19 de julio, 2024 | 17.51

¿Por qué el presidente de la AMIA ocupa parte de su discurso a 30 años del atentado más terrible que sufrió nuestro país, un atentado del que no se sabe ni quiénes lo perpetraron y por qué para atacar a feministas y grupos LGBT? ¿Vale la pena recoger ese guante tirado en nuestra cara? Como parte del grupo que inició el movimiento Ni una menos, a quienes se nos acusó ayer de tener “una letra chica” para excluir a las “chicas judías” de un postulado que hemos enunciado más de una vez: nuestros cuerpos no son campos de batalla, dudo. Pero tampoco lo quiero dejar pasar.

Si dudo es porque sabemos que las derechas más radicales vienen usando a los feminismos y al movimiento de disidencias sexuales como chivo expiatorio. Javier Milei, que se presenta a sí mismo como faro de la ultra derecha, acusa directamente a estos movimientos de empobrecer al Estado por reclamar políticas públicas para reparar las inequidades estructurales de mujeres y personas LGBTI+. Suele parecer un desvío de la atención sobre lo más urgente: la imposibilidad de sostener la vida en medio de un ajuste que pagan las personas más vulnerables de la sociedad y que no le quita nada a los más poderosos. ¿Pero acaso el movimiento feminista popular en Argentina no se gestó en torno a las ollas populares desde fines de los ’90? Cuando quienes cocinaban como ahora, haciendo malabares para conseguir un guiso proteico cuando faltaba (y falta) todo, se encontraban y conversaban y surgían las historias de violencia, la bronca por que las que sostenían la vida cotidiana y también las acciones políticas -como los piquetes y las marchas- después no tenían voz en las asambleas y las decisiones colectivas.

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Estamos hablando de un movimiento que está en la base de todas las demandas, que reclama por la dignidad de la vida, desde el alimento hasta el disfrute, desde una vida sin violencia por ser quien sos, hasta la participación política, laboral y en todos los ámbitos de la vida pública. Un movimiento que junto al LGBTIQ+ expone preguntas que van al centro de la inequidad: ¿por qué hay jerarquía para algunos cuerpos sobre otros? ¿Por qué hay un deber ser y estar en el mundo que segrega a otras experiencias, deseos, formas de hacer comunidad o familia? Entre muchas otras.

Las acusaciones del presidente de la AMIA son ofensivas por su liviandad frente a la gravedad de los hechos, al tamaño de la impunidad que tan bien se describió en este medio, en esta nota, por ejemplo. Acusa porque lo que defiende es una apropiación de nuestros movimientos en lo que se llama pinkwashing y es el intento de lavar acciones brutales bajo el paraguas de la equidad en cuestiones de género u orientación sexual. “Muchos de los grupos del LGTB prefieren callar o incluso hasta flamear banderas de regímenes totalitarios antidemocráticos que los humillan y discriminan. Pero todo parece preferible antes que mostrar solidaridad con las víctimas judías.”, dijo Amos Linetzky. El Estado de Israel reconoce derechos a las personas gays y lesbianas, turistas de todas las orientaciones sexuales se supone que pueden caminar tranquilos por sus ciudades; eso no les exime de tener que ser parte del ejército, tampoco, en el caso de quienes van de visita, de quedar expuestos a un conflicto que en nombre de la seguridad de unos no ha hecho más que escalar hasta las dimensiones escalofriantes de que el 94 por ciento de la población palestina tenga el agua cortada o que las mil injustificadas y crueles muertes -más los cientos de rehenes- del atentado del 7 de octubre pasado se hayan contestado con 40 mil muertes en territorio palestino. Y ese número no deja de crecer.

“Si la victoria se mide por el éxito en causar un trauma de por vida a un millón ochocientas mil personas (y no por primera vez) que esperan ser ejecutadas en cualquier momento, entonces la victoria es tuya y se suma a nuestra implosión moral, la derrota ética de una sociedad descomprometida con la autoindagación…”, escribía la periodista judía Amira Hass en julio de 2014 el diario Haaretz. La cita Sarah Schulman, escritora y activista también judía en su libro El conflicto no es abuso. Contra la sobredimensión del daño (Paidós), quien sigue más adelante para contextualizar las palabras de Hass: “Un grupo merece el derecho a no ser cuestionado y tiene derecho a deshumanizar (…) mientras utiliza esta distorsión como motivo de autocomplacencia indiferente al dolor que causa”.

El libro de Schulman nos interpela a las feministas, titila desde su título cada vez que se denuncia una violencia sexual porque si nuestra propuesta es poner la dignidad de la vida en el centro de nuestras luchas y por tanto enfrentar a la crueldad no podemos aplicarla -pidiendo cárcel o cancelaciones- como reparación al daño sufrido. En ese texto que va desde las relaciones interpersonales hasta el conflicto en Medio Oriente la premisa es desescalar, reconocerse como parte del conflicto y no en poder de una única verdad, distinguir el conflicto. El daño no repara al daño.

Desescalar es todo lo que no sucede cuando las guerras se hacen y se defienden en nombre de la paz. O en nombre de la seguridad. La seguridad, tantas veces, es un arma de guerra. Desescalar es lo que no hizo el presidente de la AMIA en un acto doloroso por su memoria y por la actualidad de la impunidad cuando cargó contra Unicef, la Cruz Roja, los organismos de Derechos Humanos, las organizaciones LGBTIQ+ y feministas. No sabemos de cuál falta de pronunciamiento habla o de qué tipo tendría que haber sido, porque el ataque sobre gente inocente el 7 de octubre dolió, hacia dentro de nuestros movimientos hay amigues, familiares que lo sufrieron en carne propia. ¿Habrá algún protocolo para medir el tamaño del repudio? ¿O es que la época habilita convertirnos en chivo expiatorio? Aún así, desde ese lugar de blanco móvil en que se pretende fijar a movimientos dinámicos y diversos -donde incluso habrá quienes no se identifiquen para nada en estas reflexiones-, sabemos que reclamar equidad para nosotres implica enfrentarse a la crueldad. No hay ningún derecho individual que justifique un genocidio, por muy de rosa que se pinte. El cese al fuego en Gaza es urgente.