“Mi abuela murió con 35 años, madre de 9 hijos, entre ellos mi vieja. No quería tener más hijos. Su marido no se quería cuidar, y no la dejaba a ella cuidarse, porque decía que “le faltaba a Dios”. Murió tratando de abortar con agujas.”
“Ayer tuve que sacarle el DIU a una paciente. Su marido intentó sacárselo por la fuerza, porque cree que ella se lo puso para tener sexo con otros. Ella simplemente no quiere tener más hijos. Trabaja cosiendo en un taller 10 horas por día. No puede llevarse pastillas ni venir todos los meses a ponerse el inyectable. 'No quiero tener más problemas, sacame el DIU', dice. Se lo saco. Pensamos juntas cómo encontrarle la vuelta. Su marido jamás aceptó ni va a aceptar ponerse un preservativo. Pusimos unos anticonceptivos de emergencia en una caja de otra cosa. ¿Sabés qué? Esas son las mujeres que se mueren en abortos clandestinos. No alcanza con tener métodos anticonceptivos. Hay que terminar con el patriarcado.”
Estos son sólo dos de los cientos de testimonios que recibí en los últimos años. El primero narra un episodio sucedido medio siglo atrás, mientras que el segundo se sitúa en la actualidad. Dicen que no tenemos que quejarnos porque ya ganamos un puñado de derechos, que nos dejemos de joder. Pero ya ves: las décadas pasaron, los relatos son los mismos.
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Cuando los sectores más reaccionarios nos ladran “¿Y por qué no se cuidan, putas?”, “entonces cierren las piernas” (sí, suena fuerte, pero es exactamente lo que las personas que peleamos por esta ley soportamos todos los días. Y créanme que estos son de los comentarios más leves)... Cuando los sectores reaccionarios que se oponen a la legalización de la IVE dicen semejantes barbaridades, están señalando un fenómeno sociocultural, que lamentablemente también intoxica lo político.
Esos comentarios delatan la noción errónea de que los embarazos son de las mujeres (“te hubieras cuidado, hubieses cerrado las piernas”), como si en el proceso del embarazo no hubiese un espermatozoide involucrado, y detrás una eyaculación, y detrás un pene, y detrás un hombre.
Para ese sector, la responsabilidad del embarazo es nuestra, pero NO es nuestra la posibilidad de elegir gestar o no. Ese derecho no nos corresponde. Ese derecho que determina nuestra existencia para siempre, que implica una responsabilidad de por vida, ese derecho que atañe nada más y nada menos que a nuestro útero, parece ser terreno de ellos. Gente y más gente arrogándose la potestad de colonizar y plantar bandera dentro de nuestros úteros. Dentro del mío. Dentro del tuyo. Parece ciencia ficción, ¿no?
Lo otro que se ve detrás de esos comentarios, es que hay un profundo odio por la libertad y el disfrute de la mujer. Consumen la imagen de la mujer sexual en la pornografía, o en lo que atribuyen a cada extraña que acosan en la calle. Pero públicamente, y en lo que se refiere a nuestros derechos, no nos quieren sexuales, ni gozando de la soberanía sobre nuestros cuerpos. Los repele. Los asusta. Por eso el violento y el femicida cometen sus horrores: porque son hijos del patriarcado que ante el atisbo de libertad, de autonomía y de auto completitud de la mujer, deciden destruirla, desaparecerla psíquica o físicamente. Anularla.
Es que, detrás de esos comentarios, hay un sistema de pensamiento. Un sistema que afecta lo social, lo vincular, lo cultural y lo político. Un sistema que a muchos les conviene perpetuar. Porque la liberación feminista trae aparejadas muchas otras liberaciones. Trae la apertura a políticas inclusivas respecto de diversidades, trae una impronta sobre otro concepto de familia, otra manera de criar hijxs, o de decidir no hacerlo. El movimiento feminista empuja la apertura de los ámbitos laborales y académicos para ganar espacios de decisión y terminar con la brecha salarial. Impulsa nuevos contenidos, lenguajes y puntos de vista en la cultura y en los medios de comunicación. El feminismo genera redes de protección y defensa contra las violencias machistas que oprimen a mujeres y niñxs.
Al sistema más rancio y patriarcal, esta corriente liberadora no le gusta. Le aterra, le mueve los cimientos. Son muchas las personas que temen perder sus privilegios si las mujeres ganamos autonomía y poder de decisión.
Y claro, no hay expresión más contundente y absoluta de autonomía que decidir sobre el propio sistema reproductivo. Es el núcleo y a la vez la punta del iceberg de un cambio de paradigma inmenso y necesario.
Nos quieren hacer creer que no importan las circunstancias, ni el deseo, ni la predisposición: basta con que un espermatozoide y un óvulo se encuentren, para que gestar, parir y maternar sea el destino obligado. Como decía el otro día un perfecto ejemplar patriarcal en redes sociales: “Hay que poblar, esa es la función que cumplen, para eso están acá, para poblar y favorecer el desarrollo”. ¿El desarrollo de quién? De pronto no sé si reírme o insultar. ¿Qué clase de sociedad somos, si frente a un embarazo no deseado, las únicas opciones son la maternidad forzada o el estigma y el riesgo de vida? No somos máquinas reproductoras. Y en todo caso, ya es hora de preguntarnos qué sería el verdadero desarrollo. En nombre del desarrollo reventamos nuestros recursos naturales y hoy estamos en emergencia climática. En nombre del desarrollo vivimos en un mundo que explota y esclaviza para perpetuar la voracidad de unos pocos. Es hora de terminar con el oscurantismo y la doble moral.
Tenemos un promedio de 8 millones de niñas y niños por debajo de la línea de la pobreza en Argentina. Pero quieren que sigamos “poblando”, en nombre de la productividad, en nombre de la religión, en nombre del orden social.
Hay infancias vulneradas, violentadas por la desidia, por el abandono social y político. Argentina arrastra una indiferencia histórica frente a la niñez, que se va eternizando en desamparo generación tras generación. Necesitamos empezar a gestar, parir y criar de otra manera. Necesitamos hacerlo a conciencia, desde el compromiso compartido, con responsabilidad emocional y respaldadas por contextos que lo permitan. Pero sobre todo, necesitamos poder hacerlo desde la elección.
No somos recipientes ni incubadoras.
Somos personas con la responsabilidad de formar personas, en todo caso. Y la mujer que decide interrumpir un embarazo, llega a esa instancia y asume el riesgo de hacerlo porque, justamente, sabe que no se trata de “poblar”, sino de criar, cuidar, formar. Esa mujer está entendiendo la responsabilidad inmensa y compleja de maternar, y de ahí se desprende la certeza de que la circunstancia no es propicia. Lo medita, lo sopesa, lo elige. No importa la clase social, ni el factor sociocultural, ni siquiera la religión: hay personas que lo eligen. Es parte de nuestra realidad, guste o no, y mirar para otro lado no lo va a hacer desaparecer.
¿Qué pasaría si de una vez por todas la educación sexual, integral y laica llegara a todas las escuelas del país, sin excepción? ESI para enseñar sobre anticoncepción, ESI para frenar la discriminación a las diversidades sexuales, ESI para frenar la violencia de género desde la infancia; para detectar y terminar con el abuso infantil.
¿Qué pasaría si el acceso gratuito a métodos anticonceptivos llegara realmente a cada consultorio, a cada hospital, a cada salita de cada región de la Argentina, y a la vez se invirtieran recursos en campañas de concientización respecto de los métodos?
¿Qué pasaría si se respetara el protocolo ILE que habilita desde 1921 a través del articulo 86 del Código Penal, la interrupción legal del embarazo en casos de violación, y dejaran de forzar a gestar, parir y maternar a niñas de 11 años? ¿Qué pasaría si todas y todos trabajáramos para que las niñas argentinas puedan ser niñas, y no madres?
¿Qué pasaría si una persona gestante (por falta de educación sexual, por falta de acceso a anticonceptivos, por ser víctima de un contexto como el que planteaba en los testimonios al comienzo de esta nota, porque le falló el método, por la contingencia que sea) pudiera decidir interrumpir un embarazo sin ser estigmatizada y criminalizada, sin poner en riesgo su vida ni su salud reproductiva, y así dejar abierta la posibilidad de ser madre a conciencia y en el momento elegido desde el deseo? ¿Qué pasaría si el sistema de salud contuviera a esta persona ofreciéndole la posibilidad de un aborto medicamentoso, ambulatorio, sin cirugía ni internación (menos costoso que la atención médica que requiere una hemorragia o una sepsis por la mala práctica de un aborto clandestino)?
¿Qué pasaría si esa persona se fuera con un control posterior y con un plan de anticoncepción para no repetir la experiencia (a diferencia de un aborto clandestino en donde pueden quedar secuelas inadvertidas, y en donde no hay plan de anticoncepción, porque un nuevo embarazo significaría un nuevo negocio para el abortero)?
¿Qué pasaría si el Estado regulara esta realidad (que ya existe, aquí y en el mundo, ahora y desde siempre, al margen de cualquier creencia personal), y cuidara la salud reproductiva de su población con capacidad de gestar, a la vez que implementara un límite de semanas de gestación, un recuento de estadísticas controlables, un protocolo de acción consensuado?
¿Qué pasaría si decidiéramos mirar este asunto de frente, en vez de seguir escondiéndolo bajo la alfombra, fingiendo que si no lo legalizamos deja de existir?
¿Qué pasaría si nos animáramos, como sociedad, a dar un gran salto madurativo hacia la equidad, confiando en el beneficio global que eso conlleva?
Es ahora.
Este martes 29, educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir.