24M: la dictadura en el cuerpo y la memoria en la piel, las historias detrás de los tatuajes que no olvidan

Hijas e hijos de militantes-desaparecidos y sobrevivientes cuentan este 24 de marzo sus historias a través de los dibujos que llevan en la piel, que tienen marcas del terrorismo de Estado. 

24 de marzo, 2024 | 00.05

A 48 años del golpe de Estado, y en tiempos de negacionismo, hijas e hijos de militantes detenidos-desaparecidos lucen los tatuajes como expresión ante la ausencia. La pregunta sin respuesta ¿dónde están? tiene territorio en el cuerpo del hijo o hija, algunos también sobrevivientes. Las flores porque no hay tumba, la cara de la madre desaparecida, el dibujo de la madre presa política, el pañuelo de las Madres, un corazón con el tiempo en familia, la Patria justa, libre y soberana, la cara del padre asesinado, los nombres o iniciales de quienes siguen desaparecidos son testimonios que tienen marcas del terrorismo de Estado y ahora son tatuajes. Es la memoria plasmada en la piel, haciendo dialogar la presencia y la ausencia en la generación de los escraches a los genocidas. 

La última dictadura cívico-militar tuvo 30.000 víctimas desaparecidas. Son pocas las familias que recuperaron un cuerpo. Sigue siendo un familiar que no está, que no vuelve, que no puede ser despedido, que se quedó en el recuerdo con la imagen de hace más de 40 años. Este 24 de marzo, sus historias marcadas por ausencias forzadas y familias son protagonistas, en otro día de la Memoria, por la Verdad y la Justicia, pero esta vez durante el gobierno del presidente Javier Milei. Son fotos de una madre que nunca dejó de ser joven, de un padre que nunca llegó a tener canas, de una hija que no dejó de ser adolescente, de un hijo que dejó de crecer, de una familia sin abuelos… Son el abrazo que no llega. Historias marcadas por ausencias forzadas y familias que siguen buscando las formas de hacerlos PRESENTES.

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Ángela, la hija de Paco y Alicia, hermana de Claudia y cuñada de Mario: “Es la memoria de nosotros juntos”

“Tatuarse es una acción de soberanía corporal; el tatuaje es un significante en sí mismo, más allá del contenido, el tema, la resolución gráfica o la ejecución”, afirma Ángela, hija de Alicia Raboy y Francisco Urondo, militantes de Montoneros. Paco fue asesinado y Alicia desaparecida. Claudia, la hija mayor de Paco, y su esposo, Mario Koncurat, fueron desaparecidos por el grupo de tareas de la ESMA.

Foto: Paula Sansone

“El diseño fue conversado, decidido y dibujado directamente sobre el brazo, a mano alzada y sin plantilla. Fue un ritual de amor y protección. Lo hicimos de noche, en intimidad. No hubo intercambio de dinero, sino pura amistad. Regalo de Diego Ortíz, tatuador punkrocker, de primera generación”, agrega Ángela.

El tatuaje está, con otros, en su brazo derecho y habla de la historia familiar: “Llevo un corazón en que se inscriben números, que son fechas. Fechas que enmarcan un tiempo. El tiempo que estuve físicamente junto a mi mamá y mi papá. Desde el día de mi nacimiento hasta el día del operativo represivo, casi un año más tarde. Es la memoria de nosotros juntos”.

Ángela sigue explicando: “Debajo del corazón, recorre el brazo un torrente de agua, de resolución cubista, cada gota es triangular. Nuestro apellido, Urondo, en vasco quiere decir aguas profundas, lugar donde hay vida en el agua. Sobre el agua que fluye hay flores, son para mi mamá, como no tengo adonde llevárselas, las llevo conmigo siempre”.

Paula, la hija de Ana María y Juan Carlos: “Las flores que no le puedo llevar”

“Necesitaba tenerlo cerca. Había algo como la sangre, los genes, este cuerpo que falta, estas flores que nunca le pude llevar porque su ausencia es total con su desaparición y entendí con los años que el tatuaje era la forma de llevarlo conmigo siempre, de tenerlo en la piel”, cuenta Paula, hija de Ana María Testa y de Juan Carlos Silva, militantes de la Juventud Universitaria Peronista (JUP) y de Montoneros. Él está desaparecido desde la Contraofensiva. Ella sobrevivió a la ESMA. 

Paula dice que “es un tatuaje que amo y lo hice en un lugar que lo pudiera ver. Elegí el vientre, me pareció y me sigue pareciendo que es el lugar en el que lo quería llevar conmigo, porque no tener a este viejo, por la razón por la que no la tengo, lo siento visceralmente”. Lo hizo cuando tenía 20 años, con el tatuador Rubén Puricelli, en el aniversario del cumpleaños del padre, quien “cumple un día después del golpe. El tatuaje tuvo sus modificaciones, inicialmente era un poco más pequeño, le he retocado el color. Creo que es algo de querer mantenerlo vivo”.

“No tenía dónde llevarle flores. Empezó como un tatuaje más pequeño, pero siempre fue lo mismo: algo que brota, que emana, un amor que derrama. Y es algo que surge. Cuenta la historia de este papá que tengo ganas de tener cerca y lo elegí hacer con flores. No me iba a tatuar su cara. Tampoco quise su nombre. Di muchas vueltas y no hubo mejor idea: nada superó a las flores. Tengo más flores en el cuerpo, por otros motivos. Todos mis tatuajes tienen un por qué, tengo cuatro, por ahora, y encontré las flores que no le puedo llevar y las llevo en mí”, cuenta Paula, militante de H.I.J.O.S. Capital.

Fue su primer tatuaje: “No había encontrado ese lenguaje para expresar hasta ese momento. Fue una nueva manera que apareció para contar mi historia. Las flores para mi viejo”.

Camilo, el hijo de Alicia: “Es una forma de tenerla más cerca”

Alicia, la mamá de Camilo y Javier Juárez Pais, escribía cartas a su familia desde la cárcel de Devoto. Camilo recuerda: “Una de esas cartas me llamó la atención, está dirigida a mi abuela, escrita por el Día de la Madre, y dice: vos sabés, mamá mía, que creo que mañana festejarán las radios, la tv y los comercios el día de la madre, así como si fuera un objeto cualquiera de nombre mercancía, quieren robarme de nuevo todos mis sentimientos, quieren hacer creer que un paquete cuadrado envuelto en celofán y grandes moños rojos dan cabida y expresan el amor que te tengo, por eso digo que creo, y no lo afirmo, por eso es que comienzo a decirte de nuevo, y afirmando esta vez que las calles, los campos, las flores y nosotros, los hombres y mujeres renacidos, festejarán de veras el día de la madre ayer, hoy y mañana; levantarán sus copas por tus canas y mañana también te llenarán de besos, ayer, hoy y mañana. Fue, es y será tu día siempre, madre nuestra, y es en todos los tiempos, y además está lejos de las manos manchadas, pues no pudieron nunca, ni pueden y no podrán alcanzarlos sus odios, no es un paquete ni un objeto olvidado, porque tu día, madre, lo hiciste hace 20, hace 40 años, hace tan solo un breve instante. Te envía este pequeño regalo tu hija, te recuerda y quiere abrazarte, Alicia”.

Se trata de Alicia Rosalía País, “madre de dos niños, afrodescendiente, modista, diseñadora de vestuario para cine, teatro y tv, militante de la Juventud Peronista, de la Juventud Evita de San Telmo”, quien falleció por abandono de persona en la cárcel estando presa política de la dictadura. Su cuerpo fue llevado al osario común de Chacarita, información que la familia tuvo muchos años después. Enrique Juárez, su compañero, era cineasta y militaba en Montoneros. Fue desaparecido en la ESMA.

La carta fue enviada con un dibujo “que es un corazón con otro corazón dentro, unos pájaros y unas flores, dibujado a lápiz, y digitalizando esto, cuando lo vi decidí tatuármelo en el pecho”, cuenta Camilo. “El tatuaje es una forma de tenerla más cerca, más presente; su presencia igual siempre está en mí. Muchos años después, una persona que estuvo en la cárcel de Devoto con ella me contó sus últimos momentos y le dijo: buscalos a mis hijos y decirles que me los llevo conmigo. Ella también está siempre presente conmigo y en el parecido que tienen mis hijos de sus ojos, de su mirada y va a estar siempre con nosotros. Gracias al cielo y a Dios, que ella creía mucho”.

Paula, la hija de Liliana y de Daniel: “Siento que me cuidan la espalda”

“Son dos estrellas, una en cada omóplato, con las iniciales de mis papás, la L por Liliana y la D por Daniel”, cuenta sobre sus tatuajes Paula Sansone, hija de Liliana Policastro y Daniel Alberto Sansone, militantes de la Juventud Trabajadora Peronista (JTP).

 

Se hizo los tatuajes al cumplir 30 años y cuenta que le impactó superar la edad de su mamá y su papá: “creo que fue la necesidad de querer plasmar en el cuerpo el amor que siento por ellos. Están adentro de estrellas; no muestran algo triste: la de mi mamá tiene rosa, la de mi papá verde. No los veo, me puedo olvidar que los tengo tatuados, pero la representación de por qué están en los omóplatos es porque siento que me cuidan la espalda, toda mi vida sentí que el amor de mis papás me protegía”, agrega Paula.

“A veces pienso que me gustaría hacerme el nombre completo de ellos. Me los haría en el antebrazo para poder verlos. Entiendo que un tatuaje es llevar una marca en el cuerpo. Es la presencia, traerlos a la vida cotidiana de uno”, dice Paula, mientras su remera oculta sus tatuajes. “No era la idea tatuarme las iniciales, quería otra cosa y una amiga me preguntó qué me tatuaría que nunca me arrepentiría y dije: son las iniciales de ellos”, recuerda la integrante de Abuelas de Plaza de Mayo.

Paula entiende que los tatuajes le dan la posibilidad de llegar a algún tipo de instancia de duelo. “Hay palabras que me han sido negadas, de alguna manera. Hace un tiempo leí el libro de Milena Busquets sobre la muerte de su mamá, la editora Esther Tusquets, y ella en un momento dice la frase querida mamá y ahí me di cuenta de que era una frase que yo no había podido pronunciar y que nunca iba a poder decir en mi vida”.

Gastón, el hijo de José que recuperó un hermano: “Qué bueno que estás acá”

Gastón Gonçalves es hijo de Gastón Roberto José Gonçalves, asesinado y cuyos restos fueron hallados y sepultados sin nombre. 20 años después su cuerpo fue identificado por el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF). Su hermano, Manuel Gonçalves Granada, recuperó la identidad en 1997.

“Significa poner en mi cuerpo, a nivel visual, a mi padre. Es una representación muy personal lo que hice, pero me encanta tenerlo, llevarlo conmigo, siempre miro su ojo, que está muy bien logrado. Es un acto de amor”, dice Gastón sobre su tatuaje.

“Primero de todo me lo hice porque me gusta llevarlo en el cuerpo, lo llevo en el corazón siempre, pero me gusta poder mirarlo. Veo un espejo y lo miro y siento qué bueno que estás acá, tengo a varios seres en mi cuerpo. Fue una propuesta del tatuador, Guido, que le gustaban mucho unos tatuajes de un italiano, que eran muy oníricos. Y me gustó mucho esa propuesta visual y quise juntar esa foto muy característica de mi papá, que es con la cual lo recuerdo mucho, con una parte de su historia de su lucha, la estrella federal”, cuenta Gastón, quien integra Los Pericos. 

Charly, el hijo de Irene y Rolando: “Unas raíces con las iniciales”

“Mis tatuajes significan una decisión de tener una imagen, un símbolo, unas palabras en la piel toda la vida. Me costó la primera vez y entendí que tenía que estar relacionado con mi historia, con mi identidad, y por eso elegí un afiche de un recital de Pearl Jam”, así arrancó el camino de sus tatuajes Charly Pisoni, hijo de Irene Bellocchio y Rolando Pisoni, militantes de Montoneros desaparecidos. Fue criado por su abuela Aurora, quien fue integrante de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora. 

“El tatuaje es una mano haciendo la ve, pero en realidad adentro de esa mano hay dos brazos, que serían los dedos en ve y esos dos brazos son de una persona que está rompiendo una cadena y yo lo resignifiqué, lo terminé de otra manera con unas raíces con las iniciales de los nombres de mis padres. Después me hice uno con los nombres de mis hijas y de mi abuela y, luego, otro de los tatuajes más importantes me lo hice hace muy poquito, quería tener a las Madres y a las Abuelas y elegí una foto donde dos de mis referentas están riendo, que son Estela y Taty”.

“Hace poco me hice también uno que lo saqué de una idea de Calle 13, que es Latinoamérica hecha como un pañuelo y con unos ojos de una mujer que dice Resiste, yo cambié los ojos por los de mi mamá”, recuerda Charly, militante de H.I.J.O.S. Capital. Su mamá y su papá fueron desaparecidos cuando él tenía menos de 40 días de vida. 

Lorena, la hija de Juana y Egidio, que busca a su hermano/hermana: “Estar homenajeando a mis viejos”

“Una tía abuela decía que cuando nació Flavia (su hermana) mi papá cayó con una orquídea en la Maternidad y cuando nací yo cayó con otra. Yo miraba tatuajes y buscaba orquídeas. No tenía tatuajes y estaba con esa idea”, recuerda Lorena, quien es hija de Juana Matilde Colayago y Egidio Battistiol. Él militaba en la Juventud Trabajadora Peronista (JTP) y en Montoneros. Cuando los desaparecieron ella estaba embarazada de seis meses. Estuvieron en cautiverio en Campo de Mayo. El bebé debió nacer a fines de 1977. Los tres siguen desaparecidos. 

“Un día pregunté en Twitter si conocían a alguien que hiciera flores y alguien me respondió que Lulens es la mejor que hace tatuajes de botánica, le pedí un turno. Estaba la pandemia. Le mandé un ejemplo de un tatuaje en el que el tallo era una palabra y terminaba en una flor. Y le dije que quería que sea una orquídea. El turno fue en diciembre. Yo siempre decía que no había que hacerse tatuajes en verano e incumplí con todas mis reglas internas y con mi primer tatuaje. Me agarró como una cosa de estar homenajeando a mis viejos, porque el tallo dice Juana y Egidio y termina en la flor. Y entonces le pregunto si me podía hacer con la misma tipografía Kiara y Juan en el otro brazo (nombres de su hija e hijo). Un día Leo (su compañero) me dice ¿viste que esperaste a que se muera tu abuela para poder hacerte un tatuaje?, se ve que estas cosas de los mandatos y todo lo prohibitiva que fue mi abuela en varios aspectos, inconscientemente hizo que coincidiera que cuando yo me empecé a tatuar ella no estuviera”, reflexiona Lorena, quien es integrante de Abuelas de Plaza de Mayo.

Francisco, el hijo de Silvia y de Abel, quien lo encontró después de 30 años: 

Francisco Madariaga Quintela nació en julio de 1977 en el Hospital Militar Campo de Mayo, durante el cautiverio de su madre, Silvia Mónica Quintela Dallasta, secuestrada embarazada de cuatro meses. Sigue desaparecida. Su compañero, Abel Madariaga, pudo exiliarse hasta que regresó a la Argentina en 1983. Se integró a Abuelas de Plaza de Mayo para buscar a su hijo.

Francisco conoció su identidad más de 30 años después, en 2010, cuando fue a Abuelas por información que le confesó su apropiadora. Se realizó los estudios de ADN en el Banco Nacional de Datos Genéticos y confirmó que era el hijo de Silvia y Abel. De inmediato, quiso conocer a su padre y así llegó el abrazo entre los dos. Francisco se tatuó la cara de su mamá en el brazo derecho. Diez años después de la restitución de su identidad, falleció por motivos de salud.

Virginia, una familia sobreviviente y un tatuaje que une tres generaciones: “Es una lucha que compartimos”

“Cuando fui secuestrada junto con mis viejos tenía un año”, recuerda Virginia Franco. Los tres son sobrevivientes. Su hija, Candela Fernández, militante de Nietes, recuerda: “Decidimos hacerlo juntas porque para ambas era importante llevarlo en la piel y porque es una lucha que compartimos. Nuestro tatuaje es el pañuelo de las Madres y las Abuelas con un Presentes abajo, representando tanto la lucha de las Madres como a los 30.000”.

“El tatuaje cuenta la historia desde que una toma conciencia de su identidad, de quién es. Cuando yo empecé a entender, mis viejos me contaron que estuvimos secuestrados en la ESMA, empezamos a militar con las Madres en el grupo de apoyo y después comencé a militar en H.I.J.O.S. (Capital); toda mi historia se vincula directamente con los 30.000, con los sobrevivientes, con sus familias. Es un conjunto de cosas lo que cuenta este tatuaje sobre mí”, sostiene Virginia.

Para Candela hay tres generaciones en el tatuaje, porque “habla de la admiración por la lucha de las Madres y la de los 30.000, pero también de mi admiración por mis abuelos y mi mamá, que estuvieron secuestrados en la ESMA cuando mi mamá tenía solo un año. Vivimos esta historia desde lo personal y este tatuaje es una conmemoración a eso también”.

Emilio, sobreviviente, al igual que sus padres Eva y Lucho: “Como un juramento de que iba a venir a un mundo mejor”

Emilio Pihen eligió su brazo derecho para su tatuaje. “Es un dragón oriental que está rodeando una estrella federal. El dragón es la lucha en todos los aspectos de la vida, la estrella federal es el símbolo que arranca con los federales y continúa con el peronismo”, explica.

Recuerda el momento en el que decidió hacerlo: “en mayo de 2013, cuando mi primer hijo estaba en camino, tal vez como un juramento de que iba a venir a un mundo mejor al que yo viví”. Su tatuaje habla de la historia de nuestra Patria y de la de su familia en particular: “En parte cuenta cómo vivo yo la defensa de los ideales de un país más justo, libre, soberano y posible”.

“Soy parte de una familia secuestrada por el terrorismo de Estado en Córdoba en 1975; mis padres y yo, Eva Zamora y Lucho Pihen. Logramos sobrevivir, ellos luego de ocho años de cautiverio en las cárceles de todo el país. Yo rescatado por mi tía y criado por mis abuelos paternos”, relata Emilio, integrante de H.I.J.O.S. Córdoba.

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