Ordenar la política para estabilizar la economía. El primer objetivo del desembarco de Sergio Massa a la cartera económica es dotar a la gestión oficialista de la coordinación que no tuvo. Las consecuencias de ese desorden están a la vista: corrida cambiaria, inflación en ascenso, una legión de trabajadores pobres y consolidación de un tercio de argentinos en situación de pobreza estructural, entre otras variables, sumergieron al gobierno en la parálisis y el internismo feroz. El desafío inicial de Massa será sacar al gobierno de ese barro y ponerlo de nuevo a navegar.
El aún presidente de la Cámara de Diputados -renunciará el martes- cuenta con el respaldo explícito del presidente Alberto Fernández, que le dio la bienvenida por twitter, e implícito de la vicepresidenta Cristina Fernández, que llevaba un año empujando el ingreso de Massa al Ejecutivo. La reunificación de áreas económicas bajo su mando gatillaron el mote de “superministerio” a lo que en realidad es el regreso de Economía a su fisonomía tradicional, con Agricultura, Producción y Hacienda bajo un mismo paraguas ministerial. En otros tiempos, Economía también tuvo bajo su órbita a Trabajo, pero ese ministerio, como la presidencia del Banco Central, son ciudadelas a cargo de íntimos de Fernández que por ahora el presidente reniega entregar.
Hay algo de verdad, sin embargo, en los memes que le atribuyen dones políticos extraordinarios al ex intendente de Tigre. Los "superpoderes" de Massa son sus relaciones con múltiples resortes del poder, desde banqueros a contratistas, de tribunales a embajadas. Es de esperar que los dueños del poder y del dinero le otorguen un período de gracia, cómo se apreció en la algarabía de los mercados durante las 48 horas posteriores a su designación.
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El nombramiento de Massa también fue bienvenido desde distintos rincones dirigenciales del oficialismo, incluso por aquellos que aún tararean los cantitos que calificaban al tigrense de “traidor”. Amalgama el terror al abismo: “Es mejor que el ajuste lo hagamos nosotros y no un Macri recargado” resumió ante El Destape, resignado, un dirigente sindical que resistió y sufrió en carne propia la cacería del macrismo. Aún no se sabe oficialmente si Massa aplicará un plan de ajuste ortodoxo, como sospecha el sindicalista, o un programa de estabilización que mixture medidas contractivas -altas tasas de interés, devaluación controlada, disciplina fiscal- con “alivios” (la palabra fetiche del flamante ministro), como un aumento o suma fija por decreto para asalariados, bonos para el sector público (incluidos jubilados y beneficiarios de asignaciones sociales), retoques fiscales y paritarias que corran a la par de la inflación. Con las urgencias financieras en curso y el calendario electoral en la mano, es de esperar un trimestre de medidas severas y -si funcionan- un comienzo más holgado para el año electoral.
Es el cronograma que aceptan los gobernadores que esta semana improvisaron un almuerzo con el presidente Fernández en la Casa Rosada. Con la mayoría de sus economías en superávit, los mandatarios provinciales temen que la espiral inflacionaria y el derrumbe de los títulos públicos con los que ahorran perjudique la capacidad de pagar sueldos en tiempo y forma, un activo político indispensable para la campaña que, en muchas provincias, ya empezó.
Al tembladeral financiero de las últimas semanas se le había sumado el aviso de la efímera ministra Silvina Batakis, que anunció restricciones en los giros del tesoro nacional a las provincias. El combo disparó alarmas entre los gobernadores y eyectó a Batakis del ministerio, lo que constituye una advertencia para Massa: cualquier plan que se proponga deberá contemplar el flujo de asistencia a las provincias. Además de la continuidad de los programas de obra pública, claro.
Por su propia experiencia en la gestión, no hace falta que gobernadores e intendentes le expliquen a Massa sus necesidades financieras y electorales. También sabe de primera mano qué esperan de él en el Círculo Rojo. Y conoce las exigencias de la base electoral del FdT, en especial del ala K, que aún ambiciona ver del gobierno algo parecido a la agenda nacional, popular y progresista que votó.
La dificultad radica en combinar esos factores diversos y contradictorios en una ecuación que mejore la vida de las mayorías si es que quiere -como quiere- que la experiencia alumbre su camino electoral al 2023.