Nuestra derecha moderna, de bicicleta de bambú y latte en mano que tantas expectativas le generó al Dipló mutó en la derecha de siempre, con olor a naftalina, que desde el gobierno justificó el balazo por la espalda como política de Seguridad, inventó guerrillas imaginarias para reprimir la protesta social, desplazó jueces a dedo y aplaudió la cárcel sin condena de opositores, echó a empleados públicos por ser supuesta “grasa militante”, además de aumentar esa pobreza que se comprometió a reducir y a destruir ese empleo que prometía aumentar. Continuando con una noble costumbre, enriqueció al 1% más rico de la población y nos dejó una deuda impagable que hoy explica que podría haber renegociado mejor que el actual gobierno.
De la misma forma, el mejor equipo de los últimos 50 kalpas mutó en la oposición más asombrosa de las últimas décadas. De organizar una Travesía por la Democracia para exigir que abrieran el Congreso que nadie había cerrado, hoy rechaza sesionar de forma remota e incluso presencial. Los defensores de la república y coso convocaron al Congreso a una alegre cofradía de orcos terraplanistas arengados por Alfredo Casero- devenido en uno de los más logrados personajes de Cha Cha Cha- para impedir un golpe de Estado peculiar que consiste en el envío al Congreso de proyectos de ley prometidos durante la campaña y anunciados durante las sesiones ordinarias de ese mismo Congreso que antes había que abrir y hoy urge cerrar.
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Así como votar de forma remota en Mendoza o en la CABA no pone en peligro nuestras instituciones, hacerlo en el Congreso de la Nación nos podría convertir en una dictadura chavista o algo peor, si eso existiera. Ocurre que en esos distritos gobierna Juntos por el Cambio y eso lo cambia todo.
En estos días asistimos a momentos epifánicos en los que diputados de la oposición votan en contra de iniciativas que defendieron cuando eran oficialismo o incluso exigen que el oficialismo desista de enviarles proyectos para ser analizados por ellos mismos. Piden ser liberados del martirio de votar, lo que no deja de ser peculiar viniendo de parte de un legislador.
Con ahínco rechazan aquello que exigían con pasión. Facundo Suárez Lastra, humorista radical, elogió el proyecto de impuesto a los grandes patrimonios por ser un ejemplo virtuoso de fiscalidad progresiva y sin doblarse ni romperse, prometió votar en contra.
Según la #MAKEncuesta, encuesta semanal realizada por Management & Fruit, los argentinos consideran que el próximo cacerolazo espontáneo convocado por los medios debería llevar como consignas la lucha contra la Respiradura, el Despotismo hospitalario y el Barbijoterrorismo. Un mensaje contundente que Alberto Fernández debería escuchar, en particular en lo que respecta a la Respiradura, una acechanza escalofriante.
Desde que el oficialismo presentó en la Cámara de Diputados el proyecto de impuesto a los grandes patrimonios- que gravaría por única vez con una tasa de entre el 2 y el 3,5 por ciento los patrimonios de más de 200 millones de pesos- asistimos a un nuevo Nado Sincronizado Independiente (NSI) de nuestros medios serios. En ese lamento generalizado frente a un gravamen que involucraría al 0,02 por ciento más rico de la población es difícil determinar qué periodista merece el Tío Tom de Oro al mejor esclavo bueno. Muchos advierten sobre el riesgo tan atroz como imaginario de una estampida de multimillonarios, mientras otros se preguntan hasta cuando el kirchnerismo seguirá castigando a los ricos. Según este asombroso paradigma, pagar impuestos no sólo es un castigo sino que, además, sólo lo debe padecer quien no haya tomado la precaución de poseer una fortuna.
“El que tiene fortuna no hizo la fortuna justamente porque le guste perder dinero” señaló con genuina indignación Pablo Fernández Blanco desde LN+. Al parecer, cuando el 0,02% más rico de la población paga un impuesto extraordinario en plena pandemia lo relevante es que “pierde dinero”, no que con esos recursos el Estado urbanice barrios populares, compre material médico para combatir el virus y subsidie a pymes y estudiantes. Tanto ahínco merece doble ración de tasajo.
En todo caso, asombra la tibieza de esos entusiastas de las fortunas ajenas ya que ninguno exigió invertir el impuesto y cobrárselo a la base de la pirámide social para entregárselo a su vértice. Aunque, pensándolo bien, tal vez no haga falta: en Argentina, ser rico es muy barato mientras que ser pobre resulta extremadamente caro.
Imagen: En el Instituto Patria, oficiales de La Cámpora preparan la Respiradura (cortesía Fundación LED para el desarrollo de la Fundación LED)