La burbuja más reciente de la efervescencia de las tecnologías de la información y la comunicación son los podcasts. Su momento expansivo incuba a su vez nuevas posibilidades, de reciente aparición, como Clubhouse, una aplicación de intercambio de charlas y debates (sin imágenes) promocionada por millonarios como ElonMusk.
Si ayer las series vivieron su era dorada, y antes de eso el brote de blogs coloreaba el fértil jardín de la revolución digital, hoy los gurús que predican la palabra de Silicon Valley se ocupan del podcast como el nuevo santo grial 2.0. El propio Barack Obama es un devoto difusor de la nueva moda de ensayos sonoros en proceso de industrialización.
Hay algo de real y algo de fetiche en la fiebre del podcasting. La cantidad de temáticas, formatos y propuestas de archivos sonoros a demanda se multiplica junto con las plataformas de distribución, a la vez que crecen sus usuarios y consumidores. Su exploración económica en ciernes inspira a individuos y a empresas a la conquista del modelo de negocios adecuado, mientras que su convivencia con la industria de la radio es inestable.
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Los diagnósticos afiebrados que ven en el podcast un quiebre de la cultura contemporánea -por los cambios que implica en la relación con el sonido- desatienden una constante de todos los procesos tecnológicos emergentes, y es que éstos demandan tiempo y prácticas sociales para asentarse en la cultura. Hay modas que son tendencia pasajera y otras que son duraderas. Por eso, sobre la pronosticada “edad del oro” de podcast vale recordar aquel chiste basado en un malentendido en el que, consultado en 1972 sobre la Revolución Francesa, el líder chino ZhouEnlai (quien pensó que le estaban preguntando por el Mayo Francés del 68) sentenció “es demasiado pronto para valorarla".
La importancia de la cultura sonora es inherente a todas las etapas históricas, aunque con grandes modificaciones de soportes y lógicas sociales de circulación. No es lo mismo el uso social de la radio en las décadas de 1930 y 1940, tan masivo, abierto y grupal como alfabetizador de usos y costumbres, que el consumo privado, ubicuo y desprogramado del walkman en la década de 1980. En esa historia se inserta el podcast hoy, apelando a la segmentación y personalización de un contenido sonoro que, bien editado, logra un contacto sublime con la intimidad y a la sensibilidad individual. Pocos formatos y lenguajes logran esa conexión.
Sin embargo, sería maniqueo explorar estas transformaciones en términos dicotómicos o como una bisagra que separa la historia de las culturas y de los medios en un antes y un despúes.Las profecías sobre la muerte del libro y de la tv vienen fracasando desde hace al menos tres décadas. No parece haber elementos, realmente, para decretar la decadencia de la cultura visual e icónica a partir de la emergencia del podcast porque no son procesos excluyentes.
Exploración y apuesta
Como en toda innovación de lenguajes, de soportes y de géneros, en los podcasts hay simultáneamente una exploración y una apuesta, pero no un reemplazo. Si se concibe al podcast como formato en relación a formatos previos, estamos en su infancia aún, de modo tal que todavía hay mucha exploración e indefinición acerca de lo que serán sus rasgos cuando consolide prácticas hoy emergentes. Las apuestas para generar plataformas mercantilizadas de podcasts, como la de Amazon que analiza Agustín Espada, son un movimiento de incipiente industrialización. Más allá de las profecías apocalípticas sobre el fin de la radio, el podcasting no es un reemplazo sino un complemento que obliga a revalorar el vivo y el directo que le dio a la radio significación social masiva.
La exploración del podcast involucra los modelos económicos, los ingresos, la comercialización, la distribución y los negocios. Es lógico que -tal como ha ocurrido con otros formatos en esta era digital- haya interés del mercado publicitario por aprovechar la oportunidad de una vía de contacto cercano, muy personalizado y a demanda, completamente desprogramado, que es el podcast.
Esas características, sin embargo, deben combinarse con una gravitación social que aún no se ha consolidado en su nivel de uso/consumo. Pero ese interés del mercado publicitario es también paralelo al interés del mercado profesional. Así, se advierte el interés de periodistas, artistas, trabajadores de la cultura y de la comunicación, docentes e investigadores de todos los niveles participando activamente de esta etapa exploratoria y, como es lógico, también del resto de ecosistema de soportes mediáticos, lo que incluye a la política.
Los actores políticos “profesionales” son siempre atentos a las nuevas tendencias de comunicación que incuba la sociedad. Son –ellos mismos, guste o no- representantes no sólo de las voluntades y emociones, sino también de las formas expresivas. No llama la atención que Obama esté hoy protagonizando un podcast (“Renegades: born in the USA”) con Bruce Springsteen: lo que sorprende es que todavía haya pocos políticos desplegando sus apuestas de interlocución también en formato podcast.
De igual modo, otros actores no menos políticos, como las empresas de medios de comunicación, se interesan por el desarrollo del podscast con la cautela propia de quien sospecha que puede estar alimentando una interferencia con su propia economía. Por eso, para los medios tradicionales los podcasts son hasta ahora una extensión de la multiplicación de canales de contacto con sus audiencias y públicos.
Tal y como hay medios de muy diferente escala y con distintas capacidades productivas, hay también podcasts realizados por estas organizaciones con mucho cuidado y otros más artesanales, con escasa curaduría. En este sentido, puede decirse que los mismos desafíos abiertos, no resueltos, que tienen las organizaciones periodísticas tradicionales para redoblar sus esfuerzos editoriales y evitar la producción y difusión de campañas de desinformación y fakenews alcanza a sus podcasts.
Como todo producto de las industrias culturales, el podcast realizado en Estados Unidos tiene una ventaja que no tienen los productos culturales argentinos o de otros países periféricos: su escala por mercado interno, su consecuente posibilidad de acceso a recursos impensados en nuestra economía, su vocación global basada en la posición protagónica y geopolítica de la cultura estadounidense y su idioma. En este sentido, los podcasts del New York Times, por citar un ejemplo mainstream, tienen atributos difícilmente extrapolables a la realidad latinoamericana.
No obstante, tal y como ocurre con la producción musical, literaria, teatral o audiovisual de los países del sur que logra, bajo determinadas circunstancias, un alcance masivo y una gravitación social policlasista, que además genera cuadros profesionales muy competentes y que incluso trasciende fronteras, es posible que estas cualidades nutran la creación y circulación social de podcasts. Hay algo de ese diálogo con otras formas culturales y con otros formatos como condición necesaria, no suficiente, de posibilidad de éxito.