En un año tan singular como el presente la velocidad con que se precipitan los acontecimientos hace difícil distinguir lo principal de lo accesorio, lo contingente de lo permanente, las lealtades de los oportunismos. Es justamente por eso que se impone un actuar más reflexivo, evitando que el árbol no nos deje ver el bosque.
Misterios de la muerte
La vida nos muestra cómo somos, aunque los disfraces sirven para disimular o esconder defectos, miserias u otras cuestiones que puedan afectar la imagen que pretendamos dar, es en el devenir de nuestra existencia que queda expuesta la calidad humana de cada quien.
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Igual sucede con las virtudes, valores o conductas consecuentes con los principios a los que decimos adscribir.
Sin que ello signifique sostener una concepción binaria absoluta, en tanto los seres humanos ostentamos una combinación de unas y otras en un desarrollo que nunca es lineal ni homogéneo; y, en definitiva, importará lo que predomine en esa mixtura y en el tiempo.
Curiosamente, la muerte suele atemperar lo peor de cada uno, facilita la propensión a las dispensas, favorece el olvido de los errores –y hasta de los horrores- cometidos, tiende un manto de bonhomía que no se compadece con una realidad contraria expresada en acciones recurrentes.
No se trata de celebrar la muerte de algunos, sino de rechazar la idea de que la muerte mejora lo que se fue en vida o que ante ese desenlace fatal debe omitirse toda descalificación personal y, más aún, exaltarse aspectos formales que en nada se condicen con la personalidad del fallecido.
La memoria: ese implacable
El reciente fallecimiento de Carlos S. Menem constituye un claro ejemplo de esa tendencia a la que vengo aludiendo, potenciada por la gravitación que supo tener y el lógico aprovechamiento que los sectores más reaccionarios hicieron acompañados por un coro formado por personajes nefastos, una suerte de muertos-vivos que se desplazaban en un tren fantasma y al que se sumaron, sobreactuando, muchos de los que se supone se encuentran en las antípodas de las políticas que implementó en sus gobiernos.
Su condición de ex Presidente y Senador nacional puede explicar la exigencia de ciertos protocolos institucionales en sus exequias, lo que no significa que imponga dotarlo de honores que su desempeño no merece a la luz de lo que significó para el país.
Hacer un inventario de sus desmanes sería agobiante como innecesario por conocidos y recreados en crónicas periodísticas o notas de opinión publicadas tras su muerte, aunque no justamente en los medios hegemónicos integrados a los poderes fácticos a cuyo servicio actuó consciente y sistemáticamente.
Sí es oportuno recordar que en su gobierno se completaron el desmantelamiento del Estado, iniciado con violencia extrema a instancias de Martínez de Hoz en la dictadura genocida de 1976, el proceso de desindustrialización y desnacionalización de la Economía, la venta a precio vil de activos estratégicos para un desarrollo soberano, el menoscabo permanente de antiguas conquistas sociales que distinguían a la Argentina en el contexto Latinoamericano, la colonización del Poder Judicial, en particular del Fuero Federal y el fortalecimiento de sus lazos con los servicios de inteligencia.
Como sucede siempre en este terreno la semblanza precedente seguramente será rebatida desde otras perspectivas ideológicas, más o menos afines con el Neoliberalismo que Menem supo prohijar, pero difícilmente lo sea desde el campo nacional y popular aún con eventuales reparos o diferencias.
Es entonces importante plantearse los límites que desde una posición crítica quepa admitir a la prudencia discursiva frente a su muerte, a la obsesión por lo “políticamente correcto”, a la especulación por mostrarse con amplitud de miras en pro de un “unionismo” de fines y sentires de suyo imposible, al silencio de las canalladas por quienes militan en espacios que se definen como francamente antagónicos.
Del mismo modo, resulta relevante el reconocimiento de la pertenencia política de la “celebridad” fallecida, rehuir a los negacionismos insuflados de un purismo ideológico y distinguir los límites concretos que supone toda acción política.
Todo ello alimenta la Memoria colectiva, ayuda a entender mejor y a describir con mayor exactitud nuestra Historia como Pueblo, a desenmascarar a los cultores de la mentira y a propender a no incurrir en los mismos errores ni aferrarse a idealizaciones que terminan siendo desmovilizantes.
Realidad, única verdad
El Peronismo desde sus inicios estuvo conformado por personas, referentes, dirigentes y militantes que ocupaban un amplio espectro, así como exhibían diferencias de todo orden, incluso francamente contradictorias. Su carácter movimientista y policlasista, además, ha favorecido el arribo desde diferentes vertientes ideológicas y sectores socioeconómicos.
Con sus peculiaridades, por cierto, ello no es extraño a otras expresiones políticas ni a partidos que se estructuran en base a doctrinas cargadas de aparentes férreos dogmatismos. Por tomar un caso emblemático, por ser un partido centenario y que ha tenido un enorme protagonismo en la escena nacional, la Unión Cívica Radical (UCR) muestra similares heterogeneidades. Por sólo mencionar algunas: Yrigoyen, Alvear, Sabattini, Illia, Balbín, Alfonsín, Angeloz, De la Rúa, Morales.
Ocioso es negar la condición de peronista de Carlos Menem, pues justamente fue esa condición –unida a su innegable capacidad, astucia, codicia y amoralidad- la que permitió una deconstrucción profunda de un Movimiento que ni las más feroces dictaduras habían logrado en décadas de hostigamiento. Además, de impulsar su asimilación a un sistema de dependencia colonial y de estratificación social sustentada en una pobreza estructural que seguimos arrastrando hasta el presente.
Quizás sea allí adonde deba apuntarse más que a una prueba de ADN peronista, para catalogar a su gobierno y negarle esa identidad política. Pues si hay algo que distinguió desde sus inicios al Movimiento liderado por Juan D. Perón, junto a su raíz nacional y popular, es precisamente su acérrimo antiliberalismo y su permanente enfrentamiento a los imperialismos.
Mejor que decir
Este es un año electoral en que, como generalmente sucede en las elecciones de medio término, prevalece una sensación de mayor amplitud para decidir el voto al no definirse cargos ejecutivos, particularmente a nivel nacional.
En ese orden de ideas, también permite sacar a relucir nuestros disgustos frente a la frustración de expectativas, hacer ver nuestros reproches a aspectos de una gestión que no nos satisface completamente o acentuar exigencias cargadas de dogmatismos ideológicos que normalmente no encuentran correlato en la realidad.
Tentaciones si se quiere razonables, pero que es preciso sopesar en la especial coyuntura política de la Argentina de hoy, claramente asimilable con la de 2019 en términos de alternativas definitorias de un combate de fondo contra el Neoliberalismo depredatorio.
El fortalecimiento de la coalición gobernante exige cerrar filas para garantizar un rotundo triunfo en los comicios, que amplíe la representación parlamentaria en medida suficiente para afrontar con éxito las múltiples transformaciones orgánicas y estructurales sin las cuales será imposible avanzar en línea con un Programa que responda a los anhelos de justicia social, independencia económica y soberanía política.
Una respuesta de esa naturaleza del electorado como el acompañamiento de la militancia debe ser precedida de una inteligente y responsable conducta de la dirigencia en la integración de las listas de candidatos que, así como contemple la diversidad y pluralidad del Frente gobernante, también denote un fuerte compromiso con un Proyecto democrático, social, inclusivo y antiliberal.
No se trata de promover la obsecuencia ni de omitir la crítica, sino del modo en que se despliegue el debate al interior del Frente y el estar advertidos de los condicionantes imperantes, el sentido de oportunidad y principalmente los efectos (benéficos o no) que quepa presumir en lo colectivo, cediendo a las ansias de privilegiar la demostración de “coherencias” individuales.
Todos los fuegos son fuegos
Hablar de “fuego amigo” es una alegoría de dudosa validez en política, tanto por su adjetivación como por su acción.
Es conocida la reflexión que el gran humorista Roberto Fontanarrosa (un Maestro que aportó a la literatura mucho más que humor), estampó en una de sus viñetas: “Si tu mejor amigo te incrusta un puñal en la espalda … Desconfía de su amistad”.
Rara vez el fuego se enciende con propósitos ignífugos, sino que lleva a alimentar hogueras. Y si éstas son las que dan calor a los enemigos, seguramente serán los propios los destinados a arder para regocijo de aquéllos.
La sabiduría popular se expresa en infinitos campos, se sintetiza frecuentemente en dichos o metáforas de gran simpleza y de enorme profundidad, como que no hay peor astilla que la de un mismo palo.
Es preciso recordar las experiencias vividas en el campo popular excusando defecciones, atizando enfrentamientos secundarios, confundiendo enemigos con adversarios, no cerrando filas con compañeras y compañeros o soltándoles la mano. Pues, los resultados siempre han sido “no positivo”.