El atentado a Miguel Arias en Tapebicuá: señal de alarma para una dirigencia desdibujada

La respuesta de la política al ataque contra Miguel Arias en Corrientes da señales peligrosas. El peligro de naturalizar la violencia política y de dejar de escuchar el humor social.

28 de agosto, 2021 | 19.00

El ataque con arma de fuego al diputado correntino Miguel Arias mientras participaba de un acto proselitista borronea un límite que no se había cruzado desde la recuperación de la democracia en 1983. Hubo un pacto entre todos los argentinos, sin importar su ideología o su partido: las cuestiones de la política deben resolverse con política y nunca más con sangre. Ese tiro silencioso en una noche fatal de un pueblo de frontera (población: 740 habitantes) le hizo un agujero.

Lo que sucedió a continuación fue peor. La oposición actuó como si nada hubiera sucedido. Con la excepción del gobernador de Corrientes, el radical Gustavo Valdés, y del exministro de Interior Rogelio Frigerio, ninguno de sus dirigentes nacionales, ni los halcones ni las palomas, se pronunciaron respecto al intento de homicidio de Arias. Los diarios, al día siguiente, le dedicaron un lugar de reparto en sus portadas. La sangre de un peronista vale poco para la derecha. No es algo nuevo.

Sorprende, en cambio, que el Frente de Todos haya continuado con su campaña en todo el país en esas condiciones, como si nada hubiera pasado. Eso, también, es normalizar la violencia política. Igual que la entrevista en la que Alberto Fernández dedicó un largo rato a hablar de cosas triviales, horas después del ataque. Si realmente considera “inadmisible” lo que sucedió en Tapebicuá, tal como tuiteó, esa no fue la imagen que dio el Presidente de la Nación el viernes por la mañana.

La violencia política ha sido una constante en la historia del país, y en general las víctimas siempre están del mismo lado. De ahí que el peronismo deba preocuparse doblemente para que esto no se repita: por convicción democrática y en defensa propia. Da cuenta de ello el silencio de Mauricio Macri, Horacio Rodríguez Larreta, María Eugenia Vidal, Patricia Bullrich, Facundo Manes, Martín Lousteau, Gerardo Morales, Alfredo Cornejo, Emilio Monzó, entre otros precandidatos opositores para el 2023.

Tapebicuá puso a prueba a una dirigencia desdibujada y divorciada de los problemas de la sociedad. Líderes que transgreden sus propias reglas, multimillonarios refugiados en el extranjero, candidatos que insultan a los gritos, voceros de agendas minoritarias e intereses turbios, polemistas infames, trolls, pastores agnósticos, especuladores que saltan de distrito o partido como si jugaran a la rayuela con el futuro de los argentinos, codos que borran lo que días antes escribieron sus manos.

No es extraño, entonces, que la respuesta haya sido deficiente. La incógnita en todo caso es la propagación del daño. La distancia que separa a los políticos de los ciudadanos es inversamente proporcional a la capacidad de maniobra a la hora de evitar que una situación crítica termine en un estallido. La pandemia ha demostrado que por momentos se extiende un abismo. La paciencia social es el commodity más valioso que tiene el gobierno de Fernández, y no abunda.

El Presidente se jacta de que la Argentina es un oasis de calma en una región convulsionada. Esa, justamente, es una de sus cartas fuertes en la negociación internacional a varias bandas para resolver la situación crediticia del país ante el Fondo Monetario Internacional. Lo confirmó la propia Casa Blanca, en un comunicado oficial, tras la visita del Asesor de Seguridad Nacional, Jake Sullivan, este mes. Ese capital también corre peligro si el gobierno no consigue desescalar la violencia.

Cuando la sociedad le da la espalda a la política es cuando se abre la puerta a fantasías antidemocráticas; la experiencia cercana, en el tiempo y en el mapa, así lo demuestra. El respaldo de la ciudadanía es la única garantía para un gobierno popular ante un golpe o un intento de desestabilización. Los niveles récord de ausentismo y voto en blanco en los comicios locales que se llevaron a cabo este año plantean un horizonte sombrío, que proyecta, además, incertidumbre sobre el resultado de las elecciones.