A partir de la derrota electoral del 2021 Alberto Fernández apostó el capital político que le quedaba en sostener a Martín Guzmán, cuestionado por toda la coalición oficialista, desde los gobernadores hasta funcionarios de su propio gabinete, desde Sergio Massa hasta Cristina Fernández de Kirchner. El ministro de Economía, sin embargo, renunció alegando falta de apoyo. Su intempestiva salida, tuiteada durante el discurso de la vicepresidenta, abonó a la fogata de la interna peronista, que amenaza extenderse como un incendio, y dejó una bomba de tiempo a desactivar antes de que abran los mercados.
El presidente tiene hasta las 10 del lunes para tomar, con precisión quirúrgica, una decisión crucial, quizás la más importante en lo que va de su mandato. No se trata solamente de encontrar un reemplazo. Debe dar con las medidas necesarias para evitar que escalen y se retroalimenten dos crisis, política y económica, en simultáneo. Para eso necesita encontrar algo bastante parecido a la cuadratura del círculo: una respuesta que sea aceptable políticamente por el Frente de Todos y al mismo tiempo no haga demasiadas olas en el plano financiero y cambiario, en el que no queda margen de error.
La propia vicepresidenta abrió las puertas a un diálogo franco con sectores de la oposición para acercarse a un entendimiento de ese tipo en su discurso en Ensenada. “Me voy a reunir con quien me tenga que reunir” porque “no hay posibilidad si no hay un gran acuerdo”, dijo. No es una novedad, si se presta atención a la actualización doctrinaria que CFK viene hilvanando en cada una de sus apariciones públicas desde abril de 2016. Tiene el problema de que tanto los propios como los ajenos esperan de ella algo distinto. Mientras el tiempo apremia, es la única que señala una salida posible.
Difícil que se pueda avanzar en un diálogo franco con la oposición antes de que el peronismo salde sus propias heridas, que volvieron a quedar a flor de piel, como una pulsión tan autodestructiva como inevitable. Con un énfasis incomprensible al final de una semana en la que, culebrón con la CGT mediante, tambaleó el respaldo político que lo sostiene, Fernández decidió confrontar como nunca con su vice justo cuando incluso sus allegados más cercanos (las excepciones se cuentan con los dedos de una mano) insisten con que es momento de alinearse para tener chances electorales en el año 2023.
El mandatario está quedando solo en su patriada. Los dirigentes con responsabilidad territorial ya negocian para poder conservar su cuota de poder en el pago chico. Albertistas de primera hora, que hasta hace algunos meses eran alérgicos a La Cámpora, hoy encuentran atractivas coincidencias tácticas con esa organización. Amigos personales se despegan de su suerte y lo cuestionan on the record a través de los medios. Incluso los pocos que permanecen leales, algunos de los cuales estuvieron en la quinta de Olivos la noche del sábado, reprueban en privado su intransigencia.
La presencia del ministro de Agricultura, Julián Domínguez, en el acto de Ensenada da cuenta de cómo se cierra el círculo alrededor del presidente, al igual que declaraciones como las que hizo en El Destape Radio el sábado por la mañana el diputado Eduardo Valdés, cuestionando los términos que utilizó el presidente contra la vice, dan cuenta de que el círculo que rodea a Fernández se hace cada vez más chico. Guzmán también era una pieza clave de ese armado que ya no está. Cada día que pasa el presidente queda más condicionado al apoyo externo. Todavía tiene la chance de elegir de quién.
La mediación de CFK resultó clave para evitar que el acto en el Salón Felipe Vallese del edificio de la CGT naufragara, poniendo en jaque al gobierno. No solamente postergó 24 horas su propia presentación en Ensenada sino que intervino para convencer a los sindicalistas reacios a prestar el escenario al presidente. Dirigentes de su confianza como Axel Kicillof, Jorge Capitanich y Wado de Pedro ocuparon lugares en las primeras filas. Por eso sorprendió el virulento retruque sobre la lapicera, montado en una lectura por lo menos curiosa del Manual de Conducción, que apuntaba directamente contra la vice.
Según Fernández, “el poder no pasa por ver quién tiene la lapicera sino por quién tiene el poder de convencer”. El problema con esa toma de judo dialéctica, que pretendía transformar un agresión en un contraataque, no es tanto la interpretación forzada de una frase de Juan Domingo Perón, que la vice se encargó rápidamente de refutar al día siguiente, sino que está en boca de un gobernante que encuentra dificultades para ejecutar ambas tareas. No usa la lapicera pero tampoco convence, ni a los sectores corporativos con los que se empaca en no confrontar ni a su propia base electoral.
El intento tardío de retomar una agenda que evoque a ese primer semestre de mandato en el que la opinión pública le resultaba favorable, volviendo a instalar debates sobre la estatización de Vicentín o la prisión política de Milagro Sala, no hace más que recordar sus fracasos y poner el foco en las cosas que no pudo hacer. Y aunque no tiene resultados para exhibir tampoco cambia su plan de aproximación a los problemas ni traduce en actos acordes la gravedad que expresa en su discurso. El resultado es que en lugar de quedar fortalecido el mandatario siga desdibujándose.
Por eso causó malestar en el Frente de Todos su definición en una entrevista esta semana respecto a su precandidatura presidencial para 2023. Es difícil encontrar alguien en el oficialismo que todavía crea que él pueda ser la figura más competitiva dentro de un año. Cerca suyo, luego, relativizaron esa aseveración. La respuesta, afirmativa y enfática, llegó después de dos preguntas consecutivas de su interlocutor: la primera sobre la utilización de las PASO para dirimir las boletas y la segunda sobre su postulación en particular. Según aclaran ahora, Fernández solamente estaba diciendo sí a la primera.
Un reconocimiento explícito de que competir no está en sus planes es parte del pliego de condiciones que CFK le tendió al presidente. “Allá por el 2019, hice todo lo que tenía que hacer para que el peronismo vuelva a ser gobierno, espero que quienes tienen responsabilidades más altas vuelvan a hacer lo mismo que hice entonces para que el peronismo gane en 2023”, dijo ayer. Fue la segunda vez en menos de dos semanas que insistió con esa idea, que resume los gestos y decisiones que espera de Fernández. Renunciar a su reelección y compartir el diseño del programa económico.
La salida de Guzmán abrió una puerta para que se cumpla esta última condición. La decisión del economista respondió a la falta de respaldo para avanzar a fondo con algunas medidas que consideraba indispensables, como la reducción de subsidios en las tarifas de energía. El martes, cuando el Boletín Oficial publicó la resolución 467/2022, que fijaba las pautas para segmentar esos beneficios, el ministro encontró que el secretario de Energía, Darío Martínez, había introducido modificaciones inconsultas que cambiaban algunos aspectos claves de la política.
El jueves, el presidente participó de una actividad con Martínez y se fotografió con él. Esa noche, envalentonado por el flujo positivo de dólares en las últimas jornadas, que permitieron acumular las reservas comprometidas en las metas del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, Guzmán pidió la cabeza del secretario y de otros funcionarios del área de Energía, además de poner a alguien de su confianza al frente de la mesa de dinero del Banco Central. Dejó en claro que eran condiciones que consideraba necesarias para continuar con su tarea. Ante la falta de una respuesta afirmativa, decidió irse.
Hay una llamativa coincidencia con la secuencia, tal como la reconstruyen cerca del ministro, y otra similar, que desató la crisis política en septiembre, después de las PASO. En esa ocasión, el presidente y la vice se reunieron a discutir cambios en el gobierno. CFK se fue creyendo de que habían acordado renovar el gabinete. Fernández, sin embargo, entendió que lo mejor era esperar. Ahora, tras el encuentro del jueves, Guzmán salió convencido de que su ultimátum había sido claro, pero el mandatario no comprendió lo mismo y se sorprendió al recibir, dos días más tarde, la carta de renuncia.
El texto, que podría haber sido un hilo de tuits, concluye con una advertencia que debe ser escuchada porque resume, en su núcleo, el problema central de este gobierno y del Frente de Todos: “Será primordial que trabaje en un acuerdo político dentro de la coalición gobernante para que quien me reemplace cuente con los instrumentos de política macroeconómica necesarios para consolidar los avances y hacer frente a los desafíos por delante. Eso ayudará a que pueda llevar adelante gestiones conducentes al progreso económico y social con el apoyo político necesario para que sean efectivas”.