En diciembre, Sergio Massa y Alberto Fernández estuvieron casi dos semanas sin hablar, algo que sucedió pocas veces en los últimos quince años y nunca, hasta entonces, desde que se juntaron a tomar aquel café que selló la conformación del Frente de Todos. El enojo de Massa tenía que ver con diferencias sobre el rumbo del gobierno pero sobre todo porque no encontraba margen para hacer política y sentía que así se estaba alejando de su base electoral histórica, la clase media y media baja. El presidente de la cámara de Diputados se sentía vigilado por el perro del hortelano, que no jugaba ni lo dejaba jugar.
El anuncio de la suba del mínimo no imponible del impuesto a las ganancias, un tema que pertenece al núcleo de la identidad del Frente Renovador desde su génesis, saldó ese enojo e inauguró una nueva estrategia política en el oficialismo: un juego de roles coordinado entre las partes para producir un discurso coral, en el que distintos voceros dialogan con diferentes interlocutores. Una humorada que se escuchó esta semana en los pasillos del Congreso decía que el kirchnerismo le habla a los sectores populares, Massa a la clase media y por eso el Presidente tiene que sentarse con la Mesa de Enlace y los empresarios.
Más allá de la broma, algo de eso hay. Después de un final un poco turbulento del 2020, el Frente de Todos volvió a ajustar tuercas: además de la primera reunión de la llamada mesa chica en el año (con Fernández, Massa, el jefe de Gabinete Santiago Cafiero, el diputado Máximo Kirchner y el ministro de Interior, Eduardo De Pedro), se multiplicaron los contactos a tres bandas entre los socios mayoritarios de la coalición: el Presidente, el líder del FR y la vice Cristina Fernández de Kirchner, que mantuvo en lo que va de febrero encuentros cara a cara con ambos, por separado, después de regresar de unas semanas en Santa Cruz.
Las diferencias entre CFK y Massa son conocidas por todos. Más interesantes son las coincidencias. Por ejemplo, que --aunque no lo diga en público-- el presidente de la cámara de Diputados es muy crítico del trabajo del gabinete y también cree que hay “funcionarios que no funcionan” y un importante déficit de peso político en la gestión. Con el anuncio de Ganancias demostró que su capacidad para instalar agenda y capitalizar políticamente un tema sigue intacta, justo un punto que le cuesta muchísimo a la Casa Rosada. “Es un Poder Ejecutivo muy poco ejecutivo”, señalan cerca suyo.
Sin embargo, él jura que no quiere volver a ocupar la jefatura de Gabinete, cargo que ya tuvo en 2008, cuando reemplazó, justamente, a Fernández. Apuesta, por el contrario, a consolidar el Frente de Todos desde el lugar que le tocó en el reparto de 2019. Después de un año de emergencia sanitaria y económica, cree que la prioridad es recuperar las “constantes vitales” de la coalición para ser competitivos en las elecciones de medio término. Y se ve como una figura clave en ese esquema, que se para sobre tres fundamentos: la unidad, la pluralidad y la vocación hegemónica.
Massa sostiene que su rol resultará decisivo en una elección que va a definirse en el centro. Cree que la economía crecerá este año un poco más que lo esperado pero que eso no será suficiente. Considera que el apoyo del electorado kirchnerista está garantizado y que él es la persona adecuada para disputarle a Juntos por el Cambio esos “votos que valen doble” porque se restan directamente de la pila del adversario. “Para ganar hay que tener oferta, propuestas, estilos y formas que sean capaces de representar ese centro”, definen en su equipo. Como decía un viejo meme que lo tenía como protagonista: “La gente”.
Mientras tanto, sigue construyendo su proyecto presidencial, que lo desvela desde siempre y que nunca dejó de lado, aunque ahora lo asume con menos ansiedad. Sabe que en 2023 la prioridad la tiene la reelección de Fernández pero está listo para dar una interna en caso de que se abra la sucesión, como sugirieron recientemente dos notas de periodistas con acceso directo al primer piso de la Casa Rosada. Tampoco se cierra a la posibilidad de encabezar una fórmula de consenso con una ecuación similar a la del ‘19. Sin embargo, advierte, es pronto para discutir esas minucias y está dispuesto a esperar cuatro años más.
A través de AySA, conducida por su mujer, Malena Galmarini, está desarrollando más presencia territorial en el conurbano que ninguna otra repartición del Ejecutivo. Además, en un rol poco habitual para un legislador, ha participado en los últimos meses de varias actividades de gestión, apoyando a los funcionarios de su espacio como el ministro de Transporte, Mario Meoni. Más compleja es la situación en el Enacom, que encabeza otro Renovador, Claudio Ambrosini, y que se encuentra en el candelero por el conflicto con las telcos. “Es un tema muy delicado”, advierten en el massismo, con cierta incomodidad.
También aprovecha su trabajo parlamentario para arrimarse a los gobernadores no alineados, como Omar Gutiérrez, de Neuquén, un hombre que supo ser muy cercano a Mauricio Macri al que recibió la semana pasada. Otros líderes provinciales, como Gustavo Sáenz (Salta), Alberto Weretilnek (Río Negro) y Carlos Rovira (Misiones) también suelen visitar el quincho de los Massa cuando están en Buenos Aires. Ellos, como la clase media, son territorio en disputa con la oposición, particularmente con su amigo y rival Horacio Rodríguez Larreta, que también trabaja en su propio armado nacional para inaugurar el postmacrismo.
La disputa por el PJ le pasa por un costado: hasta el día de hoy ratifica su decisión de sostener al Frente Renovador como un espacio autónomo, al revés de lo que hace La Cámpora, que viene trabajando para fundirse con la estructura partidaria del peronismo y eventualmente conducirla. “Más frentismo”, es su consigna. Sabe que para disputar la primacía en el futuro, deberá agrandar la coalición, porque con el reparto de roles actual corre en desventaja. Uno de sus anhelos es sumar al espacio que conduce su predecesor en el cargo, Emilio Monzó. Esta es una historia en desarrollo.