El desconcierto ya es imposible de disimular. El presidente y su portavoz peleando con el participante de un programa de televisión que no puede escucharlos ni enterarse de nada de lo que ellos dicen, metáfora brutal de la realidad. La Cámpora y el Movimiento Evita intercambian chicanas en las redes sociales. Espacios políticos que no tienen volumen electoral significativo, como el que encabeza Emilio Pérsico o los sindicatos que mantienen la administración del edificio de la CGT, organizan cónclaves y actos para discutir el reparto de lugares imaginarios en listas de fantasía.
Los problemas dentro del Frente de Todos, que siempre existieron, ahora se ventilan de manera impúdica como si fueran escenas de ese mismo reality show, también una remake desangelada de gestas anteriores. La descomposición interna del oficialismo es un proceso en curso que está escalando. Las diferencias se reproducen en todos los niveles: no hay acuerdo en qué políticas llevar a cabo ni en cómo implementarlas ni en cómo solventar esos desacuerdos. Síntoma de un desacuerdo más grave y profundo, respecto a cuál es la representación que debe asumir el peronismo en esta época, y para qué.
Afuera de la casa, las preocupaciones de la sociedad argentina pasan muy lejos. Con una inflación que, según todas las previsiones, será en octubre más alta que en septiembre y llegará, a fin de año, a las tres cifras, el poder adquisitivo se destruye en tiempo real, cada día que pasa, sin encontrar, en las autoridades, ni una respuesta ni la promesa de una, sólo apelaciones a viejas fórmulas que no funcionaron y desembolsos paliativos a cuentagotas que siempre llegan demasiado tarde. La postura oficial ante la puja distributiva es ni aumento por decreto, ni conflicto laboral ni paritarias muy altas. Así es muy difícil.
El sentido de la oportunidad no podría ser peor. Con la economía relativamente ordenada en términos macroeconómicos y creciendo a pesar de todo; a un año de la próxima elección, tiempo suficiente para torcer cualquier adversidad; con un sector empresarial que ha dado señales contundentes, en los últimos días, de estar dispuesto a escuchar qué tiene para proponer el peronismo; con parte de la oposición abierta por primera vez a cuestionar en público las peores prácticas macristas. Con todo eso, el Frente se empecina en dejar pasar oportunidades, como si fuera un lujo que todavía pudieran permitirse.
La sensación que sobrevuela todos los campamentos es la misma, aunque cada cual le encuentra una explicación o una excusa diferente. Cunde un diagnóstico de inmovilidad y displicencia, que tiene epicentro en la Casa Rosada pero a esta altura empapa los talones de cada uno de los actores y actrices principales. “Estamos todos albertizados”, lamenta un importante funcionario, no precisamente kirchnerista. Ni siquiera la dinámica de sálvese quien pueda que se apoderó del Frente de Todos logra imprimirle vértigo, o al menos un poco de brisa en la cara. Todo cuesta. Todo tarda. Todo se desgasta.
Tomemos como ejemplo la salida de Juan Manzur del equipo presidencial. Primero filtrada off the record, desmentida por la portavoz Gabriela Cerruti, confirmada por el propio jefe de Gabinete pero fechada para dentro de cuatro meses (algo que condiciona a Alberto Fernández en el armado de su gobierno en el interín) y finalmente puesta en duda por el propio Fernández, que avaló el desaguisado ofreciendo, en público, “guardarle” el puesto más importante de la administración nacional durante varios meses para que pueda hacer campaña en Tucumán para las elecciones de mayo.
La misma desidia corre para las decisiones económicas que impactan directamente en la sociedad y la opinión pública. A las infinitas excentricidades que la Argentina puede anotar en su diario íntimo hay que sumarle una crisis económica surfeada por un presidente y un ministro de Economía que apenas se hablan en el día a día. Sergio Massa ni siquiera participó de la reunión de gabinete del miércoles pasado, donde se discutió “el apoyo a la población más vulnerable y la creación de empleo”, aunque un día más tarde tuvo un mano a mano con Fernández para definir detalles del bono contra la indigencia.
El presidente decidió, demasiado tarde, embarcarse en la cruzada antikirchnerista y está decidido a preservar el poder que cree que todavía conserva. En ese afán se ensaña contra molinos de viento. Sigue alimentando la idea de que buscará su reelección, incluso si tiene que superar, para eso, una interna del Frente de Todos. Hay que reconocer su autoestima, aunque no sea contagiosa: ni siquiera sus propios ministros ni sus aliados históricos piensan que pueda llegar a ser competitivo el año que viene, aunque muchos admiten, en privado, que todavía está a tiempo de facilitar un triunfo peronista.
Existe un grupo de whatsapp en el que participan figuras relevantes del gobierno y dirigentes que llegaron de la mano de Fernández, donde se discute, desde hace algunas semanas, la posibilidad de que el mandatario anuncie pronto que no buscará un segundo período, excusándose en el desgaste de haber tenido que enfrentar la pandemia y la guerra y en la necesidad de que la reconstrucción la encabece otra persona. Calculan que eso lo ayudaría a colocarse por encima de la disputa política, recuperar imagen y darle aire para hacer un buen último año de gestión. Todavía nadie se animó a proponérselo.
Por supuesto, no existe, ni remotamente, en el peronismo, un acuerdo respecto a quién debería ser esa otra persona. Los que promueven el renunciamiento histórico, piensan que esa movida podría fortalecer una alternativa no kirchnerista de cara a las PASO, cuya suspensión está perdiendo fuerza después del impulso inicial, un pase de baile que se repite sin diferencias cada cuatro años. Son exalbertistas que se cansaron de esperar que los conduzcan hacia la batalla y están buscando otro general. Tienen pocos candidatos potables y muchos problemas. El más importante: todavía dependen de CFK.
Si ella juega no hay partido en esa interna. Incluso el propio presidente, que asegura en privado que no tiene problema en desafiar a su vice, difícilmente encuentre a quien le cuide el banquito si decide seguir adelante con esa idea. A todos los que le preguntan, Cristina Fernández de Kirchner les contesta lo mismo: que va a hacer lo que tenga que hacer para que no gane nuevamente la derecha. Quienes la conocen bien dicen que ella preferiría no tener que volver a asumir esa carga. Que está evaluando alternativas. El tiempo para encontrarlas se acorta. Y la presión para que sea ella va en aumento.
Incluso entre los sectores más refractarios a su figura hay quienes creen que debería ser ella la que se haga cargo de la situación para dejar de hacer experimentos políticos que muchas veces terminan resultando inviables. En parte tiene que ver con que reconocen que nadie más puede construir un liderazgo mientras ella forme parte de la ecuación y entonces lo más lógico es que sea la misma la que tome las decisiones estratégicas, para bien o para mal. En parte también es una respuesta lógica desde el pantano en el que se convirtió la experiencia del Frente de Todos. Ante la pasividad, resolución. La que sea.
Desde el kirchnerismo, el operativo clamor ya está en marcha, con o sin la aprobación de la protagonista, aunque sí con la huella inocultable del diputado Máximo Kirchner. “Cristina es la única garantía”, aseguran en La Cámpora, cuyos cuadros ya trabajan en esa candidatura. A principios de mes lo dijo la senadora Juliana Di Tullio: “No quiero una fotocopia, quiero que sea Cristina”. La semana pasada, el que planteó “Cristina 2023” fue el intendente de Pehuajó, Pablo Zurro. Este viernes, en un acto en Rosario, el diputado Marcos Cleri pidió “una herramienta política para cuando CFK decida caminar el país hacia 2023”.
El acto del 17 de octubre en Plaza de Mayo también fue una muestra de ese clamor. La crónica de esa marcha que se publicó al día siguiente en la página oficial de La Cámpora y se replicó en todas sus redes empezaba con un párrafo que dejaba poco margen para la imaginación: “De un lado al otro de la Plaza, bajo banderas de organizaciones sindicales, políticas y sociales, la consigna que se coreaba y unificaba las columnas era una sola: ‘Cristina presidenta’”. Curiosamente en la versión más actual del documento esas líneas fueron borradas.