Otro año electoral: esta vez la principal incógnita es Alberto

El Frente de Todos arranca el 2021 con mejores cartas que la oposición, pero el Presidente debe decidir qué tipo de liderazgo va a ejercer. Los desafíos de la pandemia y la economía.

02 de enero, 2021 | 19.00

En la Argentina pestañeás y hay que ir a votar. Ya es 2021. Año nuevo. Año impar. Año de campaña. Año electoral. Los primeros hitos del gobierno del Frente de Todos aún pueden verse en el espejo retrovisor y adelante ya hay carteles que anuncian la próxima parada, en octubre o (más probablemente) en agosto. El escenario, a priori, es parecido al de hace doce meses. El oficialismo conserva la unidad como principal capital político, más allá de los roces de gestión y las fricciones naturales en una coalición variopinta. Juntos por el Cambio hizo de la intransigencia una herramienta para sostener su cohesión después de la dura derrota del 19 y cumplió su primer aniversario en el llano sin bajas sensibles.

La novedad: para la oposición se ha vuelto habitual jugar al fleje del consenso democrático. Lo que está en juego en las elecciones de medio término es que el oficialismo tenga mayoría en ambas cámaras. Existen señales claras de que si no puede evitarlo en las urnas, el macrismo se prepara para ir hacia un escenario, vaya paradoja, venezolano, desconociendo la legitimidad de los resultados. Casi un año antes de la fecha en cuestión ya comenzaron a instalar la hipótesis del fraude. Cuentan, en esa tarea, con la ayuda inestimable de los tribunales y los medios de comunicación mainstream. Viejos conocidos. Desbaratar el lawfare se ha vuelto una cuestión de supervivencia para el gobierno.

Alberto Fernández querría que ese no fuera un problema. Al Presidente le gustaría tanto que algunos medios lo trataran un poco mejor, que se desvive en agradarles. Preferiría que los jueces mafiosos que cometieron prevaricato y violencia política reflexionaran, antes que tener que perseguirlos por los delitos que cometieron. Espera que los empresarios que hacen sus mejores negocios durante las crisis apuesten por la estabilidad sin zanahorias ni mucho menos palos. Pasó buena parte de su primer año de mandato negociando un tratado de no agresión mutua con el poder corporativo. Un par de veces creyó haber llegado a buen puerto. Se enteró que no leyendo la la portada de Clarín al día siguiente.

Una de las principales incógnitas a resolver este 2021 es qué tipo de liderazgo buscará proyectar. El modelo de diálogo a ultranza que propuso desde su primer día de gobierno encontró límites demasiado rápido. ¿Cuántas veces puede enojarse con algo (la injusticia del Poder Judicial, la avaricia empresaria, las fake news) antes de que ese enojo termine pareciendo una confesión de sus propios límites? ¿Cuántas veces se puede dar marcha atrás sin dejar un poco de poder, o mucho, por el camino? ¿Cuántos Vicentines resiste la autoridad presidencial? En ese punto comienza a trazarse el mapa que lleva a 2023. ¿Surgirá, finalmente, un líder, o prevalecerá el administrador de transiciones?

Es una pregunta sobre el carácter de Fernández, no sobre el rumbo político: después de todo, la falta de temple a la hora de pulsear con los grandes jugadores del país que le recrimina un sector de la coalición gobernante es la misma que desde otro ala del mismo espacio le achacan por no animarse a alentar un “albertismo” para construir un liderazgo autónomo de Cristina Fernández de Kirchner. No son compartimentos estancos. Difícil, casi imposible, lograr lo segundo sin pasar por lo primero, como quedó demostrado cuando Sergio Massa y Florencio Randazzo intentaron ese atajo. A esta altura del partido sólo Alberto sabe si tiene el fuego sagrado que se requiere para torcer la historia.

Si hay decisión, hay con qué. Quedó claro en la potencia política que demostró el oficialismo cuando actuó en tándem, como en el Congreso, donde tuvo un año brillante y terminó resolviendo con suficiencia desafíos delicados y que en la previa tenían pronóstico complejo. Las rencillas y malestares no le hacen sombra a la convicción, que comparten los socios mayoritarios del Frente de Todos, de que la unidad del peronismo es el dique que pone a salvo a la sociedad argentina de una cuarta experiencia neoliberal y de sus efectos destructivos. Se tensarán un poco las cuerdas durante estos meses, antes del cierre de listas, como manda la tradición. Las diferencias llegarán hasta ahí, no más.

La pandemia y la economía, los otros dos frentes que deberá resolver el Frente de Todos si quiere llegar con chances a las elecciones, están atados el uno al otro. La llegada de las primeras vacunas fue un triunfo resonante del gobierno pero quedan por delante todavía muchos meses de pandemia, acaso los peores, antes de que la inmunización de una parte importante de la sociedad termine por cerrarle los caminos al virus. Aunque por estas horas evalúa opciones para restringir los contagios, que volvieron a tomar una dinámica preocupante, el Presidente sabe que no hay margen para tomar decisiones que vuelvan a ponerle un freno a la actividad. Es una carrera entre el virus y el operativo de vacunación.

No alcanzará sin embargo con el rebote, después de tantos años de languidez económica, para generar los recursos necesarios y distribuirlos como corresponde. Será necesaria la acción decidida del Estado para avanzar con reformas de fondo (impositiva, del sistema de salud, del comercio exterior) y regulaciones que obstaculicen las maniobras de empresas monopólicas y oligopólicas para engrosar sus márgenes de ganancia antes de que los trabajadores recuperen su poder adquisitivo. Si lo consigue, la sociedad le confirmará su confianza en las urnas. Con todos los problemas, este ha sido un gobierno que ha cuidado a su pueblo en una de las mayores crisis de la historia. La gente no necesita leerlo en Clarín.

Ayuda, y mucho, que la oposición parezca haber desistido de seducir al centro del espectro político, que le dio triunfos en 2015 y 2017. La deriva bannoniana de Mauricio Macri y la flexibilidad de Horacio Rodríguez Larreta, que no está dispuesto a perder ni un voto por derecha, terminó encasillando a Juntos por el Cambio como un espacio conservador, infantilizado, borderline y chillón. Pasó de disputarle electorado al 25 por ciento de Massa, hace un lustro, a rebajarse para seducir al 2 por ciento de José Luis Espert o Juan José Gómez Centurión. Hay solamente dos explicaciones para eso. O están completamente perdidos y sin brújula; o en sus planes los votos no tienen un rol protagonista.