Dice Nicolás Maquiavelo, en el pasaje más famoso de su obra, que el príncipe debe ejercer su condición de liderazgo a través del amor o del miedo. “Surge de esto una cuestión: si vale más ser amado que temido, o temido que amado. Nada mejor que ser ambas a la vez; pero puesto que es difícil reunirlas y que siempre ha de faltar una, declaro que es más seguro ser temido que ser amado”, escribió el florentino. Se desprende de eso que la ausencia de ambas condiciones significa un problema para cualquier líder. Ese es, exactamente, el problema de Javier Milei.
El rechazo del DNU 70/23 en el Senado da cuenta de que las amenazas que hizo ante la asamblea legislativa en su discurso de apertura de sesiones no tuvieron efecto. Quiso ganar tiempo, no pudo. El pacto de Mayo naufraga y con él la expectativa de aprobar en el Congreso la ley Ómnibus dos punto cero. La economía está hundida y no muestra señales de recuperación. Los marcos teóricos se prendieron fuego ante el primer fogonazo inflacionario. Cada día que pasa parece política y personalmente más aislado. Todos los balances por los primeros cien días de gobierno dan cuenta de una situación precaria.
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Saldado ese debate, la pregunta que corresponde hacer ahora es qué va a pasar con los segundos cien días, el lluvioso otoño que separa a este presente lleno de dudas con el invierno marcado en el calendario como una fecha prometida: para sacar el cepo, para que ingresen los dólares del Fondo, para comenzar la recuperación económica después de dejar atrás “lo peor”, según admite en sus planes el mandatario. En el mejor de los casos, tocar fondo (un fondo más profundo que cualquier crisis que recuerden varias generaciones) para después salir. Y esa es una hipótesis que tiene muchas razones para fallar.
Sucede que la dinámica que tomó el país en estos cien días indican que cuanto más tiempo transcurra mayor será la fragilidad del gobierno en tanto y en cuanto no pueda mostrar resultados efectivos que impacten positivamente en la sociedad. En todos los planos Milei tiene por delante desafíos complejos, muchas veces sin las herramientas necesarias para superarlos. El presidente deberá exhibir cualidades que no mostró hasta ahora si quiere sortear con éxito los segundos cien días de su mandato. Cada vez son más los que se animan a preguntar, en voz alta, si las tiene.
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En el plano legislativo, la derrota en la cámara alta es solamente una muestra de lo que puede venir en las próximas semanas. Pasó desapercibido, en el marco de la sesión donde se rechazó el DNU, que la oposición quedó a solamente dos votos de conseguir los dos tercios necesarios para tratar sobre tablas una modificación del impuesto al cheque que dispusiera la coparticipación de una parte de lo recaudado. No es la única alternativa de financiamiento que están evaluando los gobernadores. Las provincias necesitan fondeo urgente y si no pueden acordarlo con Milei acordarán entre ellos, contra él.
El presidente intenta romper ese scrum golpeando al que considera su punto más expuesto: Axel Kicillof. Este fin de semana el presidente alentó, a través de sus redes, a dejar de pagar los impuestos que financian las arcas bonaerenses. Juega con fuego en momentos que la recaudación del fisco nacional se desplomó un veinte por ciento en términos reales desde que comenzó el año. Fue una respuesta intempestiva a la decisión del gobernador de ceder 80 vehículos y otros insumos policiales para el comité de crisis contra el narcotráfico en Rosario. Acciones de gobierno, reacciones infantiles. Nada nuevo.
Si no pone una cuña entre los mandatarios provinciales el Congreso seguirá dándole malas noticias al presidente durante sus segundos cien días de mandato. En la cámara de Diputados madura el KO del DNU: todos los poroteos, incluso los que maneja el oficialismo, son sombríos. Como cuando la ley Ómnibus chocaba con obstáculos insalvables, Milei desplazó de la interlocución con los bloques opositores a los diputados Martín Menem y Oscar Zago y volvió a poner a cargo de esa tarea al desautorizado ministro de Interior, Guillermo Francos. No funcionó en enero, ahora quién sabe.
Las novedades tampoco son luminosas para el gobierno en el plano judicial, donde cada semana hay uno o varios reveses para el decreto 70/23. Además, el presidente de la Corte Suprema, Horacio Rosatti, advirtió en la conferencia anual de AmCham que los jueces no deben intervenir allí donde resuelve la política, restándole envión a las especulaciones de que una sentencia salvadora ratifique el DNU antes de que lo voltee el Congreso. En Tribunales se quejan de lo mismo que en otros ámbitos: el apriete económico, la falta de interlocutores y el desinterés de Milei en todo lo que exceda la economía.
Un dato que pasó desapercibido de la votación en el Senado fue la asistencia perfecta y unidad sin fisuras del bloque peronista. Mientras que los otros dos partidos con historia, la UCR y el PRO, están afrontando quiebres y defecciones, el justicialismo sostiene su cohesión y trabaja para sumar a sectores que venían trabajando por afuera. Este viernes, el PJ celebrará su Congreso Nacional, donde se anunciará una interna entre los afiliados para dirimir las autoridades del partido. La elección funcionará también para contar cuántos patitos tiene cada uno para hacer valer a la hora de discutir candidaturas en 2025 y 2027.
Cada semana que pase con el peronismo en reconstrucción y los otros partidos haciendo centrifugado disminuyen las chances de que Milei pueda construir mayorías en el Congreso o quebrar la entente de gobernadores. Es justo señalar que, dentro del corset superavitario que decidió ponerse, no cuenta con muchos elementos disuasorios. No puede abrir la canilla a las provincias sin comprometer el superávit que dibujó en enero y febrero. Y para hacer más difíciles las cosas, después de que el Senado rechazó el DNU el presidente perdió la ventaja. Ahora el tiempo corre en contra suyo.
Todo se reduce a un tema de dinero, como de costumbre. Milei se aferra al superávit porque es el único ancla de su plan económico: toda su iglesia está montada sobre esa piedra. Para hacer sostenible el equilibrio necesita que se aprueben el DNU, la ley Omnibus 2 y el capítulo fiscal. Para que el Congreso no frene ese paquete, necesita el acompañamiento de los gobernadores. Los gobernadores reclaman plata: la Nación logró sanear sus cuentas a fuerza de vaciar las arcas provinciales. Si el presidente acepta debe despedirse del superávit. Si no acepta, también. Esa es la trampa en la que quedó metido.
Y no va a mejorar pronto. Tampoco lo hará la conflictividad social, que ya desde fines de febrero viene remontando la temperatura, con medidas de fuerza diarias en todo el país. El escenario no parece más pacífico para este otoño. La decisión del gobierno de no homologar paritarias altas exacerbará los conflictos con gremios poderosos y de fuerte poder disruptivo como camioneros, bancarios y aceiteros, entre otros. La movilización simultánea de todo el ecosistema universitario, en peligro por el recorte recursos, completa un panorama del que Milei difícilmente saque buenas noticias.
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El desplome de dos dígitos de todos los indicadores de consumo y actividad no va a revertirse en el corto plazo y sus efectos son acumulativos. La familia de clase media que tuvo que elegir entre soltar la prepaga o cambiar a los chicos de colegio pronto descubrirá que ya no le alcanza para ninguna de las dos cosas. El siguiente paso es que se dispare la mora en las tarjetas de crédito, que muchos ya usan para patear los gastos corrientes. Sin regulaciones mientras siga en vigencia el DNU, la bola de intereses va a crecer a una tasa muy superior que la capacidad adquisitiva de los trabajadores. Es una tragedia anunciada.
Pero el principal obstáculo que encontrará Milei en los segundos cien días de su gobierno es él mismo. Todo el daño político al que se expuso en el comienzo de su mandato fue autoinflingido. En los debates parlamentarios y el posicionamiento público de varios gobernadores quedó claro que si hubiese intentado otra estrategia y se hubiera abstenido de insultar a sus interlocutores, hoy el panorama sería muy distinto. Que existe un grupo importante de dirigentes que, por coincidencia programática o alergia al peronismo, se pusieron a disposición. Y él los humilló tantas veces que terminaron haciendo otra cosa.
En noviembre del año pasado, pocos días después del ballotage en Argentina, ganaba las elecciones en Países Bajos un dirigente de ultraderecha con prédica antipolítica y cabellera llamativa, Geert Wilders, a quien algunos medios bautizaron como “el Milei holandés”. Este viernes anunció que no asumirá como primer ministro, porque los otros tres partidos de derecha que se asociaron con él para formar gobierno lo vetaron para ocupar el cargo de mayor responsabilidad. Tiene sentido. Una cosa es asociarse con un loco y otra muy distinta es darle la manija y dejar que tome todas las decisiones.