Milei, el deja vu de la oportunidad histórica y el desafío de Kicillof a Cristina

El establishment que se quemó con Macri hace fuerza por Milei pero las inversiones se demoran. Kicillof asume la palabra y asoma una ruptura con CFK. El riesgo de un peronismo a destiempo. 

20 de octubre, 2024 | 12.08

La edición 60 del Coloquio de IDEA quedará como una postal de época. Igual que siete años atrás, cuando Mauricio Macri ganó las legislativas y promocionó el eslogan fallido del  reformismo permanente, el Sheraton de Mar del Plata volvió a amplificar las ilusiones empresarias. El interregno inviable del Frente de Todos permitió que, otra vez y en el mismo lugar, se volviera a hablar de “momento bisagra” y “oportunidad histórica”. Lo hicieron incluso los mismos protagonistas, ahora a las órdenes del proyecto que promueve Javier Milei. Exponentes notables del fracaso de Macri, Luis Caputo y Federico Sturzenegger fueron aclamados por la platea de empresarios, gerentes y managers que se empeñan en volver a creer. 

En el marco de un coloquio armado a pedir de Milei ya desde la consigna, “Si no es ahora, cuándo”, Caputo fue el que más insistió con la visión oficial. Dijo que, después de 10 meses, el Gobierno se ve en el mejor momento y aseguró que el tiempo juega a favor del fundamentalismo de mercado. Con las variables financieras controladas, la inflación en baja y una recuperación tenue en la actividad, Caputo citó a su segundo, el chileno José Luis Daza, y pronosticó que Argentina es un excelente alumno -no aclaró de quién- y va a ser el país que más va a crecer en los próximos 30 años. “Acá hay un cambio histórico, muchachos. Nosotros estamos acá por ustedes y venimos a devolverle la plata que les robaron por décadas”, dijo en modo Hood Robin. 

El ex trader del JP Morgan fue también el que hizo explícito el punto ciego de la euforia de la extrema derecha. Una y otra vez se preguntó por qué no hay más optimismo, si cualquiera hubiera comprado resultados como estos hace un año y buscó dar certezas de que los “delincuentes impresentables y burros” no vuelven más. Como prueba del nuevo consenso dirigencial, Caputo aseguró que son los gobernadores peronistas los que le dicen que no quieren saber nada con “esta mujer”. Fueron las mil maneras de apelar al poder económico para que se arriesgue a poner de la suya en un experimento de indescifrable final.. 

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Después del choque que se dio en 2023, esta vez el coloquio de IDEA se armó a pedir Milei, como una burbuja perfecta. Se decidió eliminar de la programación a cualquier disertante que pudiera disgustar a Milei. La excepción fue la empresaria Carolina Castro, que advirtió contra los riesgos del Estado ausente y no el peronista Raúl Jalil, entregado al evangelio libertario. José Del Río marcó la única diferencia entre el gobernador de Catamarca y los de Juntos, Ignacio Torres, Rogelio y Gustavo Valdes: los dos primeros son hinchas de Boca y los dos segundos de River. Milei no nació de un repollo, sólo se aprovechó del vacío y gritó lo que otros insinuaban de manera vergonzante. 

El exitismo paleolibertario coincidió con los resultados de las encuestas que difundió la pecera empresaria: más del 70%  de los CEOs esperan un 2025 “moderadamente mejor o mucho mejor”. Cuando Macri fue aclamado en 2017, el sondeo que difundió la consultora D’Alessio IROL sugería algo similar: el 80% de los consultados auguraba un 2018  “muy bueno”. La historia es conocida, aunque hay algunas diferencias. La primera es el control de capitales, que Macri eliminó y Milei convirtió en la piedra basal del ajuste más grande de la historia de la humanidad. La segunda es que Caputo agotó el crédito universal en la aventura del ingeniero y ahora endeudarse le cuesta más. La tercera es la paciencia social, que después de 7 años, está al límite de sus posibilidades. Nada impide sin embargo que el deseo del establishment contribuya a un engaño general y que los que apuestan a Milei se engañen a si mismos. 

Orgulloso empleado del topo que viene a destruir el Estado desde adentro, Caputo le agradeció en el salón principal del Sheraton a su viceministro Daniel Gonzalez, el ex presidente del Coloquio de IDEA que hoy trabaja para Milei. Gonzalez atiende los dos lados del mostrador: llegó a YPF con Miguel Galuccio, escaló funciones en la petrolera de mayoría estatal con Macri y fue uno de los grandes responsables de la renuncia del secretario de Energía Eduardo Rodriguez Chirillo.  

El cambio es sintomático de un poder hiperconcentrado. El Gobierno ya expulsó de sus filas a 79 funcionarios, algunos con denuncias, y no sobran voluntarios para arriesgarse a ser parte. Pero además coincide con el dato que reveló El Destape: con facturas que oscilan entre los 100 mil y los 200 mil  pesos, en los municipios del conurbano sur, los vecinos rechazan las intimaciones de Edesur para regularizar las deudas y pagan entre  5 mil y 35 mil pesos para que los enganchan a la red. Hay que pasar el verano, la estación para la que Gonzalez y Guillermo Francos anuncian cortes de luz.

Macri se adjudicó el nombre de Maria Tettamanti, una ex gerenta de su amigo Alejandro McFarlane. Pero en el macrismo residual dicen que el ex presidente no vio más de dos veces a la nueva secretaria de Energía, que se sumó en 2022 a los equipos técnicos de Patricia Bullrich de la mano de Emilio Apud. Dueño de la mayor distribuidora de gas del país desde 2017, MacFarlane es un gran ganador de la era Milei y la vida le sonríe: hace unos meses compró un club de rugby en Miami, Los Sharks, en sociedad con Marcos Galperin. Firmaron un acuerdo con los hermanos Más para jugar de local en la cancha del Inter de Messi.

El tiempo dirá si Macri finalmente logró la porción de poder y negocios que le reclamaba a Milei como propia o si los macristas de Milei se emanciparon de él por completo. Por ahora, hay una tregua en la extrema derecha que coincide con la división en el peronismo. 

En dos semanas, Macri reaparecerá en su rol de colectora de la ultraderecha. Va a participar de un foro de ex presidentes junto con el presidente de Paraguay Santiago Peña y Mariano Rajoy y Sturzenegger. Organizado por la consultora de Dante Sica, el encuentro repite el eslogan que tantos éxitos le dio a la extrema derecha en campaña: “La batalla del año: statu quo vs cambio cultural”. La pregunta es si funciona cuando le toca gobernar y millones de personas de la clase media que lo votó hacen malabares o caen directamente bajo el umbral de la línea de pobreza. 

Macristas arrepentidos, Sturzenegger y Caputo se hermanan en la tesis de que el decisionismo alcanza para resolver las demandas históricas del establishment. Se jactan de haber tenido la valentía que Macri no tuvo: haber hecho un ajuste de 5 puntos del PBI con la misma rapidez que erradicaron los cortes de calle. La diferencia es otra vez la enorme frustración que generó el peronismo de la unidad, entre 2019 y 2023, una verdadera máquina de legitimar el ajuste de shock. Es quizás el punto más interesante de la irrupción de Axel Kicillof como voz nacional del peronismo en los últimos días. “Escuchemos. No estamos para dar clase si no para entender y después para representar”, dijo en el acto del 17 de octubre en Berisso. “La lógica del sometido o traidor entró en crisis y que viene causando malos resultados. Pareciera que no se registra del todo lo que está pasando en el país y en nuestra fuerza política: hay enojos, diferencias y desacuerdos. Esos reclamos, esos enojos deben ser escuchados con humildad y de ninguna manera pueden ser descalificados como signos de traición”, escribió en el comunicado.

Con sus dos intervenciones, Kicillof acaba de inaugurar una nueva fase en su carrera política. Después de más de una década de acatar la conducción de Cristina y ser en público un disciplinado socio de todas sus decisiones, el gobernador de Buenos Aires asumió la palabra para hacerse cargo de las discusiones que están sobre la mesa desde que el peronismo perdió las elecciones legislativas en provincia, hace más de tres años, y Martin Insaurralde fue designado interventor y jefe de gabinete. Harto del destrato sistemático, Kicillof quiere recibirse de líder y asumir a los 53 años la mayoría de edad en política.  

El peronismo está lanzado a una disputa por la conducción que excede la cáscara vacía que el PJ fue en las últimas décadas. Si los fondos aparecen para que la interna entre CFK y Quintela se haga finalmente en algún momento, tal vez comience otro proceso de mayor involucramiento de los afiliados en una discusión que desde hace 37 años se dirime entre cuatro paredes. En las familias del peronismo, las sensaciones son contradictorias. Algunos ven la luz al final del túnel y otros lamentan las divisiones en este momento. 

Quintela es uno de los pocos gobernadores anti-Milei y busca ensayar un armado amplio que el cristinismo obturó con la preeminencia de dirigentes de fuerte impronta provincial y el apoyo de ex funcionarios ligados a Alberto como Juan Manuel Olmos, Agustín Rossi, Ánibal Fernandez y Kelly Olmos. El gobernador de la Rioja es aliado de Kicillof y sumó desde los viudos del albertismo hasta Alberto Rodriguez Saá, Fernando “Pato” Galmarini -¿con aval de Massa?- y los tránsfugas Jalil y Jaldo, que juntaron avales para su candidatura. La confusión, el oportunismo y las dudas en la dirigencia es tan grande que muchos fueron y vinieron en los últimos días. Para el riojano, una derrota digna frente a Cristina ya sería ganar un protagonismo nacional y una base de adhesión, de cara a una nueva etapa. 

Es una pelea que resulta incomprensible para gran parte de la militancia porque Kicillof es el hijo político de Cristina que llegó más lejos y no plantea hasta el momento diferencias de fondo con respecto al proyecto de país que defiende la ex presidenta. Desde esa incomprensión es que el gobernador aparece como la víctima de un doble ataque, de Milei y del camporismo. 

La confrontación no se limita al peronismo sino que forma parte de una prematura disputa por la sucesión de Milei. Mientras Maximo Kirchner anunció en febrero una elección para noviembre en el PJ bonaerense, Kicillof actuó en espejo con el de las plazas de 2016 y desde el primer día se lanzó a nacionalizar su figura como presidenciable, dentro y fuera del país, sin el aval de Cristina. 

Es cierto que Kicillof le ganó tres elecciones a Milei como dijo en Berisso pero también que si hubo un solo punto del acuerdo Cristina-Alberto que se cumplió hasta el último día fue el financiamiento sostenido de la Nación a la provincia, con recursos por fuera de la coparticipación. Si de algo se arrepentía Fernández, cuando todavía ejercía su cargo, era de haber firmado el decreto que le devolvió 1 punto de coparticipación a la provincia y le detonó la relación con su aliado Rodriguez Larreta. Es una historia antigua, parte de los malentendidos y omisiones que pueden decretar una ruptura impensada. 

Hasta hace algunas semanas, en el cristinismo tenían cuestionamientos con respecto a la velocidad de Kicillof candidato, a algunas decisiones de gestión y a los movimientos de sus intendentes aliados, pero no objetaban su derecho a pelear por la presidencia en 2027. Sin embargo, las incursiones de Cristina en La Matanza y Avellaneda preanuncian una candidatura a diputada que deberá lidiar con los proyectos de ficha limpia de la extrema derecha y los fallos judiciales. Si encabeza una boleta en 2025, esa apuesta de CFK tendrá consecuencias, tanto si gana como si pierde. Los incondicionales de la ex presidenta ya empezaron a fantasear con que sea candidata otra vez en 2027, con el argumento de que es la única que puede gobernar un país como la Argentina. El ejemplo de Lula, hoy cercano a Kicillof, es el que los inspira.

A la ex presidenta y al gobernador los une una historia de muchos años, pero también un riesgo: el de quedar a contramano de una sociedad sobreajustada, que no puede darse el lujo de pensar ahora ni en 2025 ni en 2027.

Como se escribió en esta columna el 1 de septiembre pasado, el modo en el que CFK ejerce las acciones que todavía conserva indica que solo dejará de incidir y opinar cuando alguien sea capaz de enfrentarla y derrotarla. Un líder que no le tenga miedo al rol que Néstor Kirchner asumió para precipitar el final de Eduardo Duhalde. Es lo que Kicillof parece por primera vez decidido a intentar. Como si al largo liderazgo de Cristina en el peronismo solamente pudiera ponerle fin un cristinista.