La designación de Sergio Massa como ministro de Economía volvió a reflotar en las redes un video viral: el entonces diputado, desde su banca, fija la mirada en una botella de agua sobre el escritorio de su compañera de banca Graciela Camaño, que está haciendo uso de la palabra. Pronto, la botella comienza a moverse de manera casi imperceptible hasta que finalmente cae fulminada. En el plano, de fondo, Massa sonríe. La música, tomada de la banda de sonido de Star Wars, termina por completar la escena que “revela” los poderes mentales del legislador.
Hace algunos meses, en una entrevista, Massa reconstruyó aquella secuencia y explicó que los movimientos que hicieron caer la botella eran causados por los enfáticos ademanes de Camaño, que durante su discurso golpeaba y movía el escritorio. Por eso, explicó, él pudo anticipar el desenlace y se distrajo mirando cómo el objeto se movía cada vez un poco más. Cuando finalmente se precipitó la caída, impactó en la cabeza de Felipe Solá, que estaba ubicado en la banca inferior. Eso fue lo que le causó la risa que quedó inmortalizada en aquel video como un sello que certificaba sus poderes.
El demorado pero a partir de cierto punto inexorable desembarco del político tigrense en el gabinete nacional, entrando por la puerta grande, guarda algunos curiosos paralelismos con la escena en cuestión. Massa, eterno aspirante a la presidencia, detectó temprano, quizás antes que nadie más, que los movimientos tectónicos en el Frente de Todos conducirían, a la corta o a la larga, a que se le abriera esa oportunidad. Aunque fijó su mirada en ello, cuando se dio no fue por su mérito sino a causa de circunstancias que lo exceden. Y al final, es el que sale sonriendo en el centro del plano.
La gran pregunta es cuánto puede durar esa sonrisa. En sus planes y en sus sueños llega intacta a octubre del 23 con fuerza suficiente para arrastrar al peronismo a una remontada histórica que le permita empezar a reescribir algunas verdades grabadas en piedra. Tres obstáculos lo amenazan. El primero es la economía, la condición insuficiente pero necesaria de todo lo que venga a partir de ahora, se llame como se llame, llegue de donde llegue y con el currículum que sea. La hoja en blanco sobre la que se escribirá, de ahora en más, cualquier contrato entre la política y la sociedad.
El segundo es deshacer la trampa autoinflingida en la que se enredó el oficialismo y que puso en caja a todos los que intentaron sacar esa sortija antes que él, desde Juan Manzur hasta Daniel Scioli, por mencionar dos casos recientes. Establecer un mecanismo que transforme las decisiones en hechos consumados, transacción básica sin la cual no hay forma de articular un gobierno a la altura de las necesidades de este momento de crisis, que son muchas. Poder tomar control de la botonera del Estado, tarea en la que se le fue la gestión a Martín Guzmán y que Silvina Batakis no tuvo siquiera la chance de intentar.
Primero la patria, después el movimiento y por último las personas: el tercer obstáculo de Massa es él mismo. O mejor dicho, para seguir adentrándonos en el terreno de lo paranormal, el Massa del pasado. Sucede que, en 2015, construyó su identidad como candidato alrededor de un duro antikirchnerismo, a veces más extremo, en lo discursivo, que el que tenía por ese entonces Mauricio Macri, mientras que su candidatura el año próximo, para ser viable, deberá buscar una base de sustento en el núcleo duro que orbita en torno a Cristina Fernández de Kirchner. Y que todavía desconfía de él.
En ese choque de planetas radica la principal incógnita de esta ecuación. No es solamente una cuestión de superestructura: si una lección puede desprenderse del ausentismo masivo que le costó caro al Frente de Todos en las elecciones de medio término es que más allá de que resulta necesario un acuerdo en la cúpula son finalmente las personas las que tienen en sus manos el futuro de cualquier proyecto político con convicciones democráticas. No hay peronismo sin base electoral. Massa va a necesitar bastante más que una agenda nutrida y una voluntad de hierro para recuperar ese voto.
La gestión del nuevo ministro nace con el pecado original del Frente de Todos: cortocircuitos en la comunicación, desprolijidad en el trato a los funcionarios salientes, desprolijidad en general, anuncios de anuncios y demoras innecesarias. El equipo de trabajo se conocerá a partir del lunes, aunque ya es vox populi, mientras que el paquete de medidas se espera, recién, para el miércoles. La inercia favorable que tomaron los mercados cuando la noticia comenzó a filtrarse en el círculo rojo afloja un poco la urgencia, pero 72 horas es demasiado margen de error en este país.
La llegada de Massa al ministerio de Economía da comienzo a la tercera etapa de este experimento político, si entendemos como etapa una configuración de las relaciones entre los principales polos de poder al interior de la coalición. Las dos anteriores fracasaron estrepitosamente, con costos muy altos para el peronismo y para el país. La sensación compartida por prácticamente todos los protagonistas de esta tragedia es que, si esta sigue el mismo camino, difícilmente haya una cuarta. La clave es levantar el cepo político que limita, desde el primer día, el alcance y la capacidad de este gobierno.
Lo novedoso de esta nueva etapa, en ese sentido, es la participación activa de todas las partes de la coalición en el diseño y la ejecución de las políticas económicas, que hasta ahora estuvieron concentradas en la sociedad Alberto Fernández - Guzmán. Massa encabezará el esquema pero CFK dejó en claro que es ella la que traza las líneas rojas que marcan el límite de lo posible dentro de la flexibilidad de la coalición. La cercanía con el borde del precipicio, por otra parte, no le da margen para seguir haciendo oposición desde adentro. Es la menos peor de las opciones que tenía disponibles.
Así como Massa tendrá que encontrar la fórmula para ganar la confianza de un electorado que le tiene recelo, el kirchnerismo deberá aprender a ser una parte virtuosa de un proceso político que encabezará, en lo operativo, un dirigente que en muchos aspectos está en las antípodas de su imaginario ideológico. Habrá sapos, tragos amargos y decisiones ingratas que deberán soportarse con la perspectiva de una recompensa módica: son tiempos de trabajar para ahorrarse lamentos más que de cosechar motivos de festejo. El bolsillo será, a fin de cuentas, el árbitro que pondere su efectividad.
El presidente, por su parte, aunque quedó desdibujado por postergar hasta lo exasperante una decisión cantada, y actuará desde ahora eclipsado por la sombra de un ministro de Economía que no quería, sigue siendo, en los hechos, el único que tiene la bendita lapicera. Ya una vez consumado el recambio, cuando tuvo capacidad de reaccionar, movió algunas piezas para avisar que sigue jugando. Así, su principal asesor, Juan Manuel Olmos, ocupará la oficina que está junto a la de Manzur, en la jefatura de Gabinete. No está dispuesto a convertirse en un jarrón chino, todavía.