Más que las dudosas estadísticas que relatan una baja de la pobreza respecto al pico que a comienzos de este año arrojó a millones por debajo de la línea de subsistencia, números a los que se aferra el gobierno para confeccionar su relato de bienestar instantáneo, lo que le permite encontrar todavía oídos receptivos y explica una popularidad resiliente, aunque módica, es la ausencia de otra narrativa que compita por la atención de la sociedad, que cuestione y ponga en conflicto la razón anarcocapitalista a partir de una propuesta alternativa. Es así ahora, en los últimos días del 2024, pero fue igual durante todos estos primeros doce meses de gestión de Javier Milei. Eso explica, parcialmente, el recorrido.
Milei tiene motivos para brindar. Se acabó el calendario y los pronósticos más sombríos sobre el comienzo de su presidencia no se corroboraron. En minoría legislativa, sin gobernadores ni intendentes propios y sin experiencia política, hubo quienes creyeron que tendría un final abrupto mucho antes de esta Navidad. Algunos, incluso, actuaron para precipitar ese desenlace y fallaron. Después de algunos sobresaltos, el gobierno llegó a fin de año con las finanzas bajo control, la política en un corralito de endogamia del que le cuesta salir y la sociedad con poco ímpetu para oponerse a las políticas sistemáticas de desahucio que ensaya el gobierno todas las semanas.
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Se equivoca, sin embargo, cuando piensa que esa estructura tiene bases sólidas. Y la política argentina nos ha enseñado, en los últimos años, que los problemas no suelen verse venir de muy lejos. Pueden dar testimonio caciques de todas las tribus. Milei se percibe excepcional; no significa que esté a salvo. Los modelos de especulación financiera siempre tienen un margen de riesgo elevado. La calidad de vida de la mayoría de la población se deterioró: en esta Argentina se gasta menos, se come menos, se trabaja peor, se viaja peor, la salud es peor y más cara. Y la política, que hasta ahora no pudo, no supo o no quiso ponerle límites, es muy dinámica y sabe cambiar de caballo en medio de la carrera.
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El 2025 de Milei dependerá en buena medida del 2025 de la oposición. Su principal problema es que este gobierno, a pesar de su crueldad, de su negligencia y del daño causado y el que va a causar, le puso nombre a problemas que el peronismo se empecinó en negar mientras excoriaban la vida de los argentinos. Hasta que no encuentre un lenguaje para hablar de eso, resultará improbable que pueda volver a conectar con un sector importante de la sociedad que ya le dio varias oportunidades antes de volverle la espalda. No se trata simplemente de un recambio de figuras. Lo que tiene que renovarse para construir una oposición más efectiva es algo mucho más profundo.
Con las dos grandes alas de la política argentina atravesando internas que amenazan con redibujar el mapa que nos acostumbramos a leer en los últimos años, los interrogantes se multiplican. En ese caos, la ganancia es del oficialismo, que se mueve como pez en el agua revuelta de la fragmentación. Divide y conquista, aunque la sombra de Kueider es un recordatorio de los problemas que pueden esperar en cualquier recodo del camino. La fundación de un nuevo orden es, entonces, un imperativo para imaginar una salida rápida de este modelo. Los que, por cálculo, dejan hacer; los que se sienten cómodos en los brazos de la derrota; los que siempre procuran caer bien parados: córranse, hagan lugar.