En un artículo publicado hace algunos días, el economista Jeffrey Sachs dice que la baja reputación de la democracia en Estados Unidos se debe a una razón principal. El sistema político, apunta, falla en representar los intereses del votante promedio y está tomado por dos actores que se adueñaron del Congreso y la Casa Blanca: los súper ricos y los grupos de presión que hacen lobby por un interés particular. Según el doctor en economía de Harvard y director del Centro de Desarrollo de Columbia, la política norteamericana fue hackeada hace décadas por los grandes capitales -en 1995, se aprobó la “ley de divulgación de lobby”-, pero ese control se profundizó como nunca en 2010, cuando la Corte Suprema de Estados Unidos habilitó las contribuciones privadas ilimitadas a las campañas electorales. “Desde entonces, la política estadounidense se convirtió en un juguete de donantes superricos y grupos de presión que financian campañas a cambio de políticas que favorecen sus intereses y postergan el bien común”, dice.
En el país donde la incidencia de los Super Pacs es determinante, Sachs ubica en el ranking de lobbies más poderosos al complejo militar-industrial, Wall Street, las compañías petroleras, la industria de las armas, las farmacéuticas, las grandes empresas agrícolas y el lobby israelí. Y dice que la democracia en Estados Unidos está organizada en torno a las necesidades de esos sectores. “Cada lobby compra el apoyo de comités específicos del Congreso y de líderes nacionales seleccionados para ganar el control de las políticas públicas. Los beneficios económicos de la presión ejercida por intereses especiales suelen ser enormes: 100 millones de dólares de financiación de campañas por parte de un grupo de lobby pueden generar 100 mil millones de dólares en desembolsos federales y/o exenciones fiscales”, afirma. Según su opinión, la eficacia de los grupos de presión no depende de lo que marcan las encuestas ni de lo que piense el votante promedio: está atada a su penetración en el Congreso y las agencias gubernamentales.
El economista que diseñó el plan de transición económica después de la caída de la Unión Soviética dice que hoy en Estados Unidos los dos lobbies más peligrosos están relacionados: el complejo militar-industrial y el lobby de Israel, algo que acaba de ser narrado en un nuevo libro del historiador judio Ilan Pappé, “El lobby a favor del sionismo en a los dos lados del Atlántico”. Sería lógico que el funcionamiento de una democracia moldeada por el lobby esté en la cabeza de Javier Milei y su grupo de acero. El presidente se inspira en Estados Unidos y viene invirtiendo desde el primer minuto en construir un vínculo directo con Donald Trump, Elon Musk y la élite tecnológica de Silicon Valley.
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Empoderado por la fiesta financiera, el repunte en las encuestas, y la desaceleración de la inflación, Milei hoy domina la agenda legislativa con una facilidad hasta hace no tanto impensada. Junto con el plan para eliminar las PASO y desfinanciar a los partidos más chicos, el gobierno de Milei acaba de enviar al Congreso un proyecto para permitir los mayores aportes privados para financiar actividades partidarias. Si el oficialismo consigue los votos de sectores del peronismo -en la provincia Sergio Massa impulsa la suspensión de las PASO- para aprobarlo sin cambios, los partidos políticos podrán recibir de una misma persona física o jurídica el equivalente al 35% del Fondo Partidario Permanente. Sería un cambio profundo, que habilitaría además el regreso de candidaturas como las que en su momento ensayó con éxito en la provincia de Buenos Aires el ex diputado Francisco De Narvaeez, hoy dueño de la cadena Walmart. Solo quedarán al margen los concesionarios de servicios públicos, empresas contratistas del Estado o sus proveedores.
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La transformación que pretende Milei no haría más que profundizar un proceso que condiciona desde hace tiempo la relación entre la dirigencia política que va a elecciones cada dos años y el elenco estable del poder económico. En palabras de un ex gobernador que hoy está sentado en una de las dos cámaras: "El Congreso está dominado por los actores que financian la política".
Desde el 10 de diciembre, La Libertad Avanza siguió una hoja de ruta que había sido diseñada incluso antes de asumir el poder. La ley Bases redactada por los grandes estudios corporativos, el Régimen de Incentivo para Grandes Inversiones, la concepción de que el fuga es un héroe, y la política de la desregulación son indicios claros de la lógica paleolibertaria. También hay nombres propios que se exhiben en público asociados al huracán de la extrema derecha. Marcos Galperin se queda con el pago de jubilaciones y asignaciones, Eduardo Elsztain hospeda al presidente en su hotel, Gerardo Werthein lo lleva en un avión privado a Washington antes de ser embajador y canciller, la familia Sielecki aporta a uno de sus herederos como embajador en Francia, las empresas del juego presionan para evitar el quórum en una ley que las regula y los aportantes de la Fundación Faro se arremangan para aprovechar el nuevo ciclo de negocios que promete abrir un Milei consolidado en el poder. En el lenguaje oficial, son señales de la confianza que inspira el presidente, el primer paso hacia las inversiones que van a derramar en beneficios para la mayoría. Una forma de promocionar la lobbycracia de Milei.