En 28 días, cuatro semanas exactas desde ahora, se elegirá al próximo presidente de la Argentina en estas elecciones 2023. Hace algunos días volvieron a emitirse los spots de todas las fuerzas políticas, a toda hora, por radio y televisión. Hoy mismo, en Mendoza, donde se elige gobernador, será la última escala electoral antes del 22 de octubre. Este miércoles comienza la prohibición de la publicidad de actos de gobierno susceptibles de promover la captación del voto. El domingo que viene se llevará a cabo el primer debate entre los candidatos. Cuando comience la recta final de la campaña presidencial nadie va a decirlo, pero habrá señales.
En un punto podrán coincidir los implicados, en cada uno de los campamentos: las dudas, a esta altura, golean a las certezas. Lo que resulta claro es que en esta etapa la carrera para llegar a la presidencia de Argentina se parece mucho a una carrera de embolsados entre competidores disminuidos, que atraviesan como pueden un circuito con obstáculos de todo tipo, una competencia cruel entre candidatos que llegan con lo puesto, proyectos tullidos, representaciones que están rotas e identidades fracturadas. Una prueba de resistencia y concentración. El que cometa menos errores y aguante más tiempo en el centro del ring, gana.
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Desde ese punto de partida, y a falta de certezas, hacerse las preguntas adecuadas puede ser la forma menos esotérica de acercarse a un escenario realista (con perdón de los encuestadores, los iniciados en el Tarot y los tirapostas). Las que se desarrollarán a continuación son solamente algunas de todas las aristas posibles y no intentan agotar el análisis sino orientarlo en un sentido que resulte útil para entender mejor lo que está pasando. Es cierto que se puede ganar una elección por casualidad o por descarte, pero las chances aumentan considerablemente cuando existe una comprensión de los procesos políticos en juego.
La certeza de una cordillera
¿Hacia dónde va la alianza opositora que fundaron Mauricio Macri, Ernesto Sanz y Elisa Carrió en el año 2015? ¿Existe, todavía, un camino posible para que Patricia Bullrich llegue a la Casa Rosada? Y si no existe, como calculan ya unos cuantos, adentro y afuera de JxC, cuando eso quede en evidencia ante los ojos de todos, ¿cuáles serán los efectos de ese shock? Juntos por el Cambio siempre se definió como una coalición electoral y no como un equipo de gobierno. La experiencia a nivel nacional, provincial y municipal lo ratifican: se acercan para ganar pero después manda cada uno en su terruño, sin consultar con sus socios.
¿Qué pasa cuando una coalición electoral deja de ser competitiva? Hasta el 13 de agosto, nunca se había puesto en cuestión el potencial electoral de ese espacio. Incluso en la derrota de 2019, el sprint final que permitió a Macri recuperar millones de votos dejó un aura de mística cuasipopulista que ayudó a matizar la dura derrota. ¿Habrá otra remontada épica? Parece difícil. Bullrich tiene el triple desafío de contener los votos que fueron para Horacio Rodríguez Larreta en las PASO, los propios que podrían migrar a Javier Milei en busca de un triunfo en primera vuelta contra el peronismo y sumar votos nuevos de la pecera donde pesca el economista.
Esto es Argentina y falta casi un mes para las elecciones. Para más vértigo, su rival directo en la lucha para ingresar al ballotage es ministro de Economía en un país permanentemente al borde de la crisis. Pero incluso si la candidata lograra colarse en la segunda vuelta contra Milei, la estrategia que la llevó hasta ese lugar va a condenarla. Cuesta pensar en que pueda pedir, después del 22 de octubre, el voto del peronismo, cuando todo su discurso anterior a esa fecha tuvo como eje una prédica de eliminación de tal adversario. No le quedan muchas cartas bajo la manga, tampoco. Carlos Melconián, su gran apuesta, se diluyó en un pestañear.
Volvemos: ¿Qué puede pasar en Juntos por el Cambio cuando la derrota aparezca en el horizonte con la certeza de una cordillera? ¿Para qué sirve una coalición electoral que no es elegida? ¿Por qué seguirían juntos si ya ni siquiera representan el cambio?. Esta semana pudo verse un anticipo de la nueva dinámica. Sólo las ausencias pudieron salvar la ropa durante el tratamiento de la eliminación del Impuesto a las Ganancias y no mostrar al bloque estallado en pedazos. Si hay pelea que no se vea, dicen. Macri tiene otras prioridades. ¿Cuáles son? Sergio Massa, que no es tonto, les habla a los futuros ex en el idioma que mejor entienden: les promete cargos.
Milei vs. Milei
El principal obstáculo del candidato preferido por la ultraderecha local es él mismo. Cuando todos los focos se posan sobre un candidato, como le sucedió a Milei a partir del 13 de agosto, todo se magnifica. Las virtudes, cuando las hay, y los defectos, que todos tenemos. Ya no pasan desapercibidos, como antes, el maquillaje burdo y los dobleces del personaje, sus vínculos obscenos con las peores castas de la historia reciente en la Argentina y en el exterior, como tampoco la inconsistencia, la violencia y la profunda falta de profesionalidad de sus propuestas. ¿Cuál es el techo de un candidato con estas características?
Treinta por ciento es un montón de votos pero para ganar una elección le faltan un montón más. ¿Hay suficientes personas que no lo hayan votado en agosto y estén dispuestas a hacerlo en octubre y noviembre? ¿Cómo podrá compatibilizar su carácter la necesidad estratégica de buscar el centro, normalizar su figura y hacerla más apta para paladares que no son sensibles a la prédica ultraindividualista, los insultos y el vale todo? Si lo consigue, ¿logrará contener a los que lo eligieron justamente por eso o perderá votos en el camino? ¿Cómo impacta el crecimiento de Victoria Villarruel, que hasta las PASO estuvo en segundo plano?
¿El techo electoral de Milei depende de su performance en el conurbano? Parece. Allí le fue bien pero tiene margen para crecer. A diferencia de lo que sucedió en el interior del país, que se tiñó de violeta, en agosto la ultraderecha no resultó la opción más votada en ningún municipio del Gran Buenos Aires, pero quedó segundo en 14 ocasiones. En Ezeiza, Pilar, Escobar y Esteban Echeverría estuvo a menos de un punto y medio del 30 por ciento. En José C. Paz, Malvinas Argentinas, Moreno, Merlo, Berazategui y Florencio Varela sacó más del 25 por ciento. En Brown y La Matanza, apenas menos. En San Isidro y Lanús, 20 por ciento.
Incluso en algunos distritos donde quedó en tercer lugar se alzó con una cosecha importante de votos. En Tigre estuvo arriba del 26 por ciento, en San Miguel y San Fernando casi 25 por ciento, en Tres de Febrero, 23 por ciento, igual que en San Martín, Lomas de Zamora, Morón, Ituzaingó y Hurlingham. Las peores performances fueron en Quilmes, con 21 por ciento, y Vicente López, con 19 por ciento. Justamente allí, en el conurbano, la Nueva Roma adonde conducen todos los caminos cada cuatro años, se concentró el candidato en esta etapa de la campaña. Los votos que le faltan para ganar están en los barrios. ¿Podrá conseguirlos?
Hijos de Saturno
Se sabe: lo que suceda allí depende en gran parte de lo que haga o deje de hacer el peronismo, que todavía encuentra en esa geografía el arraigo que perdió en otros lares, aunque no es seguro por cuánto tiempo más. La vaca está desatada. Pero todo lo expuesto antes indica que a) la única fuerza que puede detener la llegada al poder de la ultraderecha es Unión por la Patria y b) el lugar donde se va a dar la batalla definitiva, el que va a definir el resultado de la elección nacional, será nuevamente el conurbano bonaerense, la megalópolis que se engulle a sí misma. ¿Devorará también, como el mitológico Saturno, a su hijo pródigo, el justicialismo?
El éxito de Unión por la Patria no está garantizado en ningún caso pero sí puede sellarse anticipadamente la derrota si el esfuerzo y el compromiso en la tarea es algo menos que absoluto. ¿Existe tal compromiso en la dirigencia que es co-responsable de que se haya llegado a este punto? ¿Están haciendo tal esfuerzo? Nadie puede cuestionarlo de Massa, que se multiplica en su doble rol y logra incluso, por momentos, generar entusiasmo en la tropa kirchnerista; ni de Axel Kicillof, a pesar de que su agenda no goce de la misma publicidad que otras en los medios tradicionales. Otros dirigentes les siguen el ritmo. No son tantos.
Últimamente el peronismo está acostumbrado a perder más elecciones que las que gana. Son resultados. Casi un tercio de la sociedad sigue acompañando, después de varias derrotas. Incluso después de un gobierno que resultó tan insatisfactorio como este, sigue acompañando. ¿Seguirá estando si se pierde esta elección, con todo lo que hay en juego, por no haber hecho todo lo posible para ganar? ¿Hay futuro para un peronismo unido si no empujan todos en la misma dirección y con todas las fuerzas en este trance que puede definir el destino de varias generaciones? En resumen: ¿hay margen para otro 2015? Pareciera que no.