Para entender las internas de Juntos por el Cambio hace falta armar un diagrama complejo, parecido a esos que aparecen en las salas de investigación, montados con fotos, recortes de diario, nombres y fechas e hilos entrecruzados. Mauricio Macri piensa en volver a ser presidente pero le da soga a la candidatura de Patricia Bullrich para evitar que Horacio Rodríguez Larreta se instale, con tanta anticipación, como el número puesto. El alcalde porteño tiene dos desafíos: garantizarse la boleta nacional y dejar un sucesor en la ciudad de Buenos Aires, y el radical Martín Lousteau aparece como una amenaza en ambos flancos. El titular de la UCR, Alfredo Cornejo, recela del senador porteño y planea su propia campaña de cara a 2023. Desde Jujuy, Gerardo Morales sigue construyendo su viejo proyecto presidencial y hasta María Eugenia Vidal aprovecha la confusión y se anota. Será una carrera de resistencia más que una prueba de velocidad. Hay muchos contendientes pero el premio mayor sólo puede ser para uno.
Sin decirlo con todas las letras, Macri dibuja en el aire una flecha que señala a 2023. Con la sutileza que lo caracteriza, su nuevo interés en medios de comunicación, el lanzamiento de una fundación (trucha) con su nombre y la inminente publicación de un libro llamado sugerentemente Primer Tiempo anuncian un nuevo intento para regresar a la Casa Rosada; una sensación que comparten los dirigentes que se han reunido con él durante los últimos meses, en los que estuvo muy activo. Una de esas tertulias, el 23 de enero, en la casa del expresidente en Cumelén, lo volvió a juntar después de varios meses con Rodríguez Larreta. Aunque buscaron minimizar la importancia del encuentro, significó el reconocimiento mutuo de dos adversarios que comenzaron a preparar el terreno para enfrentarse. La primera batalla que permitirá observar y modificar la correlación de fuerzas se dará en la composición de las listas legislativas para los comicios de este año, y también en el resultado de esas elecciones. La interna ya empezó.
Mientras espera el momento adecuado para blanquear sus planes, Macri necesita evitar que Rodríguez Larreta se instale como candidato único. Por eso deja correr a Patricia Bullrich, que también utilizó un libro (“Guerra sin cuartel”) como excusa para caminar su postulación por el país. Mientras busca financiamiento para su aventura presidencial, desafía al alcalde porteño on y off the record y guarda dos cartas en la manga: forzarlo a que ceda la primera candidatura porteña o desafiarlo en territorio bonaerense. Además de articular políticamente con policías en actividad, la exministra de Seguridad abrió canales de diálogo con sectores de la derecha desencantada de Mauricio Macri, que tiene como referentes a José Luis Espert y Javier Milei y que están armando una alternativa por afuera del PRO para intentar contenerlos dentro del espacio. Mano dura y liberalismo al palo, una fórmula remanida en la historia reciente argentina que Bullrich eligió transitar con altas expectativas.
Dentro del PRO ya señalan sin tapujos que Rodríguez Larreta pasó en pocos meses de perro grande a perrito chico, como en el meme. Al comienzo de la pandemia, cuando compartía anuncios con Alberto Fernández y Axel Kicillof, parecía que el camino a la candidatura presidencial se le allanaba de obstáculos y que ningún otro dirigente opositor estaba en condiciones de disputarle esa primacía. Hoy la sensación es muy diferente: no pudo retirar a Macri cuando tenía ese partido match point, le surgieron media docena de adversarios con credenciales y nunca pudo nacionalizar su discurso ni su proyección. Como decía un posteo anónimo que circuló esta semana en las redes sociales, “Larreta hace un hilo mostrándose como estadista en una visita a Salta y en el primer comentario una señora pide que le saquen el contenedor de basura que está en la puerta de la casa”. Incluso su formidable blindaje mediático ha mostrado algunas fisuras últimamente.
La debilidad de Rodríguez Larreta quedó desnuda hace un mes cuando el diputado Cristian Ritondo, miembro fundador del macrismo, dijo en una entrevista que a su entender “la mejor candidata a presidenta es María Eugenia”. Vidal era y sigue siendo la principal lugarteniente del jefe de Gobierno, aunque explora su propia candidatura. La exgobernadora tiene que jugar y ganar este año para posicionarse nuevamente después de la fuerte derrota que sufrió en 2019 a manos de Axel Kicillof. La esperan con los brazos abiertos en la provincia que condujo cuatro años o en la ciudad de Buenos Aires, donde hizo toda su carrera política previa. En ninguno de los dos casos le resultará sencillo quedarse con el primer lugar de la lista: además de Bullrich, Elisa Carrió anunció esta semana que volverá de su retiro una vez más para competir por una banca en la provincia de Buenos Aires. ¿Para quién juega Lilita de cara al 2023? Nadie pudo responder esa pregunta y quizás ni ella misma lo sepa aún.
Mientras tanto, los radicales, que se ven como los ganadores morales de una interna que nunca llegó a disputarse y perdieron en 2019, reclaman para uno de los suyos el lugar principal de la próxima fórmula presidencial. Siguiendo una añeja tradición que a veces se dobla pero nunca se rompe, los correligionarios no pueden, sin embargo, ponerse de acuerdo entre ellos: hoy las rencillas dentro de la UCR tensionan al partido en CABA, la provincia de Buenos Aires, Córdoba, Mendoza, Santa Fe y Tucumán, los distritos más populosos del país y donde el radicalismo traccionó históricamente el grueso de sus votos a nivel nacional. Cornejo, presidente del partido, no puede ni siquiera controlar esas disputas y pretende quedarse con la candidatura, algo que se nota cada vez que le acercan un micrófono. El jujeño Gerardo Morales, que tiene la responsabilidad de gobernar, silba más bajo y pivotea con Casa Rosada para afrontar la coyuntura, pero trabaja con el mismo objetivo.
El que gana tracción en la interna radicheta es el incombustible senador Lousteau, que aprovecha la vidriera de la cámara alta, con bonus: es el único de todos los precandidatos presidenciales de la oposición que puede medirse cara a cara con Cristina Fernández de Kirchner, y aprovecha esa ventaja. Aunque no tiene apuro y su plan original incluye una escala en el gobierno de la ciudad de Buenos Aires en 2023, si la historia le abre la posibilidad de ir por todo va a tomarla. Sus declaraciones sobre Macri (“lo mejor que hizo fue terminar su mandato”) transparentan esa intención y por eso desataron una tormenta al interior de Juntos por el Cambio: Diego Santilli lo respaldó, Hernán Lombardi salió al cruce, Fernando Iglesias le mandó sus trolls en Twitter, los radicales salieron a contestar y fue todo confusión. Lo único que está claro es que la conducción de ese espacio está en disputa y nadie tiene nada garantizado.
Esta semana Lousteau comenzará a recorrer la provincia de Buenos Aires para apoyar a su candidato en las elecciones partidarias de la UCR bonaerense. Fiel a su propuesta modernizadora, apostó por una alianza con Gustavo Posse, jefe de un clan que inauguró su padre en 1958. Del otro lado estará Maximilano Abad, presidente del bloque de diputados de JxC en la legislatura, apadrinado por María Eugenia Vidal. Proxy wars. Resta por verse cuánto pesa el sponsor del ideólogo de la 125 en el interior agrícola, al igual que en el resto del corazón productivo del campo argentino, donde la alianza opositora cultiva su electorado. Pronto nos enteraremos; la próxima parada en su gira es en Córdoba, provincia que acaba de visitar, libro bajo el brazo, Bullrich. A los codazos, la oposición resuelve sus diferencias internas, que por lo menos hasta ahora parecen más cuestión de proyectos personales que de desacuerdos políticos de fondo.