Los comensales del almuerzo que brindó Mauricio Macri el jueves en el Hotel Llao Llao, en el marco de un foro de empresarios, terminaron la sobremesa convencidos de que el expresidente volverá a postularse a la primera magistratura el año que viene. Esa cita fue la culminación de una maniobra que desarrolló en los últimos días, proyectándose simultáneamente hacia frente y hacia a la derecha en el escenario político. Las señales que se acumularon en poco tiempo apuntan de forma unívoca a esa diagonal. Macri no solamente decidió ser candidato otra vez; también decidió ser el candidato de la alt-right en la Argentina. El lanzamiento de su campaña fue una foto con Donald Trump en Mar-a-Lago, Palm Beach. No se puede hacer más lento.
Tiene lógica. Por un lado, buena parte del imaginario ideológico de ese sector coincide con el suyo. Es más: el crecimiento de la ultraderecha en el mundo permitió poner sobre la mesa ideas y debates que tiene para sí desde hace muchos años pero había silenciado por imperio de las encuestas de imagen y los focus groups. Ya no tiene que sobreactuar moderación. Por el otro, Macri considera que la mejora que experimenta Javier Milei en todas las encuestas que encargó se debe al vacío que deja su ausencia en la oferta electoral y a que Horacio Rodríguez Larreta, intencionalmente o no, permitió que se desarrolle una competencia a su derecha que representa una amenaza inmediata para su proyecto antes que para el jefe de Gobierno porteño.
En sus apariciones públicas y en reuniones privadas con empresarios Macri dice que trabaja para consolidar la unidad de Juntos por el Cambio pero la realidad es otra. El problema no es tanto que el radicalismo y la Coalición Cívica hayan logrado esta semana imponer un veto al ingreso de Milei en la alianza opositora sino que esos mismos actores también pusieron un límite en la candidatura del expresidente. En una semana, Elisa Carrió, marcó dos veces esa línea: dijo que no sabía si es “demócrata y republicano” y aseguró, en otra entrevista, que “no votaría por él”. Algo parecido dijo el presidente de la UCR, Gerardo Morales: “Si Macri se presenta, no lo votaría”. El futuro de Juntos por el Cambio depende de la renuncia de una persona que nunca renunció a nada en su vida.
El propio Milei contó el viernes por la noche, en una entrevista en LN+, cuál es el plan: “Le doy la interna al ingeniero Macri y si gana acompaño”. No es muy distinto al pacto que aceptaron los radicales y los lilitos en 2015 y que ahora le niegan al expresidente. Las encuestas que consulta le indican que los votos que perdería por un lado los recuperaría, con creces, por el otro, y que en una segunda rueda contra el peronismo podrá volver a concentrar una mayoría opositora. Alrededor de esa idea ya se está conformando un foco del que también participan, entre otros, Patricia Bullrich, que a diferencia de Rodríguez Larreta, prefiere ser compañera de fórmula a sparring en la interna, y Waldo Wolff, que anunció esta semana en privado que quiere ser candidato a jefe de gobierno.
Uno de los peligros de la ultraderecha es que ni siquiera necesita ganar elecciones para correr de manera significativa los parámetros alrededor de los que se discute. El clima de época permite, por ejemplo, que exhiba credenciales de centrismo un tipo como Morales, que desde que llegó a la gobernación de Jujuy mantiene presa de manera irregular a la principal dirigente opositora y por eso manipuló al tribunal supremo de su provincia para tener mayoría automática. U Horacio Rodríguez Larreta, que después de sobreactuar moderación durante años tuvo que hacer un furioso recalculando y esta semana, en Llao Llao, le dijo a los empresarios que “no hay margen para el gradualismo” y que “antes los gobiernos tenían 100 días y hoy tienen 100 horas” para tomar las medidas de shock.
A los piedrazos en una sala llena de jarrones, el peronismo sigue enfrascado en sus propias internas. La tregua que asomaba detrás de algunas iniciativas en común (la reforma de la Corte, el Fondo para la Cancelación de la Deuda Externa con dinero fugado y en negro) ya es historia. El kirchnerismo, en tándem, volvió a apuntar contra Martín Guzmán con el dato de que la inflación de abril volverá a estar cerca del seis por ciento. Esta semana descargaron munición gruesa sobre el funcionario, sucesivamente, Andrés Larroque, Teresa García, Larroque de nuevo, Hugo Yasky y Máximo Kirchner. Alberto Fernández piensa en cambios, pero en otros, y quiere anunciarlos el 25 de mayo. Si sigue esperando, las renuncias van a llegar antes de que las pida y no precisamente desde el kirchnerismo.
Guzmán tampoco ayuda cuando en medio de esos cuestionamientos es el único funcionario de relevancia que viajó a Bariloche para participar del mismo Foro empresarial que Macri, Milei y Rodríguez, algo que sin lugar a dudas sería interpretado como una provocación. Si no le importa o hace como que no le importa es motivo de debate entre una dirigencia política que no acaba de procesar el hecho de que un economista sin anclaje territorial y que vivía en New York hasta días antes de asumir su cargo esté llevando de las narices a todo el peronismo desde hace dos años. Un problema que tiene Fernández para sostenerlo es que ese malestar no se limita a La Cámpora: los gobernadores y hasta sus propios compañeros en el gabinete cuestionan su método.
Allí está, acaso, el nudo de la cuestión: en el pantano de ausencia de conducción, ministerios loteados y maxikioskos en el que se convirtió el gobierno del Frente de Todos, Guzmán comprendió que la única forma de ser efectivo era evitar ese circuito y saltarse las consultas a la hora de tomar decisiones. Marcar su camino y seguirlo sin importar lo que suceda en los márgenes, “con gente que esté alineada”. Los de afuera son de palo. En Llao Llao insistió: gestionar y no inmiscuirse en disputas de poder. Gobernar con anteojeras. Un plan que en el corto plazo puede dar resultados, pero tiene dos problemas. El primero es que es la dificultad de sostenerlo en el tiempo sin chocarla. El segundo es que aún si pudiera hacerlo, eso no es lo que establece el contrato electoral.
El costado más virtuoso (más, para ser precisos, distributivo) de la tarea del ministro es su estrategia fiscal. Solamente la recuperación del Impuesto sobre los Bienes Personales, que había sido reducido por Macri a su mínima expresión, sirvió para que se empiece a recaudar, cada año, el equivalente a lo que significó el aporte extraordinario a las grandes fortunas. También recuperó las alícuotas premacristas del Impuesto a las Ganancias de Sociedades para las grandes empresas, lo que permitió reducir el peso de este tributo sobre las PyMEs. La reforma del Impuesto a las Ganancias Humanas, por su parte, permitió eximir a más de un millón de trabajadores que lo pagaban y se compensó cobrándole más a los más ricos.
La profundización de ese camino puede ser la ruta para encontrar una síntesis en el peronismo que permita aprovechar la recuperación económica para acelerar la mejora de la calidad de vida de la población y llegar a las elecciones de 2023 con chances de frenar una avanzada de la ultraderecha como protagonista o socia de una experiencia de gobierno. Esta semana, el Centro de Economía Política Argentina publicó un extenso estudio sobre la estructura corporativa de la riqueza en el país. A partir del estudio de 16 casos entre las 30 familias más ricas, se concluye, entre otras cosas, que a dos años del comienzo de la pandemia, no solamente recuperaron las pérdidas sino que muchas veces embolsaron ingentes ganancias mientras los salarios se desplomaban.
Las 16 familias estudiadas son Rocca (Techint, metalúrgica y energía), Bulgheroni (Pan American Energy, energía), Caputo (Mirgor, electrónica y construcciones), Pierri (TeleCentro, telecomunicaciones), Madanes Quintanilla (Aluar, metalúrgica), Eurnekian (Corporación América, aeropuertos, el único que aún no mejoró su situación prepandémica), Noble y Magnetto (Grupo Clarín, telecomunicaciones), Blaquier (Ledesma, azucarera), Rodríguez (Pluspetrol, energía), Brito (Macro, banco), Cavazzani (Etermax, software), Pagani (Arcor, alimentos), Belocopitt (Swiss Medical Group, salud y seguros), Cherñajovsky (Newsan, electrónica), Coto (supermercados) y Braun (La Anónima y Galicia, supermercados y banco).
Un fenómeno común a todas es la internacionalización de las estructuras legales de estas empresas, incluso aquellas que solamente brindan servicios en la Argentina. A eso se le suma que la mayoría de esas familias fueron protagonistas de la fuga de capitales, externalizando sus ganancias. Según los cálculos de CEPA, en 2001 se formaron activos externos por más de mil millones de dólares; entre 2008 y 2009 fueron unos 430 millones y en 2011, 230 millones. Entre 2015 y 2019, durante el gobierno de Macri, 13 de estas 16 familias fugaron 2300 millones de dólares. Además, en el blanqueo de 2016 participaron los Braun, Bulgheroni, Caputo, Coto, Madanes Quintanilla y Rocca, acumulando un total de 18.657 millones de dólares en negro declarados. En total, suman casi la mitad de la deuda con el FMI.
A través de esta doble maniobra, las familias más poderosas sacan de las fronteras del país sus ganancias y sus empresas, que por momentos parecen sostener con la Argentina una relación parasitaria. Un efecto secundario de esta internacionalización es que el valor de sus fortunas está desatado de los vaivenes de la economía doméstica. Un recurso defensivo adoptado para prevenir el daño causado por las crisis recurrentes de balanza de pagos termina facilitando las condiciones para que se produzcan. Más aún, al tener afuera y en dólares su dinero, ante cada cimbronazo del tipo de cambio, salen ganando. Así, se produce una verdadera industria de la crisis, donde los más poderosos tienen incentivos para apostar en contra del país. Así es muy difícil.
Una mirada rápida a esa lista permite convenir, además, que la mayoría de las principales fortunas del país se amasaron en compañías dedicadas a rubros fuertemente subsidiados (electrónica, alimentos, energía), con mercados regulados (telecomunicaciones, salud, bancos), muy dependientes de contratos estatales (aeropuertos, construcciones) o monopólicos (metalúrgica), lo cual no evita que sus titulares sean entusiastas impulsores de políticos que hablan shock, libre mercado y meritocracia, proponen achicar el Estado y se preocupan más por reducir los impuestos que la pobreza o el hambre, se llamen Macri, Milei, Rodríguez Larreta o Morales. Son los villanos perfectos para cualquier gobierno popular que necesita, como este, recursos fiscales y una causa que ayude a sobrellevar las diferencias internas.