Heridos, lamentos y show de internas en el inicio de la campaña

Las PASO se reivindicaron como herramienta en todo el país. El Frente de Todos asume daño autoinflingido mientras la oposición no sabe cómo hacer para frenar el fuego cruzado.

31 de julio, 2021 | 19.12

En sólo cuatro provincias del país (una gobernada por un radical, Jujuy, las otras tres, Formosa, Chaco y San Juan, por el Frente de Todos) no habrá internas el próximo 12 de septiembre para definir las candidaturas de ninguna de las dos grandes coaliciones nacionales, el peronismo y el antiperonismo. En los restantes veinte distritos las primarias cumplirán el cometido para el que fueron diseñadas: la consolidación de un sistema político que se articule alrededor de esos polos.

Muestra de aquello es que a pesar de que la tensión al interior de cada una de las dos alianzas es notoria, y en cada una cohabitan, por conveniencia, varios proyectos de poder, personales y/o colectivos, que no siempre resultan compatibles, nadie, ningún dirigente con votos, ha sacado los pies del plato. Es plata o mierda, pero siempre adentro de la caja. No hay lugar para proyectos solistas ni para practicar el salto con garrocha. De la línea para acá, el oficialismo; de la línea para allá la oposición. All in the game, yo’.

Eso no significa que sea fácil. Los cierres de listas siempre dejan heridos. Es tarea de la política ordenar ese descontento rápidamente, para que no haga mella en la campaña ni, cuando se trata del oficialismo, en la gestión. Fue lo que sucedió, por ejemplo, en el Frente de Todos en Hurlingham. El intendente Juan Zabaleta, muy cercano a Alberto Fernández, tiene una larga historia de asperezas con La Cámpora. La organización mantiene una actividad intensa en ese municipio y nunca disimuló sus planes para gobernarlo.

La negociación para armar las listas locales no llegó a buen puerto. La Cámpora controla el concejo deliberante y está en condiciones de escoger un reemplazo si el jefe municipal deja su cargo para cumplir una función en el gabinete nacional. Para evitarlo, Zabaleta amenazó a dar una interna como candidato a primer concejal. Finalmente, la política ordenó el cuadro: el camporista Damian Selci gobernará el distrito, en estas elecciones habrá lista de unidad y al intendente le pagaron con justicia: asumirá al frente del ministerio de Desarrollo Social.

Por el contrario, en Santa Fe otra interna se resolvió mal por una sucesión de errores no forzados y terminó transformando un cierre de listas limpio para el oficialismo en un dolor de cabeza que todavía no se pasa con impacto directo en el gobierno de Fernández. En esta ocasión, las dinámicas locales y nacionales, en lugar de confluir, entraron en colisión, dejando un escenario complicado. La intervención del Presidente, pública, desde Lima y fuera de timing, lejos de ordenar hizo que el eco de ese conflicto reverberase en todo el país.

Depende a quién se le pregunte, el conflicto comenzó porque el gobernador santafesino Omar Perotti no aceptó que el ministro de Defensa Agustín Rossi ocupara ningún lugar en la boleta. Tiene que ver con la sucesión en una provincia que no permite dos mandatos consecutivos. O porque Rossi desoyó las sugerencias de los Fernández de bajar su candidatura en pos de la unidad en una provincia que el peronismo no pudo gobernar durante doce años y corre el riesgo de volver a perder en 2023.

Rossi sospecha que Perotti prepara un quiebre con el Frente de Todos. Señala la evidente coincidencia entre su lema, Hacemos Santa Fe, con el que utiliza Juan Schiaretti, Hacemos Córdoba. Ambos están asociados al consultor Guillermo Seita, que en 2015 alcanzó el récord de asesorar simultáneamente a Mauricio Macri, Daniel Scioli y Sergio Massa. Una curiosidad: los primeros carteles de Diego Santilli en territorio bonaerense, que se pegaron en junio, a cuenta de Diego Kravetz, también decían Hacemos la Provincia.

En la Casa Rosada molestó la decisión del ministro de mantener su candidatura a pesar de que tanto Cristina Fernández de Kirchner, primero, como Alberto Fernández, unos días más tarde, habían acordado sus términos con Perotti. No debería sorprender: en las elecciones de 2009 y 2011 Rossi se presentó en contra de la opinión de CFK, que entonces pensaba, como ahora, que al rosarino le alcanza para la interna pero su techo le juega en contra en las generales. Por eso, desde Buenos Aires decidieron sellar el acuerdo con el gobernador.

Independientemente de las tácticas y estrategias electorales, la decisión de Fernández de castigar a Rossi por su intransigencia adelantando su salida del ministerio se manejó de forma desprolija y terminó subiéndole el voltaje a una crisis que pudo haberse consumido a sí misma sin pasar a mayores. Para peor, al establecer, sin previo aviso ni consulta con sus socios políticos, “una regla ética” que exige que los candidatos con rol ejecutivo dejen sus cargos antes de comenzar la campaña, el Presidente se compró un problema que no existía.

Antes del cierre de listas, el criterio comunicado en el gabinete había sido otro, la veda a candidaturas testimoniales. Es decir: el funcionario debía estar dispuesto a dejar su lugar para asumir, en diciembre, el rol para el que se postuló. Ese había sido el trato, por ejemplo, con Daniel Arroyo, que tenía previsto permanecer hasta diciembre en Desarrollo Social. Nadie había hablado de renuncias inmediatas, efectivas al momento de comenzar la campaña. No es lo mismo, en especial para el que no tiene su banca asegurada.

Introducir la dimensión ética al problema agregó otro foco de conflicto. Si el Presidente hubiera justificado la norma con un criterio político, no arrastraba consigo al resto de la coalición. Los criterios políticos pueden variar de lugar en lugar, de elección en elección, hasta contemplan excepciones. Las normas éticas se presumen universales. ¿Omar Perotti y Juan Manzur, gobernadores precavidos que se postularon como suplentes al Senado, son poco éticos? ¿Daniel Gollán lo es pero su compañera de gabinete Teresa García no? Raro.

Por sorpresa, Fernández puso en camisa de once a varas a decenas de funcionarios municipales, nacionales y provinciales de todas las líneas, que anotaron su nombre en la boleta sin prever esta circunstancia. En su propio gabinete hay dirigentes que ya avisaron que no van a tomarse licencia, como el secretario de Interior, José Lepere. Hubo en el Frente de Todos, incluso, quien llegó a preguntarse por estas horas si la cláusula aplicaría al propio Presidente en caso de que decida en dos años hacer campaña para su reelección.

La precipitación de los acontecimientos, además, metió ruido en el rediseño del gabinete que planeaba el Presidente para relanzar su gobierno de cara a la segunda mitad del mandato. El cronograma original apuntaba a renovar el staff de ministros en diciembre, en coincidencia con el recambio en el Congreso, y no solamente implicaba el reemplazo de aquellos que saltaban al legislativo sino también un cambio en el esquema, en busca de un formato más ágil y compacto, seguramente con una menor cantidad de carteras.

Por estas horas, en Olivos, mientras cursa el aislamiento después de volver de Perú, Fernández evalúa si es conveniente anticipar también esa jugada o si por ahora sólo debe cubrir las vacantes y postergar, hasta después de las elecciones, la cirugía mayor. Entre los que esperan la decisión está un empoderado Martín Guzmán, que ahora con la bendición de CFK aspira a encabezar un ministerio más robusto y con las capacidades menos loteadas. A partir del martes pueden esperarse definiciones, pero aún no hay nada concreto.

Los problemas que cascotean el rancho oficialista son apenas una brisa comparados con la tormenta que azota las tiendas de la oposición, donde el cierre de listas fue el disparo de largada para un todos contra todos que amenaza con transformar la interna en una masacre. La propia Patricia Bullrich, que suele dar pelea con el cuchillo en los dientes, propuso un código de conducta para evitar los golpes por abajo del cinturón. El documento, consensuado entre los tres partidos, propone, entre otros, los siguientes compromisos:

  • No mentir.
  • Ser leales con los adversarios en la interna.
  • No utilizar las redes sociales para agraviar.
  • No hacer acuerdos con otros partidos políticos.
  • Permanecer en el bloque de Juntos por el Cambio hasta finalizar el mandato.

Hay un punto más, que no llegó a escribirse por decoro, pero que fue el disparador de este pacto: no hablar de dinero. Es que el diálogo entre las cúpulas a partir de que Facundo Manes, en una de sus primeras entrevistas como candidato, echó un manto de sospechas sobre el financiamiento electoral de Diego Santilli: “Espero que no se gasten los impuestos de los porteños en la campaña”, dijo. Hubo chat sumario de la UCR, el PRO y la CC, de la que partió un mensaje claro al candidato: “Si rompés los juguetes no puede jugar nadie”.

Habrá que ver cuánto dura el compromiso de Fair Play, que en la tarde del sábado, antes de tomar estado público, ya tambaleaba. Mientras las cúpulas terminaban de discutir la letra chica del decálogo, Elisa Carrió anunciaba en sus redes sociales que demandará a Manes por daño moral por haber relatado que la exdiputada le ofreció la candidatura a vicepresidente en 2015, algo que ella niega. Habrá un zoom de urgencia de la mesa política, el lunes por la mañana, para definir qué hacer al respecto.

Horacio Rodríguez Larreta, en tanto, contempla con el paso de los días cómo aquello que imaginaba como un sendero de pétalos de rosa a la candidatura presidencial de 2023 se volvió un desfiladero tortuoso. Si bien es cierto que logró imponer los nombres que quería al frente de las boletas en CABA y provincia de Buenos Aires, del resto de las listas le quedó poco y nada a causa del reparto que tuvo que hacer para contener a la mayor parte de la oposición dentro de su proyecto político personal.

Aún así, en territorio bonaerense deberá enfrentar una primaria competitiva contra Manes, que sumó el respaldo de Emilio Monzó, Margarita Stolbizer, Joaquín de la Torre y cuenta con una pequeña ayuda de Mauricio y Jorge Macri. Los primos esperan un tropiezo del alcalde porteño y su delegado para mejorar sus acciones de cara al 23. Son varios los intendentes amarillos que, azuzados por los Macri, preparan un operativo para repartir las dos boletas antes de las PASO. Los radicales, además, tienen mejor capacidad para fiscalizar la interna.

Está claro que una derrota de Santilli en esa instancia, o una desventaja abultada en la general, recaerían exclusivamente en la cuenta de Rodríguez Larreta. No parece descabellado pensar se juega, en los próximos meses, su futuro político. Trazando círculos en el cielo ya se pueden observar los buitres que esperan el paso en falso. Si la propia María Eugenia Vidal, su socia de mayor confianza y antigüedad, se volvió a anotar esta semana en esa lista, qué puede esperar del resto.