Elecciones 2023: Grabois y Massa, dos outsiders con un compromiso en común

El peronismo llevará por primera vez a un candidato presidencial extrapartidario. Diferencias, simetrías y puntos de encuentro de los dos hombres que respondieron al llamado de CFK.

02 de julio, 2023 | 00.05

Por primera vez desde la recuperación democrática el peronismo se encolumnará en una elección presidencial detrás de un candidato desvinculado del Partido Justicialista. Ni Sergio Massa (Frente Renovador) ni Juan Grabois (Frente Patria Grande) están afiliados. Ninguno de los dos votó por la fórmula Scioli - Zannini en 2015 ni estuvo en la Plaza de Mayo el 9 de diciembre de ese año, cuando Cristina Fernández de Kirchner despidió ante una multitud su segundo mandato. No pasan, en ningún caso, un filtro de pureza, herramienta que, por otra parte, nunca ha demostrado utilidad a la hora de ganar elecciones y gobernar un país.

Aunque a primera vista parecen tan distintos, sus trayectorias no son opuestas sino complementarias y narran, en conjunto, dos voces de la misma historia, la Argentina del siglo XXI, la que nace de las cenizas de la crisis, la de Néstor Kirchner, CFK y Mauricio Macri, de la recuperación del Estado a consolidación de una economía en sus márgenes y de ahí a la implosión neoliberal de ese sistema a partir del regreso del Fondo Monetario Internacional al país. Ese evento fue el que terminó trayéndolos nuevamente a las orillas del peronismo, con pocos meses de diferencia, entre finales del 18 y comienzos del 19.

De apellido ilustre en la historia del peronismo (su padre, Roberto “Pajarito” Grabois, fue fundador del Frente Estudiantil Nacional), el dirigente de Patria Grande estuvo marcado a fuego por su adolescencia durante el menemismo y se mantuvo, durante décadas, lejos del justicialismo. Después del 2001 volcó su militancia política a la organización de cartoneros a través del Movimiento de Trabajadores Excluidos que, una década más tarde, sería una piedra basal de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular, con la que se hizo conocido en todo el país.

El Grabois que se dio a conocer al final del segundo mandato de Fernández de Kirchner era un ferviente crítico del gobierno y encabezó movilizaciones importantes con duros reclamos. El bautismo de fuego de la CTEP (donde el MTE compartía espacio con el Movimiento Evita, ya distanciado de CFK, y organizaciones opositoras como la Aníbal Verón y el Frente Darío Santillán) fue un acto el primero de mayo de 2014. Durante 2015 ese sector realizó varios acampes frente al ministerio de Desarrollo Social que conducía Alicia Kirchner, en los que Grabois fue ganando protagonismo.

Massa, por su parte, después de militar en la juventud de la UCeDé y luego desembarcar en el PJ de la mano de Luis Barrionuevo en los 90s, asumió como director de ANSES durante el interinato de Eduardo Duhalde. Allí fue parte del gobierno de Néstor Kirchner desde el primer hasta el último día y ejecutó la moratoria previsional. Fue candidato a diputado en 2005 y en 2009 compartió boleta con el propio Kirchner y Daniel Scioli. Asumió como jefe de gabinete de CFK justo después de la eyección de Alberto Fernández y el conflicto por la 125. La primera medida que anunció fue la estatización de Aerolíneas Argentinas.

Rompió para fundar el Frente Renovador en junio de 2013, a pocas horas del cierre de listas, en una sorpresa anunciada, parecida a la noticia de su flamante candidatura presidencial. Ganó la provincia de Buenos Aires con más del 40 por ciento de los votos. Viró su discurso hacia la mano dura y un antikirchnerismo aún más férreo que el propio Macri. Su intervención en el ballotage de 2015 quebró al electorado peronista y volcó la balanza a favor de Cambiemos. Durante los primeros dos años su apoyo a ese gobierno fue clave; su alianza con María Eugenia Vidal sólo caducó con la conformación del Frente de Todos.

 

Lo dicho: el regreso del FMI a la Argentina fue el evento que hizo confluir esas dos trayectorias. A instancias del Papa Francisco y a partir de un intercambio en twitter Grabois se acercó por primera vez a CFK a mediados de 2018, casi al mismo tiempo que Macri volvía a endeudar al país con ese organismo, y en agosto de ese año la acompañó a comparecer en Comodoro Py. Dos meses más tarde fundaba Patria Grande, un espacio para kirchneristas que no habían sido kirchneristas durante el kirchnerismo, con el que se sumó al entramado político que la expresidenta ya armaba de cara a los comicios de 2019. 

Massa demoró unos meses más en hacer público el acercamiento, que, ahora sabemos, se produjo prácticamente en simultáneo. La fórmula Fernández - Fernández fue la llave para repetir, en la arena electoral, una sociedad que en los hechos se había plasmado a fines de 2017, durante las tensas jornadas, adentro y afuera del Congreso, en las que Cambiemos hizo avanzar su reforma previsional. Un famoso café coronó la jugada que imaginó Cristina, forjó el nacimiento del Frente de Todos y fue el comienzo de una sociedad estratégica, Kirchner-Massa, que se convirtió en el único punto fijo en cuatro años de tembladeral.

(El momento en el que las líneas se tocaron tiene fecha, hora y lugar. Fue la tarde del 30 de octubre de 2018, en el centro cultural Torcuato Tasso. Según consignó la pluma siempre atenta de la periodista Gabriela Pepe, Massa había sido invitado por Grabois “para dar su visión ante militantes de barrios populares sobre la economía, la seguridad y la distribución de la renta en Argentina”. Era un evento privado que salió a la luz por accidente: “La charla, que iba a finalizar a las 17.30, se extendió hasta minutos antes de que comenzaran a llegar al mismo lugar los invitados a la presentación de la autobiografía de Felipe Solá", escribió la cronista).

Hete aquí el núcleo de este asunto, el qué de la cuestión. Lo que tienen en común: el compromiso de dos dirigentes que habían construido durante años por afuera del peronismo y aceptaron, sin embargo, en dos ocasiones, hace cuatro años y de nuevo ahora, con todo en contra, ser parte y luego asumir la representación de ese proyecto. Los dos precandidatos de Unión por la Patria, son, a fin de cuentas, los dos dirigentes que respondieron al llamado que viene haciendo CFK desde abril de 2016: conformar “un frente ciudadano para defender los derechos arrebatados” donde la única premisa sea oponerse al modelo neoliberal.

¿Hay massistas que se sentirían más cómodos en la oposición? Por supuesto. ¿Militantes de Grabois que se identifican más fácilmente con las propuestas de la izquierda trotskista que con la CGT? Sin dudas. Y eso hace más valiosa la decisión que tomaron los dos, arriesgando su propio capital político, conduciendo a los suyos hacia terrenos inexplorados, abriendo caminos que, en otras circunstancias, quizás nunca hubieran recorrido. Asomando la cabeza en temporada de tiro al pichón. Arriesgando todo en una apuesta improbable. “Para ganar hay que apostar”, dijo CFK. Ellos lo hicieron.

Este lunes, cuando bendijo la fórmula de Massa con Agustín Rossi, CFK volvió a recordar qué es lo que está en juego. “El neoliberalismo quiere a como dé lugar, a palos o como sea, que los trabajadores acepten cualquier resultado de sus ingresos. Les tenemos malas noticias: hay muchos peronistas todavía en la República Argentina”. Neoliberalismo o peronismo. Capitalismo salvaje o resistencia. Palos y sueldos bajos o “tranquilidad, certeza y seguridad”. Neoliberalismo o “convertir a la política en un instrumento de transformación y, en todo caso, si todavía no podés transformar, por lo menos tranquilizar”.

Lo importante es advertir que la dicotomía que propone la vicepresidenta no es de naturaleza ideológica sino política. (Curiosamente, o no tanto, ni el neoliberalismo ni el peronismo se perciben a sí mismos como ideologías, aunque en ambos casos existen quienes cuestionan esa definición). Contrapone dos modelos que no son automáticamente asimilables a categorías típicas como derecha o izquierda, algo que no resulta novedoso sino que se remonta a los orígenes del justicialismo y la tercera posición histórica, equidistante del individualismo liberal y el colectivismo comunista.

Es imposible caracterizar a Juan Domingo Perón como un dirigente de izquierda (o, para el caso, de derecha). Lo mismo corre para Néstor Kirchner o la propia CFK. Fueron, en todo caso, líderes con una profunda impronta nacional y un extraordinario arraigo popular. La deriva de un sector del kirchnerismo en los últimos años, como había hecho Menem en los 90s, borroneó esos conceptos, recostándose en una traicionera sensación de seguridad ideológica que con el paso del tiempo terminó por volverse minoritaria. La tarea que (se) impuso Fernández de Kirchner fue desandar ese camino. De ahí Scioli, Fernández, Massa.

Porque, colmo de colmos, si la dualidad entre derecha o izquierda nunca fue suficiente para entender el ecosistema político argentino, hoy, en la tercera década del vigésimo primer siglo de esta era, el mundo entero se ha vuelto más confuso. Los parámetros que eran sólidos hace diez años se vaporizan en el aire ¿Alguien puede seguir sosteniendo que los derechos identitarios son intrínsecamente de izquierda cuando la bandera del orgullo flamea junto a la de Estados Unidos? ¿O, por el contrario, que lo que define a la derecha es su alineamiento con el gobierno norteamericano? ¿Putin, entonces, sería un líder de izquierda?

¿Debemos considerar que la libertad es de derecha y la igualdad de izquierda? ¿Cómo calificamos, en ese caso, a los regímenes islámicos de la península arábiga, tan de derecha como autoritarios, o a las elites megamillonarias que crecen en las ciudades chinas más rápido que los rascacielos, bajo la estricta supervisión del Partido Comunista? Los métodos represivos del derechista salvadoreño Nayib Bukele son replicados por Xiomara Castro, presidenta de Honduras, muy afín a CFK. ¿A dónde se imaginan las clases medias progresistas en sus utopías privadas, después de todo? ¿En Noruega o en Nicaragua?

Pero no hace falta irse tan lejos. Acá y ahora, Grabois, el precandidato que busca contener los votos del peronismo de izquierda y de otras expresiones afines, es asesor del Pontificio Consejo para la Justicia y la Paz del Vaticano y cuenta con el padrinazgo y la amistad de Francisco. Massa, el hombre que creció con el auspicio de sus extensos e intensos contactos en Washington, propone “sacarse de encima” al FMI y cancelar deuda con ese organismo pagando con yuanes. Vivimos épocas asombrosas, incluso para la entrenada capacidad de sorpresa que manejamos los argentinos.

Esto no significa que esas categorías ya existan o que no sirvan. Simplemente no sirven para analizar el proceso electoral en curso en la Argentina en el año 2023. El hecho de que casi todos coincidan en que el escenario más probable para octubre es una elección entre Massa, Patricia Bullrich y Javier Milei debería sobrar para que esa idea quede descartada, bajo el riesgo de volver a caer en la falsa conclusión de que son lo mismo, que tan costosa resultó para el país. Las diferencias son evidentes pero no hay forma de notarlas si no se utiliza la herramienta adecuada. Es como medir la temperatura usando una balanza. 

Lo más importante que se dirime en el cuarto oscuro este año no es izquierda o derecha ni es un concurso de imitadores de Menem. Es, tal como definió CFK, la opción entre neoliberalismo y peronismo. Entre un proyecto nacional viable (el que se pueda) y un rejunte de intereses personales, sectoriales y extranjeros bañado de elitismo, xenofobia y violencia. Entre el desarrollo nacional a través de la explotación inteligente de sus recursos y un agujero negro para que esos recursos se fuguen a precio de remate y terminen impulsando el desarrollo de otros países.

Es pagarle al FMI con yuanes o tomar más deuda, no alineamiento activo en función de los intereses estratégicos o doctrina de seguridad norteamericana, BRICS o aislamiento con el hemisferio sur, Lula o Bolsonaro. Es seguir intentando un pacto social, como propone CFK, o ir a un escenario de violencia institucional para la imposición de un modelo económico regresivo; es normalizar el país o convertirlo en Jujuy, es más o menos democracia de ahora en adelante. Es, en definitiva, hacer el esfuerzo para terminar de salir del pozo de deuda en el que nos hundió Macri o volver a tomar el mismo bondi que nos dejó en el fondo.