En esta nueva etapa del Frente de Todos, de trabajoso e inestable diálogo interno, se observa una correlatividad casi perfecta entre la fluidez de esas conversaciones y el hermetismo respecto a lo conversado. Es decir: cuando se empantana el diálogo aparecen los off the record y comienzan a circular versiones interesadas, pero cuando se trabaja en base a coincidencias, aunque sean módicas, los teléfonos se apagan y se torna más difícil reconstruir el estado de situación. Desde el jueves por la tarde, después de una jornada de vértigo que dejó al país al borde del abismo, las líneas están cerradas y la información circula a cuentagotas.
El silencio de las fuentes autorizadas contrasta con el ruido de versiones, casi todas infundadas, todas interesadas, consumidas a gusto por la dirigencia política y el círculo rojo, en chats grupales, pasillos y restaurantes llenos como el salón comedor del Titanic, como un módico paliativo ante la angustia que producen el vacío y la incertidumbre. Es un sustrato fértil para las especulaciones que le dan combustible a una corrida cambiaria a punto de cumplir tres semanas, un plazo demasiado largo. La solución debe ser enérgica y no puede demorarse, coinciden en virtual unanimidad dentro del Frente de Todos. Sólo hacía falta convencer a una persona. El presidente.
Hasta el jueves, cuando se apagaron los teléfonos, Alberto Fernández todavía optaba por la prudencia, como si no remover demasiado las cosas pudiera servir a la conservación de un orden que ya dejó de existir hace rato. Ninguna de las premisas que aún enarbola soportaron la corrida que tomó envión con la renuncia del exministro Martín Guzmán: la inflación pegó un salto que golpeó de lleno en una sociedad que viene soportando un lustro ininterrumpido de castigo y resignación, los salarios quedaron rezagadísimos ante el aumento de precios generalizado y las reservas del Banco Central ya no alcanzan para que la industria argentina adquiera los insumos que necesita para funcionar.
Haber sobrecumplido las metas de déficit fiscal en este contexto no mitiga ese escenario sino que, por el contrario, lo agrava, ya que genera conflicto con otros actores de la coalición oficialista y ese conflicto amplifica la incertidumbre respecto al rumbo de la economía. De hecho, las contradicciones evidentes en la interna y la habilidosa ambigüedad de Fernández son dos factores que hacen difícil predecir siquiera cuáles serán los próximos pasos. Difícil detener una corrida sin un punto de apoyo. Si estos días terminaron de demostrar el fracaso de la teoría económica del gobierno, lo mismo debe decirse de la dinámica política con la que (¿)funciona(?) la coalición. No da para más.
Por momentos pareciera que el gobierno permanece ajeno a esa realidad evidente, como si fuera incapaz de comprender la magnitud de los problemas que atraviesan a diario millones de personas en todo el país. No se explica de otra forma que el presidente hable en un acto en pleno pico de la corrida cambiaria y no diga nada para tranquilizar a los argentinos que no saben cuánto va a valer su sueldo el día que lo depositen. Tampoco la exposición frívola en redes sociales de funcionarios, máxime cuando la responsabilidad primaria de su cargo, que dejó de ser ad honorem justo antes de que entre en vigencia la resolución que congela las altas en el Estado, es portar la voz del mandatario.
Durante las últimas 72 horas, la tríada que conduce el Frente de Todos entró en estado de deliberación permanente, primero en compartimentos que fueron estableciendo puntos de contacto a medida que se superaban los peros que esgrimía Fernández. Se discutieron medidas económicas y cambios en el gabinete. El viernes por la tarde estuvo reunido con Sergio Massa. Esa noche se dieron avances y hubo coincidencias, particularmente en lo que hace al segundo ítem. El sábado almorzó a solas con Cristina Fernández en la quinta de Olivos. La sobremesa se estiró holgadamente. Después de eso comenzó a hablarse de anuncios el mismo domingo o a más tardar el lunes antes de que abran los mercados.
La primera novedad no necesita anuncios y es la confirmación de Silvina Batakis en la cartera económica. Aunque sólo lleva veinte días en el cargo, la corrida sembró dudas sobre su continuidad que fueron raudamente despejadas desde el propio gobierno cuando se anunció que viajaría a Washington a encontrarse, este lunes, con la titular del FMI, Kristalina Georgieva, y el número dos de la secretaría del Tesoro, un viejo conocido del país, David Lipton. El que tuvo que cancelar su viaje fue el presidente: tenía agendada una cita en el Salón Oval de la Casa Blanca pero el diagnóstico de Covid positivo de Joe Biden postergó la entrevista largamente esperada.
En la agenda para ese viaje se había colado a último momento, entre gasoductos y waivers, el tema de los 500 millones de dólares de créditos del Banco Interamericano de Desarrollo aprobados para la Argentina pero que el presidente de ese organismo, Mauricio Claver Carone, retiene en contra de los estatutos del organismo argumentando que no puede arriesgar el patrimonio del Banco prestándole dinero a “un país insolvente”. No se trata de un homónimo: es el mismo bocafloja que, cuando trabajaba en el FMI, había admitido que el préstamo de 45 mil millones durante el gobierno de Mauricio Macri había tenido como finalidad ayudarlo a ganar las elecciones presidenciales.
La participación de Claver Carone, exfuncionario de Donald Trump, en las maniobras especulativas en contra de la estabilidad económica del país enciende una luz de alarma y tiñe de un matiz trágico las declaraciones recientes de dos diputados de Juntos por el Cambio que pidieron la interrupción prematura del mandato presidencial y la aparición espectral de Aldo Rico, que sacude toscamente una sábana para hacernos creer que hay un fantasma. Pocos lo recuerdan pero el 9 de julio de 2016, en las celebraciones del bicentenario de la Independencia, Macri organizó un desfile militar sobre la avenida del Libertador, del que participó el golpista carapintada. Qué angustia, querido rey.