Con un inobjetable sentido de la oportunidad, el macrismo ha decidido ingresar en su fase mística. Este viernes, el más íntimo entre los subordinados a Mauricio Macri, Fernando de Andreis, que entre 2015 y 2019 ocupó el cargo de secretario general de la Presidencia, y que no se permite un solo pensamiento que no tenga la aceptación de su jefe (con la única y notable excepción de su fanatismo por River Plate), posteó en su cuenta de Twitter un video titulado “Profecías” que comienza con una cita del expresidente encabezada por la marcación seudobíblica Mauricio 16:52 y luego reivindica el peor discurso del líder: ese que dio, sin dormir, al día siguiente a su derrota en las primarias de 2019. Sigue online para que cualquiera pueda ir a comprobarlo. Nadie esperaba este giro argumental. Argentina siendo Argentina: no salgas de casa sin tu capacidad de sorpresa.
Sería fácil vincular este súbito despertar espiritual al renovado vínculo entre Macri y la esotérica Elisa Carrió, pero lo cierto es que esa vieja nueva sociedad tiene razones bastante más mundanas. Sus intereses volvieron a coincidir, de forma tal que dejaron de lado, otra vez, sus diferencias, para encarar una cruzada espalda con espalda, hacia adentro y hacia afuera Juntos por el Cambio, contra el mismo adversario que los había unido la primera vez, en 2015: el peronismo. Los viejos hábitos son difíciles de matar. Tienen una misión. Trazar la línea por la que pase la grieta. De aquí para este lado: los amigos. Más allá: los enemigos de la república. Paradójicamente, el tratamiento que proyectan para cada lado de esa línea roja se inspira en la más ortodoxa de las enseñanzas del viejo. Para unos, todo; para los otros, ni justicia. Es literal.
Fue explícita Carrió esta semana en un rosario de entrevistas, inequívocamente con interlocutores poco dispuestos a repreguntar, en las que pidió ayuda para “purificar” a Juntos por el Cambio y señaló, con nombre y apellido, quiénes debían quedar en la mira del rayo purificador: Cristian Ritondo, Rogelio Frigerio, Emilio Monzó, Facundo Manes, Gerardo Morales, y, por propiedad transitiva, Patricia Bullrich y María Eugenia Vidal. ¿El delito del que se los acusa? Connivencia con el peronismo, actual o pasada, interpósita persona del flamante ministro de Economía, Sergio Massa. “Todavía tenemos tiempo de tener una unidad en serio con gente decente en serio. Yo la quiero mucho a Patricia, los quiero mucho a todos, pero esto no se trata de una cuestión de cariño, se trata de una cuestión de purificación, de limpieza”, dijo la exdiputada. Ave María Santísima.
La renovada entente con Macri, que se selló el lunes pasado al mediodía en un almuerzo que compartieron y ella blanqueó esa misma noche por televisión, fue refrendada por el cacique del PRO a través de las redes sociales del dúctil de Andreis, en términos prácticamente calcados al discurso de Carrió, aunque sin mencionarla. “Con Mauricio creemos que el futuro tiene que ser con valores (...) También creemos que hay que ser incansables en la defensa de la república y las instituciones. Cuidar que Juntos por el Cambio no se contamine con relaciones poco claras con el autodenominado panperonismo”. Sobre diálogo y consenso no hay noticias en este boletín. La oferta es capitulación (como le exigen a Horacio Rodríguez Larreta y Diego Santilli, que sí son amigos de Massa, pero gozan, por ahora, de la dispensa lilita) o desierto político.
Los motivos comunes entre los dos portentos opositores son variados y recorren el espinel de la estructura y la superestructura. En primer lugar se trata de reclamar para sí la conducción del espacio político que ellos mismos crearon y que ahora se disputan otros: desde el alcalde Rodríguez hasta la Unión Cívica Radical, cuyo destino, en los planes originarios de Cambiemos, nunca fue el protagonismo, pasando por Patricia Bullrich, que ya traicionó y puede volver a hacerlo. Para Carrió se trata, además, de una manera de anticipar las paritarias electorales. El desembarco de dirigentes de origen peronista en la provincia de Buenos Aires debe pagarse luego con recursos y lugares en las listas y eso representa una amenaza directa para su estructura política. A Macri empoderarla le es útil para mantener a raya a otros rivales internos que van por él.
Hay más: las diatribas de Carrió también funcionan como advertencia a la dirigencia opositora para que no tomen la llegada de Massa al gobierno como un permiso para relajar la política de no colaboración. Las divisiones del bloque opositor en algunas votaciones recientes, particularmente en el Senado, encendieron una señal de alarma en ese sentido. Por último, se apunta a tener un posicionamiento más atractivo para el electorado que ha crecido a su derecha en los últimos años y que rechaza de plano una candidatura de perfil moderado. En los cálculos de Macri, si esos votos van por afuera de Juntos por el Cambio en las primarias, él o quien lo represente corre riesgo de perder la interna contra un centrista. Por eso, según le dijo recientemente a un empresario, si tuviera que elegir, prefiere romper con la UCR si eso le sirve para sumar a Milei.
Mientras la oposición se reagrupa en torno a una configuración cada vez más marcadamente antiperonista, el Frente de Todos sigue enredado en la misma dinámica imposible que lo arrastró hasta este punto, como si los principales responsables no pudieran adivinar la profundidad del abismo al que se dirigen impasibles. El “superministro” sigue sin poder definir al número 2 de su equipo; el anuncio de la nueva segmentación energética se postergó una semana, programado para el martes pasado, se postergó una semana; la liquidación de exportaciones prometida no arrancó y después de un primer encuentro con la Mesa de Enlace se planteó un cuarto intermedio de diez días, por lo que resulta poco probable que se abra la canilla antes. ¿Cuántas reservas quedarán en el Banco Central para ese momento? ¿Quién será su presidente?
Un solo tema en la agenda escapa al letargo. Tan urgente para el país como lucrativo para los empresarios involucrados, el gasoducto Néstor Kirchner, al parecer, es la única política de Estado que queda. Tanto es así que la oposición ni siquiera se quejó por el nombre o pidió cambiarlo por gasoducto Arturo Illia o Fernando Solanas o alguna estupidez por el estilo. El jueves, en Neuquén y acompañado por el ministro de Interior, el camporista Eduardo “Wado” De Pedro, Massa hizo importantes anuncios para el sector. Un día más tarde se publicó en el Boletín Oficial el decreto que ponía en vigencia un régimen especial para las exportaciones de hidrocarburos. Para esto, por lo menos, la lapicera tenía tinta. También, hay que reconocerlo, para dar un bono significativo a los jubilados que le permitirá recuperarse de la brutal inflación de las últimas semanas.
La gestión massista sigue teniendo su déficit más grande en lo que hace a los ingresos de los trabajadores formales e informales. Para el jueves estaba anunciada una reunión con la CGT y la UIA, en la que iba a discutirse de qué manera se podían recuperar los salarios. La reunión no se hizo ni tiene fecha. Evidentemente los dirigentes sindicales no comparten el apuro de sus representados: otra cita, para discutir la suba del salario mínimo vital y móvil, que no llega a la mitad de una canasta básica, estaba agendada para el jueves próximo pero va a postergarse hasta después del fin de semana que viene porque algunos de los representantes empresarios estarían fuera del país disfrutando de sus vacaciones, según se explicó. La paciencia de la sociedad argentina ante este tipo de insultos es proverbial y debería ser estudiada por la ciencia.
En el interín, el presidente Alberto Fernández, equidistante de la realidad y de la toma de decisiones, volvió a anunciar un “acuerdo de precios y salarios” inconsulto, que no estaba entre el menú de opciones que trabajaba Massa y que volvió a acicatear una remarcación por las dudas, como aquella declaración de guerra a la inflación cuyo único correlato en los hechos fue una suba abrupta y preventiva en el valor de casi todos los productos de primera necesidad. A esta altura, sus discursos y sus off the record mal disimulados sólo interfieren en los intentos de otros de salvar las papas a su gobierno, algo que él se ha demostrado incapaz de hacer. Dice lo mismo ahora que hace un mes o cinco, con el dólar paralelo en 350 pesos o en 200, con la inflación en 4 o en 7 puntos, lo que da cuenta de las enormes dificultades que encuentra cada día frente al espejo.
En contraste, el silencio de CFK deja un vacío enorme de conducción política. Puede que a “los mercados” le alcance con su silencio aprobador para darle algún módico crédito al gobierno, pero el electorado y la sociedad en general necesitan explicaciones para renovar su pacto con el peronismo, que hoy está roto en mil pedazos. ¿Por qué ahora se callan las críticas que fueron impiadosas en los últimos meses de la gestión de Martín Guzmán y que tuvieron consecuencias reales y concretas en la performance económica, alimentando las corridas que todavía amenazan con llevarse todo puesto, cuando muchas de las medidas de ajuste que está tomando Massa son más extremas que aquellas? Si no es una cuestión ideológica sino mero pragmatismo, ¿por qué ahora?, ¿por qué así? Los argentinos no merecemos estar jugando a las adivinanzas en medio del tsunami.
CFK podrá delegar las candidaturas, como hizo con Fernández, o la toma de decisiones, como hizo con Massa, pero en ningún paso puede delegar el liderazgo político que todavía ejerce sobre la mayoría de los votos y, por lo menos, la minoría más robusta de la dirigencia peronista. El presidente ni siquiera intentó reemplazarla cuando tuvo la ocasión, el ministro de Economía posterga esa gesta para más adelante, si acaso el tiempo lo pone alguna vez en la situación de hacerlo. Mientras tanto, la responsabilidad de conducción recae sobre ella. Si es necesario hacer un giro a la derecha, si las circunstancias no permiten otra salida, si se trata de un pequeño retroceso táctico para ordenarse de cara al futuro; cualquiera sea el motivo por el que este gobierno, que diseñó y llevó al poder, toma ese camino, nadie puede explicarlo si no es ella.
Una de las últimas veces que habló de economía, Fernández de Kirchner dijo que el Estado argentino es un estado bobo porque no puede coordinar la información y las herramientas de distintas áreas, como el Banco Central, la Comisión Nacional de Valores y la AFIP, para ser más eficiente, o eficiente a secas en la recaudación de miles de millones de dólares que se evaden y se fugan del país. Mientras el presidente siga resultando un obstáculo para su propia gestión, la vice permanezca en silencio mientras se toman las decisiones más difíciles, el ministro más poderoso tenga dos velocidades según los intereses en juego y la central de trabajadores más importante siga rechazando medidas que benefician a la mayoría y aceptando las condiciones que impone la patronal, sin chistar, resulta muy difícil reservar para el peronismo un epíteto diferente.