Ocho de cada diez argentinos mayores de cuarenta años ya tiene al menos una dosis de la vacuna y de ese dato en la Casa Rosada sacan dos conclusiones. Que en la Argentina la disposición a inocularse es generalizada, a pesar del boicot activo que durante meses plantearon la oposición y algunos medios. Y por otra parte que todas las provincias y el Estado nacional pudieron ejecutar un operativo logístico complejo a la altura de las circunstancias, que ya duplicó el ritmo previsto inicialmente.
La concurrencia de esos dos factores permitirá, por ejemplo, que en cuestión de semanas el país pueda tener un mayor porcentaje de población inmunizada parcialmente que los Estados Unidos, un hito que podría gritarse como un gol pero que el gobierno argentino seguramente celebrará con discreción: el vínculo con Washington, a pesar de los agoreros que pasan siempre el mismo disco rayado, pasa su mejor momento desde diciembre de 2019, cargamento récord de vacunas de Moderna mediante.
El stock de vacunas permitió acelerar la aplicación de segundas dosis, que ya se están dando con un intervalo de apenas 21 días para la Sinopharm y 60 días para la AstraZeneca. Sólo la Sputnik mantiene por ahora el tiempo previsto de 90 días, a la espera de que se regularice el suministro del componente 2 o se decida avanzar con un esquema mixto, probablemente con las Cansino que deben empezar a llegar antes de fin de mes. Además, en agosto, o quizás antes, comenzará la inmunización de adolescentes.
Con el calendario en la mano, cerca de Alberto Fernández se ilusionan planteando una meta que ahora parece al alcance: culminar la vacunación con al menos una dosis de todos los argentinos mayores de 12 años que así lo deseen a mediados de agosto, tres semanas antes de las PASO, para que el día de acudir a las urnas toda la población haya desarrollado defensas contra el virus. Para ese momento, además, todos los grupos de riesgo, por edad o condición clínica, ya habrán completado su esquema de dos dosis.
Podría decirse que el optimismo respecto a la suerte electoral del Frente de Todos que se respira en el primer piso de Balcarce 50 tiene una réplica similar en los otros lugares donde reposa la estructura de poder oficialista: el Instituto Patria, el Congreso de la Nación y la gobernación bonaerense en La Plata. El avance de la campaña de vacunación, el recuerdo todavía fresco del páramo macrista y el descalabro de la oposición son los argumentos que explican ese estado de ánimo. La economía es la sombra que oscurece el panorama.
Esta semana, probablemente el martes, una vez que hayan concluído los cinco días de duelo nacional por las cien mil primeras víctimas del coronavirus en la Argentina, Fernández hará los primeros anuncios de una serie de medidas económicas destinadas a poner en marcha, de una vez por todas, la actividad. Hay en carpeta programas de promoción de empleo jóven, estímulos al consumo y créditos subsidiados que, de la mano de una eventual recuperación del poder adquisitivo deberían permitir dejar atrás un lustro de recesión.
El timing es fino: falta muy poco para las primeras, sesenta días más para las generales de noviembre, y los efectos de estas medidas necesitan tiempo para impactar en la vida cotidiana. Por eso habrá también transferencias directas, como el bono a los jubilados que se anunció esta semana, que levanten la sensación térmica mientras el motor de la economía toma temperatura. Si quedaba algo de resistencia en el ministerio de Economía a este curso de las cosas, ahora no se escuchó en voz alta.
Los rumores sobre el futuro del área que encabeza Martín Guzmán volvieron a ponerse a la orden del día. No habrá ninguna novedad en lo inmediato. Eso sí: el Presidente piensa en un gabinete distinto para después de las elecciones y de la pandemia y es posible que Economía deba afrontar cambios y no solamente de nombres. Menos ministros y más músculo político. Un equipo para afrontar la segunda mitad del mandato como una revancha por los primeros dos años que no pudieron ser.
El capitán de ese equipo va a seguir siendo Santiago Cafiero, cuya candidatura promueven los que lo quieren y todavía sueñan con armar un albertismo y los que no pero desearían que la jefatura de Gabinete recaiga en otras manos. A Fernández le preguntaron cien mil veces si piensa sacrificar a su alfil y él cien mil veces lo negó. Prefiere, como dio a conocer un interlocutor indiscreto, a Victoria Tolosa Paz para encabezar la lista bonaerense, la que servirá de croquis para leer cómo queda la interna después del sábado a la noche.
Cualquier ministro o secretario de Estado que se apunte en una boleta debe estar dispuesto a dejar su escritorio; el Presidente ya dio aviso de que no considera aceptables las candidaturas testimoniales. Eso echa por tierra algunas postulaciones que suenan por estas horas, como la del titular de la crucial cartera de Obras Públicas, Gabriel Katopodis, que participa en actos de campaña en el conurbano de la mano de su plan de infraestructura. Fernández no tiene un reemplazo para Kato.
Distinta es la situación del ministro de Desarrollo Social, Daniel Arroyo, desgastado por el roce permanente con las organizaciones que tienen loteada su estructura. Es probable que un salto a la cámara de Diputados, que ya conoce, permita que se haga cargo del área alguien más cercano a La Cámpora, postergando una vez más el eterno anhelo del Movimiento Evita por ocupar ese lugar estratégico para manejar la relación clave entre la superestructura y el territorio.
Otro movimiento se baraja: aunque no quiere dejar el ministerio de Defensa, Agustín Rossi se prepara para ser candidato a senador por Santa Fe. Según todas las encuestas, es el mejor nombre del peronismo en uno de los pocos distritos donde el Frente de Todos y Juntos por el Cambio disputarán mano a mano y con final abierto. El canciller Felipe Solá y el ministro de Cultura, Tristán Bauer, también podrían ser reemplazados, aunque con destino no en el Congreso sino en capitales extranjeras.
El mapa que dibujan en los comandos de campaña del oficialismo muestra un escenario similar a 2019, con triunfos en la provincia de Buenos Aires, el norte y el sur del país, victorias seguras de la oposición en CABA, Córdoba y Mendoza y elecciones disputadas en Santa Fe y Entre Ríos. Según esos cálculos, los votos del NOA y el NEA empardan la diferencia que saque JxC en el centro del país. Queda el margen bonaerense para abultar el resultado. Hace dos años fueron 14 puntos. Hoy, pandemia mediante, la mitad de eso sería un buen resultado.