Decidió preservarse del frío de medianoche en Tucumán y de la humillación del show sin novedades a la que prestaron 18 gobernadores. El 8 de julio, Victoria Villarruel prefirió estar a resguardo y no mezclarse con la casta. No estaba dispuesta a hacer un viaje relámpago para asistir a la puesta en escena de un pacto tardío ni a someterse al código de vestimenta que ordenaron desde la Casa Rosada. Unas horas después estaba radiante, con un tapado rojo sangre, jugando de local, en el desfile militar que desplegó a las Fuerzas Armadas en la calle y archivó por un rato la consigna de no hay plata.
A diferencia de lo que había pasado la noche anterior, cuando había sido el actor protagónico, en Palermo el presidente compartió con su vice la centralidad de la fiesta del Día de la Independencia y se divirtió con ella como un nene arriba del tanque blindado del Ejército. Aunque los recursos los puso Presidencia, la que se lució fue Villarruel. Milei se sabía en un escenario que le sienta mejor a su vicepresidenta y buscó colgarse de su popularidad ante la familia militar.
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En las calles, entre grandes y chicos se mezclaba una bandera que reivindicaba al movimiento carapintada que ese alzó contra el gobierno democrático de Raúl Alfonsín. En vivo y en directo, el ex economista jefe de Eduardo Eurnekian quedó subordinado por primera vez al juego escénico de la histórica coordinadora de visitas del genocida Jorge Rafael Videla. Al lado de Villarruel que no paraba de sonreír en el palco, la cara de extremo fastidio de Karina Milei sugería que algo no había salido como El Jefe esperaba. Pobre jamoncito, en cambio, le dio rienda suelta a su euforia sin reparar en costos.
Milei llegó a la tapa del Wall Street Journal pero con él lo hizo Villarruel, la vicepresidenta que lo releva en el ejercicio del poder cada vez que viaja al exterior. Las diferencias entre el outsider Milei y la hija del teniente coronel Villarruel remiten a orígenes y formaciones distintas pero no impidieron que las distintas capas de la extrema derecha se fundieran en un proyecto común. Censurada por el entorno del presidente, Villarruel viene de darle al gobierno la victoria de la Ley Bases en el Senado. Hizo lo que se esperaba, pero se encargó de facturarlo. Violó el reglamento de la cámara alta para hacer un discurso que no estaba permitido y, dos semanas después, después apareció sola en los palcos de la Cámara de Diputados para cobrar derechos de autor por el triunfo agónico que le deben los palolibertarios. Las fotos que difundió su equipo de prensa la mostraron vestida de rojo. Karina Milei, que estaba en Diputados, eligió no cruzarse con ella.
Con encuestas que la muestran como una de las integrantes del gobierno que mejor imagen tiene, Villarruel marca como nadie los límites que enfrenta Milei. En primer lugar, el presidente no puede maltratarla como hace con la dirigencia política: se lo impiden su nivel de adhesión y su rol institucional. En segundo lugar, la Vicepresidenta defiende criterios propios, que van desde el aumento de las dietas para los senadores hasta su decisión de hacer política en lugar de tocar la campanita. Heredera del partido que impulsó la fuerza de las armas para gobernar más que nadie durante el siglo XX, ante cualquier eventualidad, la ex diputada está primera en la línea de sucesión. Su discurso nacionalista funciona como dique de contención y madruga a sectores del peronismo que, en su rechazo al kirchnerismo, buscan un nuevo norte.
Hay algo más: después de ser crucial en la sanción de la Ley Bases, Villarruel razona como parte de los políticos que creen haberle dado demasiado apoyo al presidente y ahora presionan por una recompensa. El pliego de Ariel Lijo puede ser un caso testigo. Villarruel ya dijo que no está de acuerdo con la designación de un juez que es emblema del poder tarifado de Comodoro Py. En eso coincide con Mauricio Macri, el socio postergado de los Milei. El ex presidente está unido con Villarruel por varias razones y, tal vez por eso, Karina los desprecia a los dos. Pero además Villarruel comparte su rechazo a Lijo con tres de los jueces de la Corte Suprema que también se ausentaron de la ceremonia en Tucumán, Horacio Rosatti, Juan Carlos Maqueda y Carlos Rosenkrantz. Hoy en minoría, Ricardo Lorenzetti, el jefe del partido judicial durante nada menos que 11 años, es en cambio el principal promotor de Lijo y se encarga de recolectar votos y voces que avalen a quien necesita como su aliado en el Palacio.
Entre los detractores más duros del juez, aparece también Julio César Saguier. En la Casa Rosada, señalan al abogado que animó la mesa judicial de Macri como uno de los nexos que Villarruel cultiva. A la vicepresidenta le facturan vínculos y reuniones con él y con la cúpula de AEA. Tal como publicó Jonathan Heguier, en Balcarce 50 afirman que Oscar Parrilli tuvo razón cuando soltó una sugestiva declaración: “Que Clarín y La Nación estén criticando a Lijo es como que le otorgan una medalla”, dijo. El neuquino que no se despega de Cristina, sin embargo, le aclaró a algunos en el Senado que él no va a votar el pliego de Lijo. De ser así, encontraría una coincidencia excepcional con Villarruel.
La Vicepresidenta está en una posición envidiable. Al margen de la tensión que domina al triángulo de poder, sin responsabilidad directa por el impacto de una recesión brutal ni desafíos ante la presión devaluatoria que hace transpirar a los inquilinos de Olivos. Presente en las fantasías de un establishment que la imagina como relevo, la Ley Bases la hizo subir varios escalones. Los Milei ya no pueden confinarla al Senado: ahora es ella la que avanza con su campaña para subordinar a un presidente que la necesita. Solo tiene un enorme problema: la cara (y el poder de fuego) de Karina.