Habían pasado minutos desde la expulsión de Edgardo Kueider, el exsenador que está detenido en Paraguay por haber intentado cruzar la frontera con más de 200 mil dólares, cuando Santiago Caputo, el asesor estrella, tuiteó a través de una de las cuentas anónimas de X que usa para comunicar sin hacerse cargo de sus palabras, que lleva el sugerente nombre de Milei Emperador: “Hoy se decreta el fin de la República en el Senado de la Nación. Bienvenido sea. Avanzaremos. TMAP”. Las cuatro letras que cierran el mensaje son su toque personal. Significan: “Todo Marcha Acorde al Plan”. El problema es que, como muchas de las cosas que publica en esa cuenta, esta tampoco es verdad.
Desde la madrugada del cinco de diciembre, cuando llegó al país la noticia de la detención de Kueider, hace casi diez días, Caputo, en la práctica ministro de Propaganda y Relato del gobierno, viene tratando de contener el escándalo. No sólo fracasó y terminó perdiendo a uno de sus alfiles en el Congreso. Cada uno de los intentos por encapsular el daño terminó por volverse en contra y generar nuevas repercusiones, como una sucesión de explosiones encadenadas, cada una un poco más fuerte que la anterior. Nadie puede garantizar que la sesión del jueves, desastrosa para el gobierno, haya sido la última. El resultado de la investigación judicial y las repercusiones políticas pueden tener efectos sísmicos para el gobierno.
La bomba no pudo ser más inoportuna. El presidente Javier Milei apostaba a cerrar el 2024 con su discurso por cadena nacional al cumplirse un año de su mandato mostrando todos los frentes cerrados. Según el guión escrito por su asesor estrella la economía ya dio la vuelta y dejó atrás la recesión; la política había sido exitosamente domesticada y no tenía la capacidad de desbaratar los planes del gobierno; y la sociedad ya estaba aceptando mayoritariamente las recetas aplicadas. “Estamos saliendo del desierto”, graficó, bíblicamente, el mandatario. En esta lectura, la insatisfacción fue abolida y todas las protestas y obstáculos obedecen únicamente a maniobras golpistas de la oposición.
El caso Kueider, en ese sentido, impacta directamente contra esa construcción de sentido, que en noviembre y comienzos de diciembre parecía exitosa. En términos sociales porque exhibió al gobierno en su condición de casta. Todos los condimentos del relato van en ese sentido: los dólares en efectivo, la secretaria empleada por el Congreso, la frontera de Paraguay. La reacción del ministerio de Relato para despegarse del escándalo fue ambigua y zigzagueante. Empezó intentando desentenderse del senador caído en desgracia señalando su origen peronista. Siguió tratando de diluir su responsabilidad amenazando con difundir una lista de todos los legisladores con causas y, luego, impulsando la suspensión de Oscar Parrilli en la misma sesión sin tener los números.
En simultáneo, Caputo operaba personalmente para conseguir los números que le permitieran, por lo menos, ganar tiempo hasta marzo, si no lograba salvar la piel de su soldado. Milei había pedido en público la destitución de Kueider pero el plan era dividir los votos entre los partidarios de la suspensión y los de la expulsión para que finalmente el senador no sea sancionado. Desde la Casa Rosada, finalmente, podrían decir que fue la casta la que lo salvó. Pero nada salió de acuerdo al plan. Una jugada de pizarrón que incluyó medios, a la jueza Sandra Arroyo Salgado (que pidió su desafuero y detención diez minutos antes de que sesionara el Senado) y antiguos socios políticos del gobierno precipitaron el desenlace.
A último momento un llamado de Casa Rosada ordenó a todo el bloque oficialista que votara por la expulsión. Era el último intento de evitar salpicaduras pero lo único que consiguió fue dejar la sensación de que este gobierno le suelta la mano a los aliados que caen en desgracia. El rostro del correntino Camau Espínola, compañero de bloque de Kueider y también interlocutor de Caputo, durante la sesión, no deja mucho espacio para la imaginación. El resultado adverso hizo volar por los aires la idea de un Congreso sometido que había construido el gobierno después de reponerse de una serie de derrotas primaverales. La consecuencia lógica fue suspender, por ahora sin fecha, el llamado a sesiones extraordinarias que había anticipado el vocero Manuel Adorni.
Los aliados con los que el gobierno construyó el tercio que le permitió blindar sus vetos y que lo deja a salvo de un eventual juicio político le dieron vuelta la espalda. Macri, que desde hace meses esperaba una ocasión para hacer daño, la aprovechó. La mitad del bloque del PRO, incluyendo a Luis Juez, de diálogo cotidiano con el presidente, votó contra Kueider. Lo mismo que la Unión Cívica Radical casi en pleno. Queda un año para que se renueven las dos cámaras y el oficialismo deje de depender tanto de votos ajenos. Demasiado tiempo en un escenario tan incierto. El plan es mantener el Congreso cerrado pero eso no depende únicamente de la voluntad de Milei.
En términos económicos este episodio proyecta dos nubes de sombra sobre los planes del gobierno. El más inmediato tiene que ver con la ley de Bases, aprobada por la vicepresidenta Victoria Villarruel después de un empate en 36 votos. Uno de esos votos fue de Kueider, que pasó de presentar 40 objeciones a aprobar la iniciativa sin que esos cambios fueran atendidas. En los días posteriores a esa votación hizo varios viajes a Paraguay. Sin ese voto la ley no salía y en la oposición ya se plantea avanzar con su derogación, que se podría conseguir con mayoría simple en ambas cámaras. No es un escenario factible en el corto plazo pero nadie descarta que nuevas revelaciones puedan allanar ese camino.
En segundo lugar, aunque directamente ligado a esto, el episodio siembra dudas sobre la posibilidad de Milei de gestionar en el mediano y largo plazo las extraordinarias ventajas que está brindándole al gran capital. Esa confianza es clave para mantener el riesgo país bajo y el dólar quieto, de forma tal que los enormes vencimientos de deuda de los próximos años puedan renegociarse en vez de tener que pagarlos. Macri, desde el exterior, activó en estos días a varios de sus operadores en el mundo empresario. El mensaje fue que él haría lo mismo pero de forma sostenible. La encargada de responderle fue la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, que cumplió el mismo rol durante el gobierno de Cambiemos. “Yo quería dar un paso y me frenaban… ahora no me frena nadie”.
En su discurso por el primer aniversario de su gobierno Milei dio un mensaje con aires de Fukuyama, aquel economista que tras la caída del muro de Berlín determinó el final de la historia. La economía, dijo, ya está controlada. La sociedad aceptó los cambios. Y la política acompañó o no supo detenerlo. Cinco días más tarde esa Pax Leona encontró, muy rápidamente, sus límites. La postal navideña quedó desdibujada. La sucesión de fracasos inesperados le puso tensión a la interna más intima: el triángulo de hierro empieza a mostrar diferencias que van a ensancharse con el correr del año electoral. No importa lo que digan las cuentas anónimas de X o los voceros oficiosos: no todo está marchando acorde al plan.