Con la elección que tiene lugar este domingo la democracia cumple cuarenta años ininterrumpidos por primera vez desde que se instauró el sufragio universal, en 1916 (momento en el que, según dijo uno de los candidatos que hoy compiten por la presidencia de la Nación, comenzó la decadencia del país). Entre el primer golpe de Estado, en 1930, y el final de la última dictadura, en 1983, más de medio siglo más tarde, la Argentina tuvo apenas once años de gobiernos democráticos elegidos en comicios libres y transparentes sin proscripciones. Fueron once años de gobiernos peronistas.
Desde 1983, en cambio, llegaron al poder de forma democrática y gobernaron dos presidentes radicales, cuatro peronistas y un empresario de derecha que había fundado su propio partido unos años antes. Hoy, en el cuarto oscuro, estará la boleta de un obtuso economista que hizo su fama en televisión y no cuenta con apoyatura territorial en todo el país. Sus chances de triunfar parecen intactas, a pesar del festival de errores no forzados que adornó su campaña. Los argentinos tenemos muchos problemas. Desde hace cuarenta años, la elección de nuestros representantes no es uno de ellos.
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Está claro que la democracia que supimos conseguir tiene una inmensa deuda interna. Cuatro de cada diez argentinos son pobres en un país que no logra dejar atrás las crisis recurrentes, tropiezos a cuenta en el camino que proyecta cada uno para su vida. Está claro, también, que de esa insatisfacción nace el reclamo de millones que encontraron en Javier Milei una figura que los represente, al menos en esta elección. Está claro que la sociedad argentina, que viene de una década estancada, que nunca terminó de arrancar, necesita y exige pasar a otra página. Esa es la tarea para hoy, compatriotas.
Cuarenta
Cuarenta es un número importante, con un peso simbólico insoslayable en nuestra tradición. Cuarenta días duró el diluvio hasta que una paloma regresó con buenas noticias de tierra firme. Cuarenta años duró el éxodo del pueblo judío por el desierto y cuarenta días estuvo Moisés en la cima del Monte Sinaí recibiendo las tablas de la ley. Para los cristianos, Jesús tuvo que pasar cuarenta días en el desierto resistiendo las tentaciones del diablo. Para los musulmanes, a los cuarenta años Mahoma tuvo la visión del arcángel Gabriel, que le hizo las primeras revelaciones.
El número cuarenta representa los procesos que debe atravesar una persona, o una sociedad, casi siempre difíciles, muchas veces dolorosos, pero que resultan necesarios para alcanzar la madurez, dejar atrás la adversidad y realizar su destino. Una coincidencia hila el pensamiento de los grandes líderes de la historia de nuestro país, desde las luchas por la independencia hasta la actualidad: el destino de la Argentina debe ser un destino de paz, de grandeza y democracia. Es el espíritu que impregna las palabras del preámbulo de nuestra constitución, a la que algunos les encanta citar aunque no tanto leerla.
Estos cuarenta años de democracia no han sido un camino sencillo ni lineal. Hemos atravesado, con una capacidad de resiliencia notable, momentos de peligro. Y cada vez que estuvo en peligro fue la capacidad de alcanzar acuerdos y trabajar juntos la que nos permitió salir adelante. Hoy el país también va a decidir si apuesta a salir de esta crisis como una comunidad o cada uno por la suya. Si queremos para la Argentina, para nuestros amigos, nuestros afectos, nuestra familia, los vecinos, los compañeros de laburo, lo mismo que queremos para nosotros, o si es sálvese quien pueda.
Por sí o por no
Hoy, en el cuarto oscuro, habrá un solo candidato incapaz de decir que cree en el sistema democrático. Hoy, en el cuarto oscuro habrá un solo candidato que justifica los delitos de lesa humanidad en los mismos términos que usaba Massera. Hoy, en el cuarto oscuro, en una sola boleta habrá una candidata que confraternizaba con Videla y Etchecolatz, que prometió sacar a los genocidas de las cárceles y que sueña con hacer un parque en la ESMA. Hoy, en el cuarto oscuro, habrá una sola boleta cuyos candidatos justifican el terrorismo de Estado y la violencia política.
Hoy, en el cuarto oscuro, habrá un solo candidato cuyo plan consiste, explícitamente, en dejar que la economía estalle por los aires, y un solo candidato que avisó, explícitamente, que cuando haya protestas va a reprimirlas con las fuerzas de seguridad y fuerzas armadas. Uno solo entre los dos candidatos anunció la designación de una canciller que comparó la homosexualidad con tener piojos. Uno solo entre los dos candidatos votó en contra de la ley de cardiopatías congénitas. Uno solo desconoce los derechos de las mujeres. Uno solo propone desregular la tenencia de armas de fuego.
Hoy, en el cuarto oscuro, habrá un solo candidato, entre los dos, que echa dudas sobre el sistema electoral para sacar provecho. Uno solo, entre los dos, que hizo denuncias de fraude sin sustento y convoca a sus seguidores a desconocer el resultado de los comicios. Este ballotage se convirtió en un plebiscito sobre el consenso democrático que los argentinos nos dimos en 1983. En un referéndum sobre el Nunca Más a la violencia política en la Argentina. Y no hay subterfugios. Están todas las cartas sobre la mesa. La pregunta es clara. Por sí o por no. Si esa bomba explota, las esquirlas nos alcanzarán a todos.
Cada voto vale
Uno puede desconfiar de las personas pero nunca de los pueblos, que son los que indican la dirección de los acontecimientos. Si gana cierto candidato, ese triunfo significará inequívocamente un mandato social de más violencia, de exclusión, de insensibilidad, que será gustosamente ejecutado por las flamantes autoridades. Si gana el otro, la demanda será de concordia, de unidad, de construcción de mayorías amplias y conducentes hacia una mejora perceptible y sostenida en el nivel de vida de los argentinos. En cualquier caso, las expectativas deberán ser rápidamente correspondidas. No hay changüí.
Al amplio colectivo de ciudadanos y ciudadanas que no creen que ambas opciones signifiquen lo mismo se sumaron en las últimas horas antes del comicio desde la Sociedad Rural Argentina, cuyo titular Nicolás Pino publicó un mensaje en el que dice que “el único camino posible es la unión que permita cerrar la grieta”, hasta la platea del Teatro Colón, que reprobó con silbidos una foto-op montada por Mauricio Macri para que su candidato le hiciera trampa a la veda. En silencio, el radicalismo se prepara para votar en defensa propia. Desde Córdoba, sobre la hora, llegaron las señales esperadas.
El resultado, sin embargo, resulta todavía una incógnita. Cada voto vale. La elección van a definirla aquellos electores y electoras que no elegirían a ninguno de los dos candidatos pero que también entienden que no son lo mismo. No los que eligen a un gobierno al que van a apoyar sino los que optan por un gobierno al que van a oponerse, sabiendo que existen solamente dos opciones. En esas manos está el punto de quiebre para la Argentina en la primera mitad de este siglo. La elección más importante de las últimas décadas. Que transcurra en paz. Que triunfe la democracia. Y que nos traiga grandeza.