Consenso, una aspiración común con significados bien distintos

El Consejo de las Américas fue un experimento político en tiempo real que mostró varias aristas del pensamiento del círculo rojo. Todos hablan de acuerdo pero no están hablando de lo mismo.

20 de agosto, 2022 | 19.01

Como si el país fuera uno muy distinto a ese que se ve todos los días cuando uno asoma la cabeza a la calle o enciende una pantalla, esta semana el círculo rojo y varios protagonistas de la política hablaron, como hace mucho que no sucedía, de alcanzar acuerdos que salten por encima de la división profunda que desde hace varios años parte en dos a la sociedad argentina. Desde Cristina Fernández de Kirchner hasta Marc Stanley (aunque nadie le preguntó), desde Sergio Massa hasta Horacio Rodríguez Larreta, desde la CGT hasta los principales empresarios, todos dicen que es necesario romper, de alguna manera, el empate político que paraliza al país desde hace varios años y no permite discutir una postura común sobre las condiciones excepcionales, y los peligros extraordinarios, que se presentan en esta nueva configuración global. Sin embargo, un examen somero de los discursos y las acciones de cada una de las partes permite por lo menos sospechar que cada uno de ellos le da a ese valor un sentido distinto. ¿De qué hablamos, entonces, cuando hablamos de consenso?

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Una ocasión inmejorable para zambullirse en ese festival de interpretación política fue el foro anual en Buenos Aires del Consejo de las Américas, una organización de empresarios de los Estados Unidos con inversiones en América Latina, estrechamente vinculada al Departamento de Estado. Alcanza con saber, como botón de muestra, que fue creada en 1963 por David Rockefeller a pedido de John F. Kennedy. El encuentro, en su versión 2022, se llevó a cabo esta semana en el exclusivo Hotel Alvear. Se dio cita lo más destacado del círculo rojo local, hombres de negocios llegados desde el norte y una cantidad de políticos y diplomáticos, como suele suceder en estas ocasiones. Hubo tres platos fuertes, sin embargo. En estricto orden cronológico de participación: el ministro de Interior, Wado De Pedro, invitado especial a la cena de apertura, que sucede sin cámaras ni micrófonos; Rodríguez Larreta, que no fue el único precandidato opositor (también asistió el gobernador jujeño Gerardo Morales) pero sí el único que recibió ese tratamiento; y Massa, el ministro de Economía, a cargo del cierre.

La presencia de De Pedro en esa primera cena a puertas cerradas permite sacar algunas conclusiones. En primer lugar, que a ese círculo rojo, y a Washington, le interesa, ahora, escuchar qué tiene para decir el kirchnerismo. Se puede ir un poco más allá y decir: le interesa escuchar lo que dice cuando no hay kirchneristas escuchando. Luego, confirma que a CFK, a diferencia de lo que sucedía en otras épocas, le interesa que su postura llegue a esos espacios de poder. Se puede decir, con certeza, que Wado habla con los titulares, tal como reclamó en su segundo mandato. Ella también, aunque dosifica a cuentagotas la publicidad sobre esos encuentros. “Tenemos que hablar sin intermediarios. Tiene que haber un acuerdo político y empresarial para la Argentina”, dijo el ministro de Interior ante un auditorio conformado por empresarios de primera línea. No es muy distinto a lo que viene proponiendo la vicepresidenta desde hace años en sus discursos cuando habla de un nuevo contrato social, de un gran acuerdo político y de solucionar los problemas de piso democrático que tiene el país.

¿Cuáles son las características de ese pacto del que hablan CFK y De Pedro? Hay una parte que está dicha. Se trata de resolver el problema de la economía bimonetaria que subyace detrás de la inestabilidad macroeconómica crónica que impide que la Argentina se desarrolle y de hacerlo de forma tal que el costo de esa operativa, que necesariamente será traumática, no recaiga sobre la mayoría de la población resultando en un escenario social de desigualdad extrema parecido al chileno y de muy difícil reversión. Esa es la premisa. Existe, implícito, un segundo capítulo, necesario para que funcione el primero, y es una reforma judicial profunda. El razonamiento es sencillo: resulta imposible establecer el vínculo de confianza mínimo que hace falta para alcanzar acuerdos políticos cuando existe una persecución en curso, en la que una de las partes que debe sentarse a dialogar cumple el rol del victimario y la otra parte es la víctima. Y mucho menos avanzar en un proyecto de país democrático cuando el Poder Judicial se arroga para sí facultades cada vez más amplias y nunca reconocidas por la Constitución.

Es muy distinta a la idea de acuerdo que tiene el alcalde Rodríguez, que esta semana en el Alvear volvió a desplegar su teoría del 70 por ciento, que básicamente se resumen en llegar al poder representando a una minoría pero adoptar rápidamente una agenda con el apoyo de todo el arco político excluyendo al kirchnerismo. El plan se basa en la alianza que en los primeros meses del gobierno de Macri le permitió aprobar los pliegos de Carlos Rosenkrantz y Horacio Rosatti y el pago a los fondos buitre, entre otras leyes clave, aunque buscará darle un grado mayor de cohesión institucional: “El próximo gobierno de la Argentina tiene que ser un verdadero gobierno de coalición”, les dijo a los empresarios que lo escuchaban abrir la jornada. Consenso, según el evangelio porteño, significa que un sector del peronismo actúe en su gobierno como lo hizo el radicalismo entre 2015 y 2019: aportar los votos (y, en este caso, también garantizar cierta paz social) para la aplicación de las recetas económicas y los negocios de siempre a cambio de algunos cargos y algún grado de participación en esos negocios.

Tanto se entusiasmó con esa perspectiva el embajador Stanley que tomó la palabra un rato después del alcalde para pedir que esa alianza imaginaria pase de largo el engorroso tramiterío electoral y anticipe la toma del poder a ahora mismo. La adrenalina llevó al diplomático a cometer un poco habitual acto de sinceridad y en pocas líneas resumió su propia idea de consenso: “Me encantó lo que dijeron los otros oradores, sólo una cosa difiero con el Jefe de Gobierno Larreta. Él habló de una coalición, él quiere construir una coalición. Yo le diría que lo hagan hoy mismo. No creo que Argentina tenga que esperar a las elecciones de 2023 para hacerlo. Este es el momento de hacerlo. Todas las personas con las que hablé están de acuerdo que en la explotación de estos tres mercados, el petróleo y gas, ganado y agricultura y minerales está la respuesta. Es hora de que trabajen juntos ahora mismo. No esperen 16 meses. Hoy es el día de hacer esto”. El consenso que promueve el Departamento de Estado prescinde de consultar a la sociedad argentina cuál es el destino que prefiere para sí.

No se puede soslayar la locuacidad del embajador ni adjudicarla con ligereza a un descuido. La representación diplomática de Estados Unidos está muy activa en la Argentina. El propio Stanley viene de mantener, en pocos días, encuentros con varios gobernadores, visitar la exposición Rural y Vaca Muerta, no casualmente lugares que representan dos de las patas de la tríada de alimentos, hidrocarburos y litio que despierta tanto interés en la potencia. Lo que está sucediendo en Paraguay con la decisión del gobierno yanqui de quitarle la visa al expresidente del Partido Colorado Horacio Cartes y al todavía vice y precandidato presidencial de otra facción del mismo espacio, Hugo Velázquez, demuestra que el Departamento de Estado está dispuesto a explorar medidas drásticas e inéditas en la región. Nada es lineal (la movida favorece a los liberales, que en caso de llegar al gobierno seguramente regularicen la relación con China en el único país sudamericano que todavía reconoce al gobierno de Taiwán) pero está claro que el mundo ya no es el mismo que hasta el 24 de febrero.

El cierre de la jornada estuvo a cargo de Massa, que protagoniza las fantasías de Rodríguez y Stanley. Su participación es necesaria para consolidar una mayoría amplia que se apalanque en el centro. Él se encargó rápidamente de desandar esas expectativas. En su discurso dejó dicho que no busca coaligarse políticamente con ningún opositor sino que los invita a construir ahora acuerdos que faciliten la estabilización. Al jefe de gobierno le dio a entender que no puede contar con su colaboración en diciembre de 2023 si no hace lo propio ahora. “Hasta marzo o abril no empieza la temporada electoral, por lo cual sería bueno aprovechar para encontrar consensos básicos para el desarrollo del país”, invitó. Después salió un misil teledirigido: "Uno de los tantos líderes de la oposición me llamó tarde el día que asumí para felicitarme y ponerse a disposición. A la mañana siguiente me volvió a llamar. Me dijo 'te llamo para preguntarte si vas a contar quienes de la oposición te llamaron porque de cara a la interna me conviene seguir parado como uno de los duros'". No hizo falta que dijera quién había sido.

Un repaso sobre las perspectivas, expectativas y voluntades para llegar a alguna variante de un gran acuerdo nacional no estaría completo sin consignar que existe un sector de mucha relevancia política, tanto que tiene serias chances de ser competitivo en las elecciones del año que viene, que no solamente no aboga, ni en los dichos ni en los hechos, por alguna clase de acuerdo amplio, sino que ha volcado su discurso hacia una negación militante del diálogo cada vez más radicalizada, acaso como reacción ante la posibilidad de que se abran vasos comunicantes entre los dos lados de la grieta. Dos dirigentes del PRO (uno cercano al alcalde, otro que milita junto al expresidente) creen que fue ese llamado a Massa el detonante de la andanada de metralla verbal que descargó Elisa Carrió, en complicidad con Macri, sobre algunos dirigentes de primera línea de Juntos por el Cambio. Las aguas todavía no se calmaron después del intercambio de alta intensidad entre la referente de la Coalición Cívica y varios pesos pesados de la escudería. En el horizonte asoman nuevos conflictos, más profundos.

El blitzkrieg de Carrió dio la señal de largada para la purga: primera etapa de la transformación de la alianza opositora en una fuerza aceleracionista, a imagen y semejanza de las experiencias de Donald Trump y Jair Bolsonaro, cuyo rasgo de identidad primario sea el antiperonismo explícito. Lo dejó en claro el propio Macri en un Zoom junto a empresarios y ejecutivos que organizó este jueves la fundación de Esteban Bullrich y Guillermo Dietrich. Allí, según consigna Infobae, Macri dijo: “La pelea en Juntos por el Cambio no tiene que ver con definir un candidato entre el PRO, el radicalismo o la Coalición Cívica, sino entre quienes quieren administrar el status quo y quienes vamos por un cambio profundo”. Siempre de acuerdo al racconto de ese portal, el expresidente dijo haber incurrido en “buenismo” con “los Grabois y los Movimiento Evita de la vida” y de haber creído que con los gobernadores del PJ se podía “hacer una transformación profunda” y prometió, en caso de volver al poder, ejercerlo sin miramientos. Sus interlocutores terminaron con la impresión de haber escuchado a un candidato.

Así las cosas, en caso de que exista, realmente, una voluntad mayoritaria de consenso entre un sector de la política, los grandes empresarios nacionales y los intereses extranjeros, algo que a priori resulta bastante dudoso y que, según las encuestas, por unanimidad, no es lo que prefiere la sociedad argentina; si efectivamente esa fuera la salida posible y deseable a los problemas del país; si las ideas tan disímiles que existen sobre cómo debería ser una solución de ese tipo pudieran hacerse compatibles entre sí y el resultado de esa sumatoria fuera virtuoso; si el paso de la teoría a la práctica se ejecutase con precisión; si todas esas condiciones, sumamente improbables por separado y prácticamente imposibles en conjunto, se dieran y el país tomara la oportunidad histórica que aparecería ante sí, el único sector que debería quedar afuera de ese pacto, si no acepta las reglas mínimas de convivencia democráticas hipotéticamente acordadas por el resto, no es el kirchnerismo sino la derecha antidemocrática que hace rato comenzó una deriva que sólo puede terminar mal. A lo mejor vale la pena intentarlo.