La rivalidad entre Luis Caputo y Federico Sturzenegger, los dos economistas más importantes del gobierno nacional, no es nueva y tiene varias capas geológicas. Está fundada sobre rencillas no resueltas durante el paso anterior que ambos compartieron por la administración, y que no terminó bien; se nutre de diferencias en materia de gestión y de concepción de la disciplina que los dos, cada cual con su estilo, presumen dominar con maestría; usa como combustible la fricción entre un par de egos cuyas dimensiones hace muy difícil la convivencia dentro del mismo esquema de toma de decisiones.
Ahora, además, sus planes entran en colisión directa. El proyecto de reforma que quiere llevar adelante el asesor estrella de Javier Milei requiere de una caja de más de 400 millones de dólares para solventar las indemnizaciones por despido de, al menos, 20 mil trabajadores estatales en relación de dependencia, que van a sumarse, cuando la ley de bases esté promulgada, al cese de otros tantos contratos que el gobierno tiene planeado dejar vencer, sin renovar, al final de este mes. El ministro de Economía bloquea esa asignación presupuestaria adoptando el argumento que acuñó el presidente: no hay plata.
MÁS INFO
Sin decidirse entre los dos, Milei patea la resolución de esa interna para adelante. En público banca una y otra vez a Caputo aunque en privado le recrimina la demora en conseguir divisas frescas. A Sturzenegger, a puertas cerradas, le promete un superministerio y poderes amplios, pero la designación no llega. Esta semana en dos ocasiones le canceló una reunión confirmada y anunciada ante la prensa, en la que, supuestamente, iban a saldarse los detalles de su nombramiento. La primera vez fue para darle una entrevista (otra) a Jonatan Viale. La segunda, porque le cayeron mal dos medialunas. Después se fue de viaje a Europa.
Pero tampoco tiene tanto tiempo. Lo que comenzó siendo un leiv motiv al comienzo de su gestión, no hay plata, puede volverse un búmeran si el gobierno no exhibe resultados en un plazo perentorio. Es sintomático que los mercados le dan menos changüí que la política. Los bonos y acciones argentinas sólo estuvieron unas horas en verde después de la victoria pírrica del oficialismo en el Senado antes de retomar el derrotero a la baja. Cuando el ministro de Economía tiene que salir un viernes feriado a desmentir una devaluación, contradiciendo la letra del reporte del FMI, las dudas, lejos de apagarse, se multiplican. En el centro de esas dudas está Caputo.
Experto en apostar con crédito ajeno, el Pipita Higuaín de las finanzas se ganó su lugar en el gabinete de Milei prometiéndole deuda fresca. Una cartera de 30 mil millones de dólares entre fondos de inversión y organismos multilaterales que iba a permitir una estabilización rápida en los primeros 90 días de gobierno. No hubo dólares ni estabilización. Ahora, el ministro asegura que puede entrar la mitad de eso para salir del cepo en seis meses más, sin devaluar. El FMI tiene la llave de ese acuerdo y pondría la mitad de la plata, mientras que el resto saldría del aporte del Banco Mundial, el BIS y bancos privados. No queda claro cuál es la garantía.
El problema que mantiene en veremos ese plan es que en el Fondo no confían en Caputo. Temen que esos dólares terminen financiando la salida de capitales y el atraso cambiario, como sucedió, con el mismo protagonista, durante la gestión de Mauricio Macri. Todos los funcionarios del organismo que trabajaron en ese acuerdo terminaron eyectados, algo que sin duda tienen muy presente quienes ocupan esos cargos en la actualidad. En la Casa Rosada esperan que la eventual llegada de Donald Trump al poder sirva para gestionar nuevas excepciones. Los plazos de la política yanqui, sin embargo, parecen eternos para las urgencias argentinas.
Sturzenegger, en cambio, cree que es necesario salir rápidamente de este régimen económico “de transición” y adoptar políticas aún más ortodoxas y severas para acelerar la llegada de dólares que ayuden a evitar el estancamiento. Le advierte al presidente que, si no profundiza, le espera un final similar al de Macri. Le ofrece una fórmula para “liberar a las fuerzas productivas”. Una vez aprobado el RIGI, asegura, hay tres condiciones que deben cumplirse para que entren las tan necesarias divisas. La primera es levantar rápidamente el cepo. La segunda es dejar que flote el valor de la moneda. La tercera es que se vaya Caputo.
Aunque el presidente todavía lo defiende a capa y espada, la sanción definitiva de la ley de bases, primer hito de este gobierno, puede darle marco a una salida más o menos elegante para el ministro de Economía. A pesar de los discursos luminosos del presidente en la entrega de premios del Círculo de Viejos Meados de Viena o la cena anual de algún foro de neonazis europeos, en el gobierno ya saben que la recuperación de la actividad económica se porta como la utopía en el poema de Eduardo Galeano: cuando el país avanza dos pasos, se aleja dos pasos más. Más fríos, los últimos datos de consumo y producción cuentan la misma historia.
En seis meses de gestión Milei está llegando al mismo punto muerto que encontró Macri después de dos años y nunca pudo superar. Es el momento en el que se dan cuenta de que gobernar la Argentina es un quilombo. Que no alcanza con un carnet de antiperonismo, ser el heredero de una de las principales fortunas del país o un papel que te certifique como el economista más importante de la historia de tal o cual secta. Cuando llega ese momento se dan cuenta de que no tienen un plan B; de que, en realidad, nunca tuvieron ni siquiera un plan A. Entonces se profundiza el saqueo y la búsqueda de chivos expiatorios. Usted está aquí.