Luiz Inaçio “Lula” Da Silva y Jair Messias Bolsonaro serán los protagonistas excluyentes de una elección en la que está en juego mucho más que el nombre o la orientación política del próximo presidente brasileño. La Argentina y el mundo miran en esa dirección y estarán atentos a lo que suceda a partir de las cinco del domingo (hora de Buenos Aires, de Brasilia y de San Pablo) cuando se cierren las urnas electrónicas y comiencen a procesarse los resultados. Las encuestas previas coinciden en apuntar una considerable ventaja para el candidato del Partido dos Trabalhadores. Si hacemos el esfuerzo por descartar las chances de un yerro de dos dígitos, las principales incógnitas pasan por ver si Lula alcanza a cerrar el pleito sin necesidad de recurrir a un ballotage y por la respuesta de Bolsonaro, que ya amenazó con desconocer los resultados del comicio si no le dan la reelección, como si fuera un émulo de Donald Trump con vista a Copacabana.
Si se cumplen los pronósticos y Lula accede por tercera vez en su vida al despacho más importante del Palacio de Planalto se sumará a los triunfos consecutivos de Luis Arce en Bolivia, Gabriel Boric en Chile y Gustavo Petro en Colombia. Dos escuelas de pensamiento abordarán ese patrón, con miradas directamente opuestas. Están quienes destacarán la llegada al gobierno de fuerzas que están a la izquierda del centro político, pintando una ola progresista en Sudamérica, y encontrarán allí una luz de esperanza electoral para el kirchnerismo en las presidenciales del año que viene y un aliciente para que Cristina Fernández de Kirchner sea candidata. Otros encontrarán su explicación en el hecho de que los cuatro fueron candidatos opositores a gobiernos que sufrieron el desgaste de la pandemia y el deterioro económico global y cifrarán en ese dato su certeza en una victoria de la oposición, sin importar cuáles sean sus candidatos ni propuestas.
La realidad, sin embargo, avanza sin reparar en esas especulaciones, que en todo caso quedarán saldadas en un año. Lo cierto es que Lula presidente tendría implicancias en la Argentina, en la región y también de alcance planetario. El mandatario brasileño ya ha demostrado su vocación de jugador en el tablero geopolítico. Durante sus primeros mandatos, el país se proyectó como sexta economía global, se terminó con el proyecto del ALCA y se puso en valor al Mercosur, se crearon la Unasur, la CELAC y el BRICS. Intermedió con el gobierno iraní para lograr negociaciones en torno a su programa nuclear y llegó a plantear que Brasil debería tener un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, donde se corta el bacalao. Hasta consiguió la organización de un mundial de fútbol y de los primeros juegos olímpicos en Sudamérica. Una figura con ese peso no va a pasar desapercibida en este mundo convulsionado nivel 2022.
En Argentina, esta elección tendrá consecuencias directas e inmediatas. El eventual regreso de Lula al poder significará un socio de primerísimo nivel para el oficialismo a partir de enero, en los meses cruciales que anteceden a la próxima presidencial. El apoyo de Brasil puede llegar de muchas maneras y aliviar el frente financiero y el político con medidas concretas, algunas de las cuales forman parte de conversaciones en curso. En ellas se habla de recuperar el tiempo perdido y avanzar en el camino de la integración, pensado en tres ejes. Uno longitudinal, con la mirada puesta en América Latina, desde el Atlántico Sur hasta la frontera con Estados Unidos; otro transversal, a través del BRICS, con las potencias emergentes del llamado sur global; y el tercero, que atraviesa los otros dos en diagonal, pasa por consolidar un bloque de países no alineados que puedan afrontar, en conjunto, las tormentas que traerá consigo la guerra mundial en ciernes.
No es un detalle que pueda pasarse por alto que el gobierno de Estados Unidos esté dispuesto a apoyar a un candidato con ese perfil. Las autoridades de las Fuerzas Armadas de Brasil ya fueron advertidas, a través de los canales correspondientes, de que Washington no acompañará ningún intento por desconocer el resultado electoral. Se espera que el Departamento de Estado, a la cabeza de un grupo nutrido de países, reconozca rápidamente un eventual triunfo de Lula para quitarle margen de maniobra a cualquier maniobra irregular. Esto da cuenta de que incluso para una administración demócrata de línea dura en materia exterior, como la actual, la amenaza de que crezcan gobiernos autoritarios que puedan en el futuro ser aliados de la derecha extrema vernácula preocupa más que el alineamiento automático de un país con otras políticas. En otras palabras, a Joe Biden, o quien tome las decisiones, le preocupa más Trump que Vladimir Putin y Xi Jinping.
Es un mundo extraño. La elección en Brasil culmina una semana que tuvo varios hechos de los que van a estudiarse en los manuales de historia, si es que eso o algo parecido sigue existiendo en medio siglo (y tiendo a creer que no):
- Empezó hace siete días con el triunfo de Giorgia Meloni en Italia, que significó el acceso de un partido abiertamente reivindicador del fascismo al gobierno de uno de los países centrales de la Unión Europea, miembro del G7 y de la OTAN, por primera vez desde la derrota del eje en 1945. Aunque moderó muchas de sus posiciones más extremas en la campaña y adoptó compromisos con la UE respecto a la economía y la guerra con Rusia, se teme que con el paso del tiempo resulte un elemento disruptivo en el corazón de Europa.
- En simultáneo, el nuevo gobierno de Inglaterra, a manos de la conservadora Liz Truss, se autoinflingió, por mala praxis, una crisis monetaria cuyas consecuencias van a derramar en todo el mundo. El anuncio de un recorte fiscal que beneficia a las principales fortunas y empresas del país, el más importante del último medio siglo, produjo una caída de la libra a los valores más bajos de su historia, casi en paridad con el dólar, y un desplome de los bonos de los que dependen los fondos de pensiones. El riesgo país trepó más alto que el de países como Grecia. El Banco Central tuvo que intervenir y comprar 65 mil millones de libras en papeles para evitar que el sistema entrara en bancarrota. Se calcula que eso impulsará aún más la inflación, que ya está cerca del once por ciento.
- Esta semana, por primera vez desde la creación del Euro, la zona europea en su conjunto marcó una inflación anual de dos cifras. Alemania alcanzó el diez por ciento por primera vez desde la segunda guerra mundial, con los alimentos duplicando y la energía cuadruplicando la media. En algunos países, como Estonia, Lituania y Letonia, ya superó el veinte por ciento. En Países Bajos es del diecisiete por ciento. En Grecia y Bélgica del doce. Los países con mejor performance, como España, Francia y Portugal, son aquellos que dispusieron topes a las tarifas y/o nacionalizaron el servicio de provisión de energía. Los pronósticos que hablen de un descenso de la inflación ya no abundan como antes. El escenario más probable para los próximos meses es el de una estanflación en los 19 países que comparten moneda.
- Credit Suisse y Deutsche Bank, dos de las instituciones financieras más importantes de Europa, quedaron al borde de la insolvencia y su valor bursátil cayó por debajo de los niveles de la crisis de Lehman Brothers. Algunos analistas internacionales creen que es cuestión de (poco) tiempo hasta que suceda otro estallido como el de 2009.
- Una serie de explosiones inutilizó, quizás para siempre, los gasoductos Nordstream 1 y 2, un acto de guerra contra infraestructura civil inédito, por el que se acusan mutuamente Estados Unidos y Rusia. Es probable que nunca se pueda comprobar a ciencia cierta la autoría del atentado, pero mientras que a los aliados de la OTAN les cuesta explicar qué ganancia obtiene Putin con la destrucción de capital estratégico ruso, reflotaron discursos recientes del propio Biden y funcionarios de primera línea de su gobierno amenazando, en público y reiteradas veces, con destruir el gasoducto. “Si Rusia invade Ucrania, no habrá más Nordstream 2”, había dicho el presidente norteamericano en febrero. Si ese tipo de objetivos se vuelven blancos legítimos, quedará comprometida la provisión de energía y la conectividad de amplios sectores del planeta.
- El viernes, Putin firmó el decreto de anexión de cuatro regiones del sudeste de Ucrania, el acto de escalada más importante en el conflicto desde el día de la invasión. En su discurso dejó claro que el enemigo a vencer no es Ucrania sino “occidente”, es decir los Estados Unidos. Sostuvo que cualquier ataque sobre esos territorios, hoy ocupados sólo parcialmente, sería considerado una agresión a la propia Rusia. Volvió a realizar amenazas poco veladas sobre el uso de bombas atómicas. “Estados Unidos es el único país en la historia que utilizó armas nucleares. Sentando, dicho sea de paso, un precedente”, dijo. Ese mismo día, según informó el Jerusalem Post, la firma israelí de inteligencia satelital ImageSat detectó una “presencia irregular” de aviones bombarderos estratégicos tipo TU-160 y TU-95 en la base aérea de Olenya, cerca de Finlandia, donde se encuentra almacenado armamento nuclear.
Todo eso en una semana. Es probable que la que viene sea igual o más vertiginosa. Son tiempos extraordinarios que requieren, por definición, decisiones que estén a la altura. Son épocas en las que los manuales de reglas se reescriben, los tableros se vuelven a diagramar y las cartas a repartir, donde los límites de lo posible se acomodan, ya no alrededor de consensos vaporosos sino en torno a realidades efectivas y al equilibrio entre las fuerzas que las ponen a prueba. Es algo de lo que debería tomar nota el peronismo si quiere llegar a las elecciones del año que viene con expectativas. Lo que suceda hoy en Brasil puede ayudar pero en definitiva el asunto está en las manos de quienes tienen el poder de tomar decisiones en este gobierno y en este mandato. Mientras no exista decisión política, creatividad y coraje para escapar de dilemas falsos y hacer lo necesario, será difícil evitar un fin de ciclo que, en muchos sentidos, puede ser definitivo.