Un puñado de encuestas alcanzó para instalar la incertidumbre como clima generalizado de cara al ballotage; parece difícil, a quince días de esa cita, que algo cambie ese panorama. De no mediar una sorpresa mayúscula, los argentinos iremos nuevamente a las urnas sin tener mucha idea de qué país va a haber del otro lado, una vez que se cuenten los votos. Si el martes 21, cuando se reanude la actividad, tendremos un día negro, como después de las PASO, o uno tranquilo, como el que siguió a las generales. Eso, entre muchas otras cosas, está en juego en estas elecciones.
Los antecedentes cimentan esta presunción. En Brasil, a pesar de haber terminado la primera vuelta con más del 48 por ciento de los votos y cinco de ventaja, Lula no pudo llegar al 51 por ciento en el ballotage. Finalmente pudo derrotar a Jair Bolsonaro por un margen exiguo de dos millones de votos en un padrón de 155 millones. En Colombia la secuencia fue similar. Gustavo Petro terminó la primera vuelta con 40 por ciento de los votos y doce puntos de ventaja sobre su rival, el outsider Rodolfo Hernández. Petro ganó en segunda rueda pero no superó el 50,5 por ciento del total.
Estas elecciones pusieron en duda una verdad que parecía tallada en piedra por los analistas de este tipo de procesos electorales: que un ballotage se gana por el centro. Es decir, que en una definición mano a mano entre dos candidatos de perfiles ideológicos distintos terminará sacando ventaja aquel que logre menores niveles de rechazo entre los votantes de centro o cuyo voto no está basado en posiciones políticas predeterminadas. Suena lógico pero no siempre se corrobora. Al menos no en esta época en la que los extremos gozan de buena prensa y mejor salud.
Hay algo que es evidente: si se cumpliera ese axioma el 19 de noviembre en la Argentina el resultado sería un triunfo contundente de Sergio Massa, un dirigente que cultivó una imagen centrista durante toda su carrera y que, además, enfrenta a una fuerza absolútamente centrífuga. La comparsa neofascista que se montó alrededor de Javier Milei, tanto en su versión original como en el pack de expansión que desembarcó tras el ballotage de la mano de Mauricio Macri, abjura de la moderación y parece embarcada en una carrera enloquecida para encontrar las formas más originales y terribles de ocupar los bordes del sistema.
Todo protagonizado por un carrusel de voceros incapaces de permanecer más de diez minutos delante de un micrófono encendido sin decir algo inconveniente. Primero fueron los exabruptos de Milei que obligaron a tomar mayor protagonismo a su vice, Victoria Villarruel. Luego, cuando su reivindicación de la última dictadura se volvió inconveniente, sacaron a jugar a Ramiro Marra y Lilia Lemoine, que pocos días más tarde fueron reemplazados por Diana Mondino y Alberto Benegas Lynch. Finalmente, tras el ballotage, hubo que importar voceros del macrismo: Hernán Lombardi, Patricia Bullrich, hasta el propio Macri. Y ni así.
Existe, sin embargo, de cara a la segunda vuelta, otra batalla decisiva por el centro. No ya por el centro político, que está jugado, sino por el centro geográfico del país, donde, según se cree en ambos campamentos, están los votos que definirán, hacia un lado o el otro, esta elección. Las estrategias de uno y otro candidato pondrán allí su mayor esfuerzo en los doce días de campaña que quedan por delante. Es la franja donde supo tener su fortaleza electoral Juntos por el Cambio hasta este año. La disputa por el centro del país no es más que la disputa por los votos que dejó huérfanos esa alianza después de implosionar.
Todos los ojos del país estarán puestos en estos días en Córdoba. No solamente es el segundo distrito en cantidad de electores, solamente detrás de la provincia de Buenos Aires. Está gobernada por un excandidato presidencial en estas elecciones, Juan Schiaretti, que deja allí más de 600 mil votos huérfanos, a los que se le suman otros 520 mil de Bullrich, es decir que tendrá más de un millón de votos a repartir en el ballotage. Y además cuenta con la carga histórica de haber sido el territorio que le dio el triunfo en 2015 a Macri, que en la segunda vuelta embolsó el 72 por ciento de los votos, más de 900 mil sufragios.
Schiaretti por ahora mantiene una supuesta neutralidad que solamente se sostiene en lo formal. En la práctica, sus apariciones públicas suelen estar cargadas de críticas destempladas al candidato de Unión por la Patria. En cambio, no ha alzado la voz contra MIlei, a pesar de que el economista lo involucró personalmente en una operación al compartir en sus redes sociales una noticia falsa donde se consignaba una manifestación de apoyo del cordobés a su candidatura. Pensando más en su interna que en el país, no habrá ningún apoyo a Massa del gobernador y excandidato.
Esa decisión no está exenta de tensiones. La mano experimentada del todoterreno Juan José Alvarez comienza a verse en los respaldos al ministro de Economía por parte de la CGT cordobesa, de una enorme mayoría de intendentes peronistas de esa provincia y de otros actores relevantes, como la diputada nacional Natalia De La Sota y la vicepresidenta de la Legislatura, Nadia Fernández. Esta semana también se dio el primer acercamiento de una figura del círculo más cercano del gobernador electo Martín Llaryora: la secretaria de Salud y futura ministra de Salud Liliana Montero, que tuvo su foto con Malena Galmarini.
El 22 de octubre Massa obtuvo solamente el 13 por ciento de los votos en Córdoba, algo más de 300 mil votos. En su equipo apuestan a superar la performance de Scioli en 2015 y alcanzar, por lo menos, el 30 por ciento del padrón, lo que implicaría sumar otros 350 mil a la cuenta total. Buscarán apelar al voto del peronismo cordobés pero también del radicalismo tradicional de esa provincia, aprovechando el tono violento y despectivo que le dedicó Milei a la UCR durante toda la campaña. Los más optimistas creen que el candidato peronista puede sumar 35 puntos en esa provincia. Sería prácticamente game over.
Aunque se habla mucho del rol que tuvo Córdoba en la elección presidencial de 2015, se omite otro análisis tanto o más útil a la hora de explicar ese resultado. En el ballotage entre Macri y Scioli, la provincia de Buenos Aires terminó prácticamente empatada. El Frente de Todos solamente consiguió allí el 50,35 por ciento de los votos, contra el 49,65 que obtuvo Cambiemos. Menos de 60 mil votos de ventaja para el peronismo, que terminó pagando caro ese desliz en su territorio más favorable. Esta vez en Unión por la Patria cuentan con que el arrastre de Axel Kicillof ayude a Massa a obtener un triunfo más holgado allí.
¿Dónde más hay votos que Massa puede buscar para que el final de esta historia sea diferente del de ocho años atrás? Atención con la ciudad de Buenos Aires. Allí, Macri en 2015 arrasó con el 67,8 por ciento, sacándole más de 570 mil votos de ventaja a su adversario. Esta vez, mirando los números de 2021 y de octubre de este año, en el búnker de UxP creen que el candidato tendrá una performance muy superadora y hasta apuestan a que pueda quedarse con un triunfo. Si consigue achicar la diferencia en Córdoba (y Santa Fe), ensancharla en PBA y ganar la capital, el peronismo estaría en zona de definición.
Es, por ahora, apenas una hipótesis. Pero es la hipótesis que rige la estrategia de Massa para esta etapa de la campaña. El que gana el centro se queda con el país. Por eso la agenda del candidato para las próximas dos semanas tiene previstas visitas a Entre Ríos, Santa Fe y Córdoba, además de varias recorridas por el conurbano bonaerense y escalas por provincias donde gobiernan fuerzas aliadas y todavía hay margen para que el peronismo siga creciendo, como Misiones, Corrientes, Río Negro y Neuquén. Será voto a voto y a cara de perro. Así se gana o se pierde esta elección.