La patética puesta en escena con la que un grupo de diputados, incluyendo a jefes de bloque, interrumpió el funcionamiento de la cámara de diputados el jueves por la tarde, con insultos, amenazas y golpes en los escritorios del recinto, es un nuevo paso firme hacia adelante en la estrategia de tierra arrasada de Juntos por el Cambio: que el Estado no funcione y el gobierno no pueda gobernar. La debacle absoluta del peronismo.
Desde que Horacio Rosatti dio un sutil golpe institucional y asumió para sí la rectoría del Consejo de la Magistratura, se paralizó ese órgano de control sobre el Poder Judicial. Ahora la oposición intenta aprovechar la dificultad recurrente del Frente de Todos a la hora de conseguir mayorías en la cámara baja para ponerle un cepo al Congreso y no dejar que funcione. Ni siquiera para sacar proyectos de consenso, como estaba previsto este jueves.
Al mismo tiempo, los jueces toman para sí facultades que no les asigna ninguna ley ni artículo de la constitución. La Corte se arroga opinión sobre cómo se conforman las bancadas legislativas, un juez frena con una cautelar eterna la explotación de recursos naturales estratégicos, otro prohibe la promoción de vacunas para niños. Este martes, habrá que ver, quizás resulte que otros decidan proscribir a Cristina Fernández de Kirchner.
Se trata de un avance insidioso y orquestado ya no sobre la democracia sino contra la idea misma de política en tanto herramienta para que una sociedad sea, hasta cierto punto, artífice de su propia fortuna o desgracia. El vaciamiento de los poderes elegidos por el voto popular y su reemplazo por sentencias judiciales viciadas de parcialidad, que benefician siempre a los mismos, decanta en un desguace de la cosa pública, pieza por pieza.
Los funcionarios del Poder Judicial que conforman la fuerza de choque de este blitzkrieg no están solos. Son parte de una alianza conformada por jueces y fiscales, dirigentes opositores, sindicalistas quebrados, figuras mediáticas, intelectuales de tercera línea para abajo, financistas turbios, youtubers, empresarios y espías, aunados por una causa común. Un verdadero partido antipolítico que se propone fagocitar al sistema desde adentro.
Su objetivo lo conocemos, no solamente porque lo dijeron en público y porque se filmaron ellos mismos confesándolo en una sala del edificio Banco Provincia, sino también, y sobre todo, porque es el mismo desde 1955: la eliminación del peronismo y de cualquier expresión política, sindical o social que constituya un obstáculo para la voracidad de los dueños de los negocios más importantes del país, no precisamente una constructora en Santa Cruz.
Sin embargo, a pesar de todos los problemas que tiene este gobierno y las circunstancias infaustas que le tocó administrar, no es sencillo conseguir que la mitad del país vote en pos de los intereses del 0,02 por ciento, por tomar como universo aquellos que fueron afectados por el impuesto a la riqueza. De ahí las dificultades de la oposición para que la realidad se acerque al relato que armaron y se creyeron, con final feliz en la Casa Rosada.
El fenómeno global de la polarización y sus características locales, que muchos llaman la grieta, sube el piso de las principales identidades políticas, lo que decanta en escenarios de mayor competitividad, como se vieron en Brasil y Estados Unidos. De ahí a ganar la elección hay un largo camino. La misión de Sergio Massa, ordenar la economía, es solamente el primero de varios pasos para aprovechar la oportunidad que se abre.
Si los pronósticos del ministro de Economía se cumplen y la inflación baja a magnitudes cercanas al 3 por ciento en el primer tramo del 2023, con una recuperación de la capacidad adquisitiva que se note y haga diferencia, estarán dadas las condiciones para que el Frente de Todos afronte su segunda campaña presidencial con expectativas. Luego, faltará ordenar la coalición, encontrar buenos candidatos y conectar con el electorado, nada menos.
Frente a la consolidación de la alianza anti como adversario principal en este turno el oficialismo necesita encontrar su propio encuadre político para los tiempos que corren. CFK y Massa, en diálogo permanente, coinciden en la necesidad de volver a proyectar al peronismo como el partido del orden y del poder en la Argentina y recuperar ese lugar cuasi hegemónico que supo ocupar en otros momentos de la historia democrática.
Con resultados económicos, aunque sea incipientes, en la mano, y una oposición que entró en un proceso de retroalimentación de sus elementos más extremos, volver a tomar el centro del escenario político no debería ser una tarea imposible para el peronismo. La mayor dificultad, acaso, consista en convencer de lo mismo y al mismo tiempo al establishment angurriento y a la sociedad carente y postergada.
La sintonía fina necesaria para esa tarea depende de tener la coalición ordenada, deuda eterna del Frente de Todos con sí mismo, cuyos intereses paga toda la Argentina. Durante el viaje a Bali para participar de la Cumbre del G20, el presidente Alberto Fernández le prometió a Massa que convocaría a una mesa política, pero de regreso a Buenos Aires, y fiel a su estilo, postergó la movida, que todavía no tiene fecha ni --aparentemente-- apuro.
Sucede que el presidente sabe que, necesariamente, una de las primeras definiciones que va a tomar esa mesa será sobre su futuro. Fernández ya no tiene padrinos para resistir un operativo clamor a la inversa que le pida que renuncie a buscar su reelección. A esta altura del partido, hasta sus propios ministros admiten que ya no es y difícilmente vuelva a ser el mejor candidato posible del peronismo para el 2023.
Ese sigue siendo el principal obstáculo para el oficialismo, incluso si logra mostrar resultados en materia económica: el enorme desgaste que han sufrido ante la opinión pública sus principales dirigentes (CFK, Massa y Fernández) representa una dificultad adicional a la hora de enfrentar un ballotage ajustado, que se defina por el voto fluctuante de los sectores medios y medios bajos, los más afectados por las crisis recurrentes.
Es por eso que ha tomado fuerza por estas horas, en las vías comunicantes entre el Ministerio de Economía y el Senado, una hipótesis novedosa: elegir a una figura que no esté en las primeras planas de la política nacional y permita ofrecer algo diferente, aún siendo oficialismo. Poco conocimiento y poca imagen negativa en general y buenos números en su provincia y región sirven para construir un candidato o candidata.
Prima la idea de buscar en el interior. Por lógica, los ojos se posan primero sobre los gobernadores, aunque no se puede descartar que la persona adecuada surja de las filas del Frente de Todos en el Congreso. No necesariamente el número sea de uno, también está abierta la posibilidad de que dos o varios candidatos con estas características compitan en una primaria que permitiría instalarlos con rapidez en el escenario nacional.
¿Y Massa? Si efectivamente logra desacelerar la inflación y mejorar los ingresos de millones, su candidatura sería natural y, probablemente, ganadora. Él repite ante distintos auditorios que se siente en los últimos pasos de su carrera política y que su familia le pidió que no sea candidato a presidente, aunque quienes lo conocen bien saben que, si se abre una oportunidad cierta, es difícil que pueda ni quiera decirle que no.
El tigrense evalúa, alternativamente, otro escenario, inspirado en el rol que tuvo Lavagna en la elección de Néstor Kirchner, en 2003: hacer campaña junto a otro candidato presidencial que comprometa su continuidad al frente de la botonera económica, buscando simultáneamente una transferencia de votos y alquilar cierta calma del establishment durante los usualmente sísmicos meses previos a cualquier elección en este país.