Fragmentos del libro "Sinceramente", de Cristina Fernández de Kirchner.
Desde que no está, a mí me falta algo en la política, en el análisis. Me falta su mirada sobre las cosas y sobre la gente. Él era un tipo que conocía profundamente la idiosincracia de los argentinos. Tenía un olfato especial para lo popular porque él era profundamente popular. Le encantaba usar mocasines y lapicera BIC. Y eso no era una impostura. Siempre fue así.
Nunca se vistió ni actuó como el estereotipo del abogado cuando ejercemos la profesión. Yo veía que los demás colegas eran tan distintos en ese sentido. Yo siempre fui más clasemediera que él.
Este contenido se hizo gracias al apoyo de la comunidad de El Destape. Sumate. Sigamos haciendo historia.
Nestor era un tipo sin ningún tipo de apego a la moda o a los bienes y costumbres que dieran estatus. Le gustaba lo popular de corazón.
En Río Gallegos, cuando era gobernador, solía comer en un taller mecánico de la calle Mitre, al lado de la primera casa propia en la que vivimos los tres con Máximo. Todos los sábados al mediodía, después de haber tomado un café en la misma mesa y con los mismos amigos de siempre en la confitería del Hotel Santa Cruz, iba religiosamente al galpón de Francisco Batata Mansilla y ahí se quedaba, comiendo asado hasta las tres o tres y media para volver a la residencia y dormir su irrenunciable siesta.
Siempre hizo lo que quiso. Vivió como pensó. Hay una canción de Silvio Rodríguez, "El necio", que aún hoy me parece que habla de él. "Yo no sé lo que es el destino. Caminando fui lo que fui. Allá Dios, que será divino. Yo me muero como viví".
Cuando nos enojamos éramos terribles los dos. Nunca me puse a pensar qué era lo que más amaba de él. Lo quería así como era. Algunas cosas me irritaban. A él le gustaba hacer bromas, pero no que se las hicieran. Pero en realidad me gustaba todo.
Extraño todo. Extraño no tener a nadie con quien hablar. Que no podamos discutir las cosas, que no podamos viajar. Extraño ir a comer con él fuera de casa. Lo hacíamos regularmente. A él le encantaba. Disfrutaba mucho estar conmigo. Comer juntos. Hablar. Extraño eso. El estar juntos. Siempre nos esperábamos durante mucho tiempo. Me tocó esperarlo a él cuando volvía de la Gobernación o de la Rosada, porque obviamente la tarea de legislar ni de cerca se le parece a la de un gobernador o a la de un presidente. Las únicas veces que él le tocó esperarme fue cuando yo era presidenta. Cuando Néstor era gobernador y yo legisladora nacional, me iba los lunes a última hora y volvía a Santa Cruz los jueves en el primer vuelo. Me cruzaba a Casa de Gobierno y me instalaba de nuevo en la oficina que siempre tuve al lado de su despacho.
El amor es eso, tener ganas de estar con el otro para escucharlo, para hablar o para lo que sea. A mi me encantaba estar con él y a él conmigo. Siempre me decía: "De lo único que nunca me aburrí fue de vos".