Una de las grandes virtudes que tiene la oposición es la de homogenizar un mismo mensaje y que sea reproducido por todos sus interlocutores a la perfección. Tal es el caso de la estrategia comunicacional de los principales referentes políticos de Juntos por el Cambio que hablan como si nunca hubiesen gobernado, y obviamente de quienes hoy parecen más los estrategas de esa oposición, los comunicadores de los medios hegemónicos.
Esto sucede porque el neoliberalismo también es un proyecto cultural que busca, a través de toda su maquinaria, trabajar sobre las subjetividades de las personas y construir así la ilusión de que en ningún momento fueron oficialistas –en términos políticos, porque siempre lo fueron en términos económicos, judiciales y mediáticos– cuando en realidad sí que lo fueron y, encima, chocaron la calesita.
Pero este relato de la oposición tendiente a invisibilizar la gestión de la derecha termina donde empiezan los datos reales y se observa que mientras que Cambiemos estuvo en el poder –hoy devenido en Juntos– se experimentó la destrucción de 240.000 puestos de trabajo y 25.000 pymes, la pérdida del 47% del poder adquisitivo del salario en dólares (U$589 a U$268), el 13% de caída de la actividad industrial, una inflación interanual del 301% y un 76% de crecimiento de la deuda externa.
La base de este proyecto cultural consiste en sostener que todo lo que venga del Estado está mal, atrasa y estorba. Ya lo sostuvo el premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz cuando advirtió que “debemos olvidar la fantasía neoliberal de que los mercados sin restricciones traerán prosperidad para todos”. Esta es una de las ideas más poderosas que se ha instalado, de que quitando las restricciones a los mercados una mano invisible conducirá la economía hacia resultados eficientes en la que cada individuo, en la búsqueda por satisfacer sus intereses, traccionará a los intereses generales.
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Sin embargo, cuando la sociedad se dio cuenta del buzón que le habían vendido en el 2015, le dijeron que había que esperar a que la copa se llene ―es decir el bolsillo de las elites económicas― para que comience a derramar hacia abajo, redistribuyendo los ingresos y la dignidad. Como eso nunca sucedió, hoy sostienen que hay que volver a votarlos “confíen –dicen- porque esta vez es en serio”.
El neoliberalismo de la mano invisible y de los mercados sin restricciones no sabe hacer otra cosa más que generar caos. Un modelo económico ―y también ahora cultural― que encontró en las corporaciones mediáticas sus mejores aliados para hacer rodar una representación del mundo en que las consecuencias de la implantación del neoliberalismo, esto es la pobreza, sea entendida como un estado natural en la que la gente elige ser pobre porque esa es su condición y no porque sea el resultado de un modelo de exclusión o más bien podríamos decir de expulsión, que tiene ese cometido.
Además, instalan con tanta fuerza un sinfín de mentiras que gran parte de la ciudadanía las termina creyendo, como aquellas que afirman que, si se reduce el déficit y se achica el Estado, la recuperación económica está garantizada, o hacernos creer que la liberación de los mercados es el camino al secreto del éxito. O repetir ese pretendido apotegma que sin emisión monetaria no hay inflación. Todos supuestos desmentidos con la experiencia empírica de los años 2018 y 2019.
Mienten diciendo lo que van a hacer e invisibilizando el daño que hicieron, porque solo con mentiras pueden alcanzar su propósito, ya que diciendo la verdad tendrían menos votos que los históricos sectores de izquierda.
Por ello, estamos en un momento en que tiene que haber una conciencia social y nacional que se meta en el interior de las instituciones de la sociedad civil y que entienda que el neoliberalismo solo es para unos pocos y el tiempo de unos pocos se acabó, esperemos que para siempre.