El 8 de julio de 1989, cuando Carlos Menem asumió como presidente de la Argentina, nadie imaginó que seguiría ocupando ese cargo durante más de diez años consecutivos. Menos aún cuando se lo vio en esos primeros meses jugando con la selección de básquet, o haciendo despejar toda la ruta 2 para recorrerla con la Ferrari Testarrosa que unos empresarios italianos le habían regalado, jugar con la selección de fútbol, participar en partidos de tenis con Gabriela Sabattini, correr en una lancha con el entonces campeón Daniel Scioli, codearse con las vedettes de los teatros de revistas y la tele, bailar con odaliscas, y hasta se animó a cantar tangos y boleros. Nadie podía imaginarlo pero un enorme sector de los argentinos estaba fascinado.
Es que el contexto no parecía estar para la joda. Menem asumió en medio de una crisis hiperinflacionaria como jamás hubo en nuestra patria inflacionaria. En abril el índice había marcado un 460% de inflación para pasar en mayo a un 764%. La pobreza se disparó del 25% a comienzos de 1989 al récord inaudito de 47,3% en octubre del mismo año. El dólar se disparó por las nubes después de que el Banco Central anunció que no se podrán pagar las obligaciones pendientes del pago de la deuda externa. El final del gobierno de Raúl Alfonsín fue un estrellarse estrepitoso que dejó secuelas de incertidumbre traumática, las quiebras y los despidos se esparcieron como una epidemia, y, por primera vez, vimos el angustiante espectáculo de los saqueos a los supermercados. Alfonsín debió adelantar seis meses la entrega del mando porque el país se convirtió en una selva inmanejable.
La fórmula Menem-Duhalde se había impuesto en mayo con un 47, 5% de los votos frente a la UCR que obtuvo el 37,1%. Por su parte la derecha clásica venia en crecimiento, Alvaro Alsogaray con la UCD obtuvo el 7,7%. Este partido fue inmediatamente cooptado por el menemismo ¿O fue al revés? Entre los que militaron para que la UCD se mimetice con el FREJUPO se encontraba el entonces joven Sergio Massa, que fue presidente de la Juventud Liberal.
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El contexto internacional era el de la caída del Muro de Berlín, el capitalismo se imponía en toda la línea y Ronald Reagan en EEUU y Margaret Teacher en Inglaterra lideraron el giro mundial conservador con un eslogan muy elocuente “No hay alternativa”.
Sin duda, Menem no quería correr la misma suerte que Alfonsín y le entregó, llave en mano, el ministerio de economía al grupo Bunge y Born, de dónde vinieron sus dos primeros ministros; todo un símbolo. Pero nadie le podía discutir a Menem su pedigree peronista.
Nació en la famosa Anillaco, en La Rioja, el 2 de julio de 1930. Cursó sus estudios universitarios de abogacía en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Córdoba. En 1951, durante un viaje a la Capital Federal del equipo universitario de baloncesto en el que jugaba, Menem conoció por primera vez al presidente Juan Domingo Perón y a Evita. Completó sus estudios y se recibió como abogado el 27 de julio de 1955, menos de dos meses antes del golpe de estado. Durante la dictadura militar subsiguiente, encabezada por Pedro Eugenio Aramburu, Menem fue detenido por primera vez en 1956, acusado de participar en una conspiración peronista para derrocar al gobierno. En 1957, fundó en la clandestinidad la Juventud Peronista de La Rioja, de la que fue su primer presidente, y contribuyó con asistencia legal a la CGT. En las elecciones provinciales de 1962 se presentó como candidato a diputado provincial de La Rioja por el Departamento Castro Barros. Dada la proscripción del Partido Justicialista, Menem se presentó bajo la lista del partido Unión Popular (UP). Si bien resultó electo diputado, el golpe de estado que tuvo lugar diez días después de los comicios anuló su victoria y le impidió asumir. El 17 de noviembre de 1972, Menem fue pasajero en el vuelo que trasladó a Perón de regreso desde España a la Argentina. A los 43 años, en 1973, los riojanos lo votaron como Gobernador de La Rioja.
Durante la dictadura estuvo detenido junto al dirigente metalúrgico, Lorenzo Miguel, y varios más en el barco 33 Orientales, después en Mar del Plata. En 1983 volvió a ser candidato a gobernador y ganó. En 1987 volvió a ganar, tercera gobernación, reforma de la constitución riojana mediante.
Los comienzos del gobierno de Menem, además del raid circense que rompió todos los protocolos del ceremonial, fue muy conflictivo porque durante 1990 también debió enfrentar una crisis hiperinflacionaria. En la campaña electoral había prometido una “Revolución productiva” pero el rumbo parecía más que errático, a pesar de que Menem no se cansaba de generar gestos hacia el establishment mostrándose como un político pragmático. Era el primer peronista en ganar una elección después de la muerte del gran líder fundador del movimiento y los muchachos de los mercados son muy sensibles y se asustan. Garantizó que pagaría la deuda externa aunque sea hipotecando las empresas públicas, indultó a los militares genocidas de la dictadura, invitó a participar del gobierno a la familia Alsogaray y a muchos cuadros liberales, y fue un activo participante de los programas de Bernardo Neustadt y Mariano Grondona. Pero la economía seguía siendo una mecha encendida.
Entonces, el 6 de abril de 1991 el flamante ministro de economía, Domingo Cavallo, anunció por Cadena Nacional el Plan de Convertibilidad que congelaba precios y salarios, lanzó una nueva moneda y estableció que un peso sería igual a un dólar. El éxito político de este plan es inconmensurable, duró once años y hasta los opositores tuvieron que prometer, para ganar las elecciones de 1999, que no lo tocarían. Pero las consecuencias económicas fueron desastrosas. La popularidad de Menem creció sin cesar. Eso lo llevó a querer reformar la Constitución nacional en 1994 con el objetivo casi excluyente de lograr un período más de gobierno, y lo logró.
Pero el precio de sostener el 1 a 1 del dólar y el peso fue altísimo. La deuda externa se disparó a niveles inalcanzables, se privatizaron las empresas de electricidad, de gas, las rutas pasaron a llenarse de peajes, se privatizaron los teléfonos, los puertos, la Hidrovía, los trenes, los aeropuertos, el Correo y la gran joya de la infraestructura nacional: YPF.
Si bien toda la región atravesó por estas políticas neoliberales, Menem era el mejor alumno y el que se atrevió a ir más lejos. Se pasó, de prepo, a millones de trabajadores a un sistema de jubilaciones privado manejado principalmente por los bancos, se expandieron los servicios de trabajadores tercerizados y se creó ese diabólico sistema de convertir a trabajadores precarizados en “Monotributistas”.
Cada uno de estos pasos fueron cuestionados y enfrentados en las calles y en los tribunales. Pero la astucia de Menem se tomo la precaución de llevar el número de miembros de la Corte Suprema de cinco a nueve y se aseguró una mayoría que le habilitó todas las garantías que necesitaba de impunidad y ejecutividad.
¿Quién reivindica el legado de Menem?
Es muy difícil decir que no fue peronista un hombre que fue gobernador tres veces de su provincia, presidente en dos períodos y senador hasta su muerte, y siempre por voto popular. Pero también es muy difícil negar que su gobierno fue una expresión máxima de depredación del Estado y que las elites económicas se hicieron un gran festín bajo su presidencia. Sin embargo, el grueso del peronismo hoy rechaza esas políticas.
Por su parte la derecha no se apropia de Menem, si de sus políticas. El gobierno de Fernando De la Rua convocó como ministro a Domingo Cavallo y a sus equipos técnicos, muchos de los cuales tuvieron roles decisivos durante el macrismo. Justamente Mauricio Macri, gran beneficiario con su familia de la era menemista, se dedicó a fustigar a los setenta años de peronismo pero gobernó con las mismas alianzas.
Nadie quiere ser heredero de Menem pero en ese ciclo histórico nacieron gran parte de los políticos y grupos de interés que hoy siguen gravitando de manera profunda sobre nuestra intrincada vida cotidiana.