Por qué se “endureció” la campaña electoral

04 de septiembre, 2021 | 19.00

El peronismo-kirchnerismo no gana una elección legislativa de medio término desde 2005. Son los comicios en los que la elección del Congreso se separa de la presidencial; por eso suelen interpretarse como balance social de la primera mitad de un período de gobierno y como eventual insinuación de las tendencias hacia la próxima disputa presidencial. Sin embargo, ese segundo aspecto no se verificó en las legislativas de 2009 (el kirchnerismo perdió en el medio término y obtuvo la reelección de CFK en 2011) ni en las de 2017 (el macrismo ganó la legislativa y perdió la presidencial de 2019).

A una semana de la elección, el tono de la disputa -tal como suele ocurrir- se ha hecho más ruidoso aún que el clima confrontativo que nuestra vida política no abandona desde, por lo menos, el año 2008 en el que explotó el conflicto entre el gobierno de entonces y el mundo de las patronales agrarias y las multinacionales a ellas vinculadas. En este contexto, el ex presidente ha decidido adoptar un rol protagónico central en la campaña de la coalición de derecha. ¿Cómo es que diferentes segmentos de esa alianza han aceptado ese rol de Macri, cuando no hay ninguna investigación del “mercado político” que no refleje un progresivo desgaste de su popularidad desde el momento en que terminó su gestión? ¿No le convenía a “Juntos” empezar la transición hacia un nuevo liderazgo a través de una campaña electoral en la que no está en juego la presidencia?

Lo anterior es un esquema interpretativo que sirve perfectamente para los tiempos de “alternancia”, es decir para una competencia por el centro en un sistema de partidos en los que funcionan pactos, nunca escritos, según los cuales se mantiene lo que Chantall Moufe ha llamado el “consenso centrista”. En el interior de ese consenso los partidos (idealmente dos) compiten electoralmente para ocupar el gobierno y aplicar políticas iguales, o muy parecidas, a las que desarrolla el adversario. Nuestro país no es actualmente un caso de ese “ideal político” que es el que predica amplia y sistemáticamente la ciencia política “oficial”. En el mundo ese consenso centrista está atravesando también una notoria crisis. La alternancia “pacífica” entre derechas neoliberales e izquierdas (o “centroizquierdas” como se denominan los viejos partidos socialdemócratas) que se limitan a discutir cuestiones en las que no están directamente implicados los ejes de la “pax” neoliberal ha venido sufriendo fuertes desafíos tanto desde la izquierda como desde la derecha.

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Es imaginable una conversación entre los influyentes del Pro sobre la presencia de Macri en la campaña. Unos seguramente pensarían que ese protagonismo agitaría el recuerdo de un gobierno que ciertamente no ha dejado un balance favorable. Eso pareció abrirse paso en los primeros tiempos posteriores a la aparición de la pandemia. El esfuerzo frente a la grave amenaza pedía un nivel de colaboración entre las principales fuerzas políticas. Así lo interpretaron Fernández y Rodríguez Larreta durante los primeros meses. Pero el antagonismo político argentino no es permeable a esas políticas de postergación de la lucha en condiciones de grandes amenazas. El mundo de los grupos oligopólicos de los medios de comunicación fue el gran protagonista de un giro político que la coalición de derecha haría propio sin mucha resistencia. Los medios empleados no repararon en daños: potenciaron todas las operaciones desestabilizadoras, se coaligaron en defensa de una insólita “geopolítica de las vacunas” que procuraba mostrar que la “vacuna rusa” tenía en su interior un virus peor que el Covid, el virus del populismo y hasta del comunismo. Se potenció más allá de toda lógica los movimientos “por la libertad” que producían el símbolo perfecto de la desobediencia: salir a la calle sin medidas de protección, exigir la apertura total del sistema escolar, usar programas de televisión para alentar “terapias caseras” irresponsables, capaces -como efectivamente ocurrió- de causar la muerte de quienes las adoptaran.

Claro que los medios no inventan ni producen fenómenos políticos desde la nada. Se apoyaron en un clima social y político de mutuo encono entre las dos fuerzas que se disputan el gobierno. Es un clima que reaviva y reproduce viejas y a veces sangrientas discordias interiores. Es un tema interesante de discusión la cuestión de cuándo reapareció ese encono. Puede entenderse que un momento central de ese cambio fue el estallido de la convertibilidad, esa curiosa fórmula política que hizo que argentinos y argentinas creyeran en un orden político común tributario de la curiosa -y finalmente desastrosa- fórmula que decía que “un peso es igual a un dólar”. Esa utopía terminó con los hechos sangrientos de finales de 2001. Y la vasta coalición social multiclasista que coincidió en la ira contra el fraude de “los políticos” albergaba dos “humores” políticos centrales: el de los indignados porque el banco no les permitía retirar sus depósitos en dólares y el de mucha gente de trabajo que había visto cómo se destruían sus modestas certezas y eran reemplazadas por el mundo de la privación y el abandono. Los dos humores convivieron en los días de excitación iniciales: pronto cada uno de ellos pasaría a reconocer la profunda diferencia que los separaba. Hoy esos humores se llaman macrismo (o Juntos) y peronismo kirchnerista (o Frente de Todos). No es que en “el medio” no haya nada. Es que el medio carece de la intensidad y la pasión que tienen aquellos que se convencen de que esa diferencia política toca sus intereses y emociones más profundas.

Por eso reaparece Macri. Y lo hace nada menos que proponiendo una memoria de su gobierno en la que éste no produjo la deuda. Ni los burócratas del FMI, ni los creyentes más intensos en las bondades del neoliberalismo son capaces de tanto. En este pasaje político el complejo mediático llamado “La Nación” ha recuperado en plenitud su lugar histórico como expresión más auténtica del mundo oligárquico y neocolonial. Cierto apego a la racionalidad, cierto buen gusto literario en su prosa política -bastante visible hasta hace poco- han dejado espacio a las formas más groseras de la provocación y a un intenso compromiso con la desestabilización del actual gobierno.

La derecha corre el riesgo de asumir como propio un clima de exasperación que pertenece a sectores muy minoritarios de la población que, en el último período, han cruzado de modo temerario un Rubicón político: la evocación positiva de la época de la más feroz oscuridad política, la de la última dictadura cívico-militar.